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lunes, 19 de marzo de 2018

El transparente, que tire la primera piedra.




El gran Paco Gandía contaba chistes verídicos con mucha gracia y con un alma muy transparente. Mis historias son como sus chistes, pero sólo me hacen gracia cuando pasa el tiempo, les añado drama, movimiento de manos y las cuento. En esos momentos sí que acabo riéndome de todos los enanos que me crecen antes de montar el circo. El alma no sé cómo la tengo, me la miro y te contesto otro día.

Hace muchos años, iba una vez en el coche con mi madre y le pregunté:
 -Mamá, si tuvieras que elegir una palabra por su sonido, sin pararte a pensar su significado, ¿Con cuál te quedarías? -(Sí, siempre fui un poco Mafalda).
-Pirámide.- Me dijo y sin dudarlo. Ella duda muy pocas veces.
De mi respuesta sí que me acuerdo.Yo la tenía tan clara, que le contesté con la radio de fondo:
-Burbuja.  -No sé si porque soy Piscis o porque me encanta crearme la mía propia.
A mí me alucina como suena... 
           BUR- BU- JA. 
Si la dices rápidamente con acento andaluz suena mejor. Para mis oídos siempre fue bonita, hasta que la conocí en Madrid y se unió a otra palabra más larga: inmobiliaria. Desapareció el atractivo. Burbuja inmobiliaria, ¡Qué Dios nos pille confesados! Pelos como escarpias. El hambre con las ganas de comer. ¡Qué viene el coco!, ¡Temblad, insensatos e insensatas!
Ahora que ha pasado tiempo y que ya tengo un bonito techo, ahora os voy a contar una anécdota que viví hace muy poco. Si Paco viviera me la pediría para contarla, no lo dudo. Yo se la cedería encantada, que conste. 
Resulta que, por circunstancias que no me apetecen describir, tuve que mudarme de casa en menos de un estornudo. Sin perro, sin gato, pero con muchos libros. Gajes del oficio. Yo no era principiante en este deporte de riesgo, ya había buscado casa más veces en Madrid. Ahora resido en mi cuarto caparazón.
Siempre he vivido en el centro por muchos motivos que son míos y en mi mente no entraba otra opción. Una buena tarde de calvario, vi un anuncio en una página de Internet en la que si juntas foto y casa aciertas el nombre y te llevas un sofocón de premio. Esa tarde, aunque te parezca raro, aún no llovía y llamé a mi mejor amigo para que me acompañara. (Lo tienes de testigo por si te llevas las dos manos a la cabeza). Piso en avenida de Barcelona, justo enfrente de la Real Basílica de Nuestra Señora de Atocha. La desesperación de no querer vivir temporalmente debajo de cualquiera de los puentes que cruzan el Manzanares me llevó a buscar habitaciones. Cuando llegamos al piso y pregunté por la habitación me señalaron la terraza. Sí, la terraza. Yo pensé que era una broma. ¿Te acuerdas de Manolito Gafotas? Al menos él dormía con su abuelo… Pues 250 euros, más gastos. 
Cuando comenté lo sucedido, allegados y allegadas me compartieron experiencias parecidas: estudios en los que si no quieres quedarte sin cabeza tienes que andar a gatas, cuartos sin ventanas o con ventanas a la cocina (para ventilar cuando cocinas pescado, por ejemplo) y muchas más barbaridades…Demasiadas ya. 

Y me pregunto, ¿hasta cuándo vamos a tolerar barbaridades? Los deseos de cambiar el mundo pueden ser transparentes, pero a mí me dan miedo todos los que se atreven en voz alta a prometer esos deseos. Horror de golpes de pecho. Con manos sucias no se toca el alimento del alma. La libertad se queda sin oxígeno y la transparencia es un traje de pinchos que nadie quiere lucir. Los reales deseos de cambiar el mundo vendrían como anillos en los dedos a más de un rajá. (Llámese rajá al tontito del carguito que nadie se atreve a analizar y mucho menos a discutir la propia atmósfera de mierda acumulada que arrastra. Bueno discutir sí, pero sólo en los bares. Aún no nos han quitado los veinte euros para cerveza).

