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miércoles, 26 de septiembre de 2018

El farero de mi faro.

 “A veces, nuestra propia luz se apaga y se vuelve a encender por una chispa de otra persona. Todos tenemos algún motivo para estar profundamente agradecidos con aquellos que han vuelto a prender la llama dentro de nosotros”. 
Albert Schweitzer. 


Esta frase me sorprendió la semana pasada en el camino de vuelta, tras comer con David y despedirme de él. Soy de las que piensan que tenemos tanta información diaria ante nuestros ojos, que irremediablemente seleccionamos sólo aquella que nos queremos creer. Voluntaria o involuntariamente. Causal o casualmente. Esta frase que menciono, me recuerda a David, a mi amigo David Cantero. No sabía muy bien cómo empezar estas líneas y gracias a la rapidez de Google recuperé esta frase del Premio Nobel de la Paz de 1952. Me la creí y así he podido empezar.

Algunas veces, depende y según para qué cosa, los dedos de una mano resultan excesivos como herramienta de medida. Sobre todo, si se trata de contar a aquellos que valen más por sus silencios que por sus palabras o a los que te ayudan en la sombra con una empatía desbordada por el simple placer de ayudar. 
La primera vez que me crucé con David fue en el estreno de una película hace ya tres años. Tú, que me lees, sé que lo conoces. Él respeta y acepta los modos formales del Periodismo todos los días a las tres de la tarde con traje y corbata desde el plató de Informativos Telecinco. Contar lo más destacado del día es una gran responsabilidad diaria que le apasiona y presentároslo en este pequeño rincón también lo es para mí. Pero yo te voy a mostrar al David que nació para estar descalzo frente al mar, al hogareño, al de la gigante faceta artística creativa, al que pulió su timidez y su enorme sentido del ridículo con el tiempo, al que disfruta leyendo “Crónicas marcianas” de Ray Bradbury, al que vuela desde hace más de cuarenta años en una moto y al que hizo desaparecer mi inseguridad con consejos oportunos.


 David comenzó en este maravilloso mundo de los medios de comunicación muy joven y como auxiliar de cámara, aunque siempre tuvo muy claro que quería contar lo que sucedía. Aprendió de cada uno de los profesionales que la vida le puso por delante y ser autodidacta le ha salvado de muchas batallas. Como figura pública, le avalan más de veinte años mirando a los espectadores sin adjetivar las cosas que le indignan y no habla de sus creencias espirituales, ni políticas. Evita cargar con esa espada de Damocles en vano. Como genio y figura en su faceta privada, escribe, pinta, practica deporte, toca la guitarra, fuma, ama a su familia y siempre tiene tiempo para sus amigos y para sus soledades voluntarias. David prefiere disfrutar de una película desde el sofá de casa sin toses, ni palomitas ajenas y en el teatro, desde el patio de butacas por el respeto que mantiene el público que lo frecuenta. Odia los selfies porque sale fatal y ante el encasillamiento de “Richard Gere español” suelta una carcajada y se autodefine como gañán. A él con estar cómodo y aseado le basta y no cuenta las repeticiones del mismo modelo de pantalón que tiene en el armario.

En uno de esos días críticos en los que yo estaba un poco rota, aunque me hacía la entera, tuvo palabras de aliento, me invitó a su trabajo y me recordó que todos tenemos dos alas y una cantidad ingente de opciones. Sus consejos fueron y son precisos, directos y correctos, al igual que el lenguaje que utiliza frente a la cámara. Él sueña con un programa informativo en el que pueda llamar a las cosas por su nombre y yo, como tengo este pequeño rincón para hacerlo, llamo a David “farero de mi faro” sin bañarme en exageración.


(Faro dibujado por David).


Mi faro ya tiene farero, mar en calma, supervivencia y trazos acertados.
Gracias, David, por esa llama que mencionaba al principio del texto: la llama que prendes y por consecuencia, desprendes. Toda la tienes en tus retinas.
Ahora el camino continúa, los barcos se adentran en el mar para batallar al son de la marea y llegar a buen puerto.  Y cada vez serán más y más los que busquen indicaciones en el litoral marítimo. Pero todos tendrán algo en común: agradecerán tu mano de obra, tu luz y tu profesión en peligro de extinción: farero de mi faro.

Gracias por ser GPS y torre alta sin caer. Cuenta  con mi admiración y cariño para siempre. 



 

miércoles, 19 de septiembre de 2018

Aún te queda, aún me queda.



Recordaré este verano por todo lo que aprendí. He de decirte que nunca me fui del blog por falta de ganas, sólo por la escasez de tiempo que derivó en ideas planas, las cuales no me apetecieron dejarlas en este pequeño rincón para la posteridad.

Después de tormentas inesperadas y calma bien avenida, después de trabajo, presión en el pecho, diferentes puestas de sol en el mar, cervezas sanadoras, folios desperdigados de una novela a medio terminar, charlas coherentes y diversos abrazos que por suerte llegaron, he vuelto.
Retomo con amor, organización y mente clara. La luz de este faro me acerca a ti, siempre lo supe.  Por esta razón, la voy a nutrir con historias y te voy a continuar presentando a las personas que me acompañan en el camino.



He vuelto entusiasmada, sólo para decirte que aún te queda mucha vida. Te quedan muchos sueños a los que cortarles la etiqueta. Te quedan por conocer muchos corazones agrietados que rechazarán tu amor porque no te lo pidieron. Te queda mucha valentía por experimentar, escandalosos despertadores por apagar y demasiados silencios por controlar que ganarán el oro. Te quedan hielos por derretir, colillas por apagar, muchos libros por abrir y canciones por pasar. Te queda darle voz y voto a la resiliencia, dejarte querer y olvidar sin recordar. Aún te quedan primaveras, veranos, otoños e inviernos por sacar del armario y que te abrochen. Te quedan ojos a los que nunca vas a cansarte de darles las gracias. Te quedan camas, terrazas, mensajes inesperados y secretos selectivos confesables. Te quedan cortes de pelo, zapatos nuevos y lugares a los que siempre desearás volver. Te queda egoísmo ajeno sin comprender y piropos que no pedirás, pero que te volverán el corazón más rojo. Te queda mentira por esquivar y colocar focos puros en el único camino que tiene la verdad. Te queda hacer horas extras para escuchar y un sinfín de puertas por cerrar. Te queda sol, te queda luna. Te quedan golpes de suerte y pruebas del destino que te servirán para seleccionar a las almas que siempre vas a querer que sostengan la tuya.
Aún te queda, aún  me queda.

Empezaba este texto diciéndote que he tenido un verano maestro y te lo argumento. En una de esas charlas coherentes que mencionaba antes, un amigo me explicó la teoría del sándwich en Psicología. Es maravillosa. Te cuento: sirve para que esa persona que tienes justo enfrente acepte tus sugerencias y tus cambios. Un sándwich se divide en tres capas y la teoría que te voy a contar, también. En la primera se expresa amor, el corazón se ablanda y no se usan palabras que puedan molestar a tu receptor. En la segunda capa, se lanza el objetivo y el “pero”. Se suelta  el mensaje de lleno, sin anestesia. En la tercera y última capa se vuelve a las buenas palabras y preciosos deseos. Más, menos, más. A veces, la letra con sangre no entra. Ese refrán nos lo han vendido como tantos ultraprocesados “buenos para la salud” que nos llenan la nevera. Creo, sinceramente que esta técnica es correcta hasta para los egos más grandes. “La mano izquierda”, que se dice en mi pueblo. Y ahora releyendo esta entrada me he dado cuenta de lo interiorizada que tengo esta teoría gracias a mi amigo: he empezado con buenas palabras, te he dicho todo lo que aún te queda y ahora me despido con amor.

Me fui para desenredarme el caos. He vuelto por el placer de volver.
Gracias por hacer que me ilusione con la simpleza de un “te echaba de menos”.

Bienvenidos/as a La luz de mi faro.


Besos en la frente.

Ana