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miércoles, 31 de octubre de 2018

Impulsos.




La curiosidad lleva a la muerte pero nunca le preguntaron a ese gato popular si se mató por placer o sólo se hizo el muerto tras atreverse a conocer lo nuevo. Yo confío más en lo segundo, así ahorró en explicaciones. El gato sigue vivo en algún lugar del mundo de cuyo nombre no quiere acordarse ni él.

Ahora fuera tesis, de lo que sí estoy segura es de que la curiosidad lleva al impulso, al ya lo hago. Y a mí todo eso me gusta porque un impulso no tiene copia legal. Es sólo uno y detrás de ese uno, viene otro y otro y otro más… No te dejan en paz. Imprudentes, acertados, saltos al vacío en los que pierdes los dientes, acciones de cambio, corazonadas que ponen a prueba la intuición. Pero no me dan miedo. No le temo a lo que no se puede remediar.
A mí me dan miedo los fantasmas que se adueñan del