Cuando no sé qué me pasa, en realidad son muchas las cosas que me pasan. Llevo días sin poder escribir lo que realmente quiero transmitir. No he tenido tiempo de ordenarme y cuando me lo he propuesto, mi cabeza ha luchado contra esa boca prestada que siempre me creo que tengo. Mis ganas se hermanaban al silencio y, sin remedio, terminaba con un dolor de garganta que nada lo mitigaba. Tengo matrícula de honor en somatizar. Cada parte del cuerpo que me duele te la puedo complementar con hechos verídicos, como los chistes de Paco.
¿Sabes qué me pasa?
Me pasa que la juventud quiere firmarle un contrato a lo que sueña, y no hago excepciones cuando me hablan de delincuentes que deban ser reinsertados en la sociedad. Me pasa que hace dos domingos, yendo en metro, un amigo me escribía por WhatsApp “han encontrado el cuerpo del niño” y se me escapó una lágrima que nunca tuvo necesidad de salir. La infancia es el período de vida más importante, hay que dejarla crecer y nadie puede jugar a matarla. Me pasa que si no te conozco, no me importan tus gustos y me molesta tu “guapa” mientras paseo por la calle. También me pasa que sólo quiero que se me encoja el alma de emoción con un buen libro, o en un concierto y no por ver una cifra demasiado alta de abuelos y abuelas reclamando resúmenes de vidas y descansos merecidos que arrebatan. Me pasa que las malas noticias se imponen y se defienden en barricadas.
Me pasa que una se aferra a esos deseos bonachones de cambios tan básicos…

Pero, ¿qué espero de una sociedad que no sabe decir te quiero y aún menos verificarlo con hechos?
Ahora en el coche ya no le diría a mi madre la palabra burbuja. Le diría transparencia.

Besos en la frente, Mariano.
Ojalá estuvieras aquí, Paco. Tu humor nos traspasaba y nos permitía ver el mundo a través de su masa pesada.


Ana. 




viernes, 9 de marzo de 2018

Donde el corazón te lleve y le lleves.




El tiempo muerto tiene vida. El negro tiene blanco. Las ganas también se dispersan y, a veces, regalan unos deseos tremendos de frenar en seco. Las luces tienen sombras. Los límites tienen personas que saben borrarlos. La inteligencia no siempre es lista y las sonrisas, algunas veces, viajan a ese tiempo muerto del comienzo que siempre está lleno de diversas intenciones. La ausencia no te obliga a echar de menos y el lugar soñado, si lo pisas de imprevisto, te deja una huella más definida y más bonita.
En esta semana le he quitado la etiqueta a los veintiséis. Tengo dos auto invitados en mis bolsillos: los años y los sueños. Agradezco todo lo que soy y tengo. Por eso, a pesar de tener un post mucho más trabajado guardado en el cajón, hoy te enseño un poema. Y  no es mío. Es de esa persona de la que aprendí todo lo que me gusta repetirme a mí misma a diario. Porque Babilonia es un destino, el que tú quieras. Y deseo, de corazón, que algún día llegues… O que el propio corazón te lleve y tú le lleves. 



“Cuando llegues a Babilonia
se abrirán tus pulmones como dos primaveras
y  aspirarás perfumes de especias y de rosas.
Vivirás en una casa llamada libertad, o amor, o algo trascendente.
Algún nombre hermoso e intangible
como un arco iris musical de sensaciones.
Nacerás cada noche con firmamento nuevo.
Tus días tendrán veinticuatro amaneceres
y algunas auroras boreales.
Respirarás algo sutil que ya conoce , ¿recuerdas?
aquel perfume del amor tardío
que deslumbró tu alma con soles de resurrección.
Ya sabes que eso duele, que apasiona y que arde, no importa,
en cada esquina de tu ciudad que es Babilonia
hallarás árboles y gentes
que tú confundirás con ella en la distancia.
Has tardado en llegar, pero ahora
que pisas suelo y cielo de Babilonia
y  te rodean cantos de pájaros invisibles,
pájaros de cuentos y canciones, pájaros de verdad
que has coleccionado sin saberlo durante toda la vida
pájaros que conocen tu nombre -¿cómo es posible?-
y lo recitan por las enramadas y en las alcobas
y celebran que tu rostro sea mensajero del amor
y te rodean, te cercan, no te dejan nunca
porque desean desesperadamente estar contigo
esperando que aparezca aquel guiño de complicidad
de hace tanto tiempo.
Cuando llegues a Babilonia
puedes llorar si quieres hacerlo,
pero nadie te obligará a las lágrimas.
Sólo serán un desahogo del sentimiento.
Y al asomarte a la plaza de las mil fuentes
donde se reúne el amor de Babilonia
búscala, búscala entre el gentío que conversa animadamente,
no dejes de buscarla
porque acaso algún día cuando las noches dejen de doler
y  cesen de crecer tantos recuerdos
Quizá y sólo entonces
encontrarás tu amor en Babilonia".

Florencio Montes.

Gracias a todos aquellos que son mi Babilonia.
Besos en la frente.

Ana 

viernes, 2 de marzo de 2018

La teoría del iceberg.


Dice el refrán que en esta vida se carece de todo lo que se presume, pero siempre hay excepciones. También dicen que el cariño se demuestra con hechos y ahí no hay excepción que valga. Si en algo me considero millonaria es sólo en una cosa: en amigos. No por la cantidad, sino por la calidad. Hoy me apetece presumir de una de ellas con el único cariño que conozco, el que se demuestra. El movimiento constantemente andando. 
Tenemos en común el nombre, la edad, las raíces, los principios, la sensibilidad, el presente en Madrid y la perseverancia en el trabajo. Muchos la conoceréis como Ana Pilar Corral Berbel del concurso de Canal Sur “Se llama copla”. Muchos más como Ana Corbel. Unos como paisana. Otros como compañera. Dos personas como hermana. Otras dos como hija. Y yo como amiga y regalo en esto de la vida.



No es narcisista de su cuna, pero sabe que tiene mucha suerte de haber nacido en Andalucía. Concretamente en Úbeda (Jaén), rodeada de olivares, árboles mediterráneos que cuidaron sus abuelos con recelo, mimos y constancia. Antes de que Ana balbuceara sus primeras palabras, supo que hay que esperar años para que broten las primeras aceitunas y para que de esas aceitunas se obtenga un oro líquido, también.
Nunca quiso decantarse por Biología o Química. De lo que no tuvo duda fue de ser lo que debía y quería ser. Por eso los primeros aplausos que recibió fue en el día de su Primera Comunión, cuando entonó “Ayúdame Señor a caminar” en plena iglesia para el asombro de todos los allí presentes. Me cuenta, que de su docente José Antonio del Olmo (profesor de Música que se emocionó hace pocos días viéndola grande en el teatro Lara), aprendió el “Amo lo que hago”. Este maestro orgulloso le tendió sus manos con tanta generosidad, que en el año 2003 Ana ganó su primer festival, el festival de la canción de Quesada en el que interpretó un tema de Pastora Soler.


Como mujer, alaba a la mujer talentosa. Como guapa, siempre tuvo que demostrar que también es lista. Decidida y valiente sabe que todo suma. Por este motivo, a los 16 años recibió clases de canto en Málaga y fue muy consciente de que una bofetada a tiempo es necesaria y genera milagros. De colocarse bien el micrófono nunca se olvida, tras ese fatídico día en el que le puso voz al musical Camelia y, tras un cambio de vestuario, no lo llevaba encima. Aprendió que un juego es el dominó, no el cantar. Y al cantar recordaba “Ana, pasión siempre. La música está sedienta de pasión”, de su profesor Pedro Gordillo.
Cuando le sumó un año de experiencias a la mayoría de edad, el tema “Mar blanca” de Antonio Molina la hizo pasar tres fases de casting, hasta llegar a ser concursante del programa Se llama copla. Aquella Ana, la que años más tarde por un destemplado momento de sus cuerdas vocales frenaría en seco el “A tu vera” de Concha Piquer para repetirlo en un lleno completo en la plaza de toros de Antequera, se sintió pequeña esa primera vez ante la ropa, las cámaras y la opinión de los que ya dejaron de importar. “No eres imprescindible, pero eres necesaria”, le dijeron. Y ahora guarda ese consejo tanto como las tablas que adquirió en ese formato televisivo andaluz creado por un ángel  y de apellido Custodio.


Para que te bailen, primero hay que saber bailar. Ana lo sabía. Incansable y polifacética con 21 años siguió los pasos de Pilar Astola en su academia de baile sevillana. La luz que el maestro Sorolla le puso a cada uno de sus cuadros, es la luz que a ella le inspira y que sus ojos a diario transportan. Por esta razón, Ana sabe que el arte no tiene puertas y mucho menos cerradas. 
Evitando un futuro “tenía que haber hecho”, hace dos años decidió abrir las alas en Madrid. Ella que se emociona con los que se emocionan con su voz, que no se sonroja con un “¡Qué guapa eres!”y que le pone firmeza a sus pasos cortitos, a sus 23 años decidió estudiar en la capital de España Interpretación y Técnica Lírica. En cada casting semanal al que asistía, lidió con eses forzadas y jotas marcadas de gatos, Isidros, Palomas y Almudenas.

A Ana se le cayeron los miedos y nunca los anillos. Por eso sabe el dolor que causan unos tacones de azafata cuando el deber y el hacer no concuerdan con el sueño innato del alma.
Si le preguntas por el futuro, antes dudaba la respuesta. Ahora te contesta que se imagina luchando. Mucho tiene que ver en eso el productor Paco Ortega. Su “Necesitas un proyecto” derivó en el presente dulce y merecido que ahora disfruta en carne propia. Dos temas, un single y horas de estudio derivaron en historia. La historia en un sueño y Ana lo llama “primer trabajo discográfico profesional”. Las listas musicales lo llaman Ana Corbel. Y los que la queremos lo catalogamos en obra de arte.


Esa chica, a punto de cumplir 26 años, no disfruta viéndose en pantalla. Se aferra a su abuelo Juan Manuel cuando quiere sentir ese amor incondicional que nadie puede pagar y entona “Andaluces de Jaén” en el disco homenaje al poeta Miguel Hernández con un pellizco en el corazón. 
Cada vez que se baja del escenario, antes de beber agua, busca las caras de sus padres y respira hondo. Ella, la que se alegra del bien ajeno y prefiere sólo saber los nombres de sus amigos. Ella, la que no se atreve a compartir una charla con Alejandro Fernández, ni teniéndolo a medio metro, aunque sueñe un dueto con él en uno de sus discos. Esa chica constante, pasional, generosa y sincera es mi amiga. Tomar un café con ella es sanador. Verla crecer me pone tan feliz como un éxito propio.


Hoy te he contado la trayectoria de Ana porque puede que te represente de alguna manera si has luchado con uñas y dientes por un sueño. A mí me hace confirmar una teoría que, permíteme, me ha identificado siempre. La teoría del iceberg de Ernest Hemingway. Esa teoría en Psicología viene a representar eso de que sólo tiene nuestra atención aquello que percibimos a simple vista. Sólo divisamos  la punta del iceberg, nunca el inmenso bloque de hielo que es invisible a nuestros ojos y que perdura en las profundidades del mar. Sólo vemos un 20% de ese hielo. Sólo un 20% de ese trabajo constante.


Antes de juzgar a una persona, acuérdate de esta teoría. Te harás un regalo a ti mismo, no perderás el tiempo en vidas ajenas y todo lo que irá llegando para quedarse será bueno. Recibirás regalos. Mírame a mí, me llegó Ana. Mi amiga Ana.



 Besos en la frente.

Ana