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domingo, 25 de febrero de 2018

Siento mucho lo que te voy a decir.




Siento mucho lo que te voy a decir, pero alguien tenía que decírtelo. No existe la felicidad permanente. Lo siento, son los padres. No hagas dramas. Existen momentos de felicidad que se nos quedan a vivir en los huesos. Instantes que tejemos y destejemos en nuestra memoria como Penélope esperando a Ulises. Tú esperas a que te llegue esa falsa felicidad, siempre ajena, que te venden desde que te haces una cuenta en cualquier red social. Esperas a que llegue ese Ulises, ese que supuestamente viene de la guerra, pero que no viene de Troya, viene de ti mismo. La guerra es propia, tuya e interna. Espero que no estés muy dolorido o dolorida, fiel lector o “fiela” lectora. Ahora somos tan modernos y modernas, que hasta los adjetivos le hacen novillos a la RAE. ¡La madre del cordero!

Hace bastantes meses, reconozco que un poco tarde para lo inteligente  que me ven mis queridos amigos y queridas amigas, me di cuenta de que no tenía que demostrarle nada a nadie. Ni siquiera a los que ya no están. A la gente que se lo merece sólo hay que quererla. Al resto se le saluda con educación, aunque sea con la mínima (como diría mi padre). Pero nunca demostrar. Fue entonces cuando empecé a disfrutar de mi presente, de mi trabajo y de mis horas (hasta las de sueño o sueños).  No sé si has visto la película Kung Fu Panda, pero en ella se cita esta frase: “El ayer es historia, el mañana es un misterio, el hoy es un regalo, por eso se llama presente”. No hace falta que te describa lo que es para mí el presente. Nunca un diálogo entre una tortuga y un panda me dio para tanto.

Y ahora, volviendo a esos instantes que se graban en uno mismo antes de que te des cuenta… 
Los mejores llegan sin cita previa, otros pasas tanto tiempo esperándolos que, cuando aparecen y desfilan, más vale borrarlos si quieres darle la mano a San Pedro con la salud mental intacta.

Si me pides que me defina en presente, podría vomitar barbaridades y darme un paseo por los cerros de Úbeda, pero de algo sí que estoy segura: Nunca utilizaría la palabra rencorosa. Mi tiempo vale oro, como el tuyo, y si lo he perdido alguna vez sólo ha sido para ganarme lecciones valiosas. El verbo ignorar casa muy bien con valentía. Ignorar es de valientes. Ahora que estoy a punto de cumplir los 26, jamás me han pedido el DNI y ya me he llevado en la cara algún que otro “señora”, reconozco que tengo sobresaliente en la asignatura de ignorar. (Abro paréntesis porque un “señora” no se puede llegar a ignorar jamás, entiéndeme). Pero la felicidad impuesta y los instantes que ya no conducen a ningún lugar confortable, sí que se pueden ignorar. Es más, te invito a que realices tal experimento.


El propósito de este post era hablarte del color rojo y del significado que tiene para mí. No creas que me he desviado mucho del propósito. Aparte de llevarlo siempre en los labios, lo he hecho partícipe  de muchos momentos de los que te hablaba antes. De los que no ignoro porque le restan vacío al alma, de los de sin cita previa. 


En este momento, ya desvelada la caducidad que tiene la felicidad, si un lunes, un  martes o un miércoles tuviera que sumar mis momentos imborrables, todos tendrían en común el color rojo. Hasta mi primer traje de gitana con tres años fue rojo. O colorao, como prefieras llamarlo.
El rojo tiene poder para mí. El poder que tiene una cosa es directamente proporcional al que le quieras otorgar. Hay quien piensa que si se quita la medalla que lleva al cuello a diario, esa desgastada que le regaló su madre, lo van a echar del trabajo.
Hay quien piensa que rezándole a san Antonio todas las noches, el amor de su vida le salvará de un albarán llenito de corazones agrietados y plastificados que intentan besarle. 
Hay quien se aferra a la numerología de los códigos secretos, hasta para evitar un dolor de muelas. A una estampa. A una foto. A una pulsera. A un cordón de chándal.
¿Sabéis a qué me aferro yo? Al color rojo, entre otras muchas cosas. El verde me da suerte y el rojo la seguridad que todos dan por hecho que tengo de manera innata. (Cuando tu ecosistema dé por hecho algo, jamás le lleves la contraria. Es gastar energía y el silencio es más poderoso).

Siento mucho lo que te voy a decir. También me aferro a más cosas, pero déjame mantener el secreto. Una vez me dijeron: “Ser misteriosa te hace más interesante”.Y me lo creí. Como la vida moderna se resume en likes, en resultar interesante y en ser feliz, me lo reservo.

¡Viva el rojo!

Besos en la frente.

Ana

jueves, 15 de febrero de 2018

Yo he venido aquí a hablar de la decepción.

El otro día pasé tanto frío en la calle, que cuando llegué a casa me puse a escribir. Tuve suerte, no se me congelaron las ideas. Con un moño deshecho y una manzanilla con miel, me propuse hablar de la decepción. Sí, de la decepción. Ese sustantivo de género femenino que a todos nos ha pisado los talones más de una vez y siempre bien de tiempo. Me senté enfrente del ordenador y de manera fugaz recordé una historia que me contaron hace ya algunos meses en una tarde también fría, pero muy placentera.



Por casualidad asistí a una reunión de poetas en el Círculo de Bellas Artes de Madrid. Cuando me agrada un tema soy capaz de estar horas en silencio, te lo prometo. Ese día practiqué mi deporte favorito: transformarme en una esponja para absorber diferentes puntos de vista de personas interesantes de las que puedo aprender.
Antes de subir al salón, me crucé con un señor poeta de unos sesenta y tantos años largos. La charla nos encaminó a la cafetería. No sé si has tenido la suerte de disfrutar un buen café en ese lugar, pero justo presidiendo la entrada de la misma aguarda una hermosa escultura de mármol. El cuerpo desnudo de una mujer. Se llama “El salto de Léucade” y la realizó el vallisoletano Moisés de Huerta en 1910. 





He de reconocer que me impresionó muchísimo verla allí. El señor que me acompañaba era poeta, pero no le hizo falta ser adivino para darse cuenta de mi asombro. De pronto zampó al aire una pregunta:
-Maja, ¿Sabes quién es?
 Negué con la cabeza y él comenzó su resumen.
-Es la poetisa Safo. Nació en la isla de Lesbos alrededor del año 620 a.de C. Ella fue la primera mujer en el mundo que, con total libertad y una lira, expresó sus sentimientos. De ella se puede hablar de muchas maneras, yo prefiero decirte que fue una revolucionaria y que su visión permaneció censurada durante muchos años.

Sinceramente, cuando yo estudiaba Latín y Griego tuve que traducir textos de Ovidio en los que ella aparecía, pero a decir verdad, me pasé muchas horas de clase fumando en la puerta. Al señor poeta ese día de frío sólo le conté mis recuerdos selectivos de Ovidio, evidentemente.
-¿Y por qué está dormida?- Le pregunté.
- No está dormida. Está muerta. Su muerte es misteriosa y dicen que se quitó la vida por una decepción amorosa.

La versión que me contaron esa tarde de frío fue la siguiente: Un hombre llamado Faón la rechazó. Ella le pidió consejo a una ninfa y se arrojó al mar desde una roca del acantilado de la isla de Leúcade. Otros dicen que la culpa no fue de Faón, sino de sus abundantes romances con mujeres. Y por el contrario, otros comentan que nunca se suicidó, que murió de muerte natural y en edad avanzada. Lo que está claro es que esta historia y esta maravillosa escultura que os muestro, me han llevado a hablaros de la decepción.




Porque una decepción es la sacudida de una toalla playera en un día de levante. Las respuestas que nunca tendrás son granos de arena que vuelan sin rumbo por el horizonte y se clavan directos en los ojos. Las pupilas se encienden y se apagan. Das varios pestañeos que molestan como hojas de cuchillos, como un corazón cuando muestra confianza mientras cuenta sus heridas de guerra.
Bajo tus párpados desfilan recuerdos maltratados, expectativas desnutridas por un seco chasquido al que tú nunca invitaste.
Ahora entiendes los desniveles del mar. Tu zona de confort también lidió con muchos contratiempos. Pero en un amanecer cualquiera tus baches se revolucionan. Estrenan ropa limpia y se convierten en armaduras de hierro relucientes. Aguantas subidas y bajadas de los que intentan marearte la sonrisa. Te defiendes con una política de previsión basada en la ternura, como la de Safo en el amor. Ya sabes que aunque el tiempo terminé por gastar su tiempo, tú seguirás lanzándote de cualquier roca Leuca que te invite. Hasta yo pondré las dos manos al fuego por una llama que vuelva a deslumbrarme. Y aun, con las dos manos quemadas, sacudiré mi toalla en la playa, le daré vuelo a tus miedos y volveré a pestañear. 
Ni mil tormentas de arena me nublarán el camino. 
Una nube negra, aunque comparta color con la decepción, no le quita el brillo al mar.

Quizás Safo se libró de las decepciones y puso a descansar el corazón.
Tú al tuyo no le des tregua. Aprende de cada sacudida.

Besos en la frente.

Ana.


viernes, 9 de febrero de 2018

Un texto que salva.

Hola a todos.
En esta semana no he pasado mucho por este rincón. Mea culpa. He tenido la mente llena de trabajo, de cosas que me han pasado y de muchas emociones. He intentado exprimir las 24 horas que han tenido y tienen mis días y también los tuyos.

Hoy no voy a publicar nada propio. Hoy os muestro un texto que me mandó hace unos días la mujer que mejor me conoce. Cada vez que leo o escucho algo que me identifica, intento compartirlo contigo. Lo mismo a ti también te salva y te limpia el motor que tienes justo encima de tus hombros.

El texto se llama "El viaje hacia la felicidad". Una frase muy común en libros de autoayuda. Muchos lo tacharán de típico con tópicos. Pero, ¿Quién lo aplica? ¿Lo aplicas tú en tu día a día? Si formas parte de esa minoría, ojalá te llegue mi beso con la rapidez de un cohete.

Gracias, Fernan Makaroff. Gracias por ponerle al mundo la luz que necesita.

"Antes había cosas que me ocurrían que no entendía, que juzgaba como negativas. Luego me dí cuenta de que esas cosas negativas eran las que más me ayudaban a crecer, a sanar y a fortalecerme, además de que yo mismo las había atraído a mi vida para tal fin. Esto me permitió hacerme absolutamente responsable por todo lo que me sucedía. Una vez que comprendí esto, dejé de llamarlas malas y comencé a llamarlas buenas. Por consecuencia y a partir de ese glorioso momento, pude ver que sólo me sucedían cosas buenas. Entonces me liberé del miedo al futuro (ya que nada malo podía ocurrirme) y comencé a vivir en sintonía con el amor consciente. Comencé a vivir con una fe absoluta y ciega en la Existencia. También me dí cuenta de que si no existían cosas malas, tampoco podían existir los problemas y me volví a liberar. Comprendí que sólo eran juicios de mi mente. Este conocimiento profundo me permitió, naturalmente y sin esfuerzo alguno, aceptarlo todo.
A partir de ese momento mi vida se transformó en una constante bendición, simplemente por comprender que todo en este universo está creado a mi favor para ayudarme. Comencé entonces a sentir que era terriblemente amado y protegido. Dejé de desear, dejé de pedir y de esperar. Solté y me entregué a lo desconocido. Comencé entonces a recibir mucho más de lo que jamás hubiera imaginado.
Finalmente desperté. Pedí perdón por haber sido tan ingrato, por no haber visto la magia de la vida y al mismo tiempo me perdoné a mí mismo por ello. No más problemas, no más quejas, no más sufrimiento, no más deseos, no más resistencia, no más infelicidad... Sólo constante bendición, gratitud sin límites, amor incondicional y una paz que no es de este mundo, una paz del más allá.
Esto sí es vivir. Esto sí es la vida".





Besos en la frente.

Ana.

jueves, 1 de febrero de 2018

Marilyn Monroe que nunca logra dormir. En mí, jamás.

Siempre me gustó todo aquello que suele llevar la contraria a lo establecido. Lo dispar. La balanza entre aceite y agua. El polo opuesto a lo rutinario. La contradicción de negro y blanco. El Pop Art al expresionismo abstracto. Este movimiento artístico originado a mediados del siglo XX  mostró todo lo incompatible a la verdad de aquella época. Estos artistas valientes mostraron muchos objetos cotidianos de la sociedad de consumo: anuncios de moda, cómics y rostros de las estrellas más conocidas del cine y la televisión, entre otros. Los artistas parodiaban el poder de la fama y la intensa cultura de masas, frente a las creaciones desgarradas y poco estéticas tras la II Guerra Mundial.

Os cuento todo esto porque me hubiera fascinado en esta vida tener la fortuna de conocer a una de mis ídolos: a Marilyn Monroe. A Andy Warhol supongo que también le hubiera encantado retratarla en persona sin mirar una foto. Si yo hubiera tenido la posibilidad de entrevistarla, hubiera logrado adquirir un perfecto inglés sólo por compartir una charla con ella. Nada más motivador para superar mi spanglish que ese encuentro, os lo prometo. Por el contrario, a Warhol se le ocurrió tomar prestadas las fotografías que Gene Korman le hizo a Marilyn durante el rodaje de su película “Niágara” para crear 50 obras propias y únicas. A él le salió la jugada mejor que a mí, lo reconozco. Pero ahora tengo este rincón para hablaros de ella y hoy me apetece contaros una anécdota.



Hace tres años, cuando llegué por primera vez a Madrid, trabajaba como dependienta en una tienda de ropa. Había leído mucho sobre Marilyn y ya me sabía de memoria todas sus películas. A pesar de eso, cada domingo me sentaba a verlas de nuevo con palomitas. Ella ha sido fuente de inspiración para mí. La funda con la que vestía mi móvil tenía su imagen y el bolsillo de mi pantalón de trabajo dejaba al descubierto la mitad de su rostro. Recuerdo que una tarde, mientras  colocaba jerséis para los madrileños y chalecos para los sevillanos, un hombre de unos 70 años se me acercó y me dijo: "¿Te gusta mucho Marilyn, verdad?" Esa pregunta desencadenó horas de charla. Repasamos entre los dos la filmografía entera y gran parte de su vida. No trabajé mucho esa tarde, pero la ocasión lo mereció. El señor, cuyo nombre no recuerdo, era coleccionista de objetos y pertenencias de mi querida Norma Jeane. Os prometo que nunca he tenido los ojos tan grandes. No quería que llegara el momento de verlo salir por la puerta de la tienda.

Algunos días después, él se acordó de mi nombre y de nuestra charla. Yo estaba en el almacén y mis compañeros me avisaron: “Ana, aquí hay un señor y trae una cosa para ti”. Corrí todo lo que mis pies me permitieron en ese momento. Era él y me traía una revista parisina, edición limitada del  78. De Marilyn, por supuesto. Me acuerdo que me emocioné muchísimo. Yo comenzaba por aquel entonces a acostumbrarme a las rutinas madrileñas y fue duro, lo reconozco. Pero este señor supo alegrarme la vida y me enseñó que unas manos generosas hacen milagros. Esos milagros que ocurren cuando no los esperas y cuando tienes la capacidad de verlos.







Prometo que otro día os hago un resumen de algunos milagros cotidianos que he tenido la enorme suerte de vivir, pero hoy no es el día. No soy fanática de nadie. El fanatismo se lo dejo a los talibanes. Yo simplemente siento adoración por ella, por eso le dedico estas líneas a su carisma, a su sonrisa que vuela en el firmamento y a su espíritu soñador.

¡Ah! Y también para deciros que desde hoy, hasta el día 6 de mayo, podéis visitar la exposición “El arte mecánico” de Andy Warhol en Caixaforum Madrid.



Me gusta el arte, las manos generosas y amo a Marilyn Monroe por todos los textos propios que dejó escritos y que muy pocos se pararon a contemplar, ya que era mucho más fácil quedarse sólo en su belleza, en el erotismo y en el papel de rubia tonta.
¿Veis? Me gusta llevar la contraria a todo lo aburridamente establecido. 
Tened criterio propio, haceros ese favor.

Besos en la frente.

Ana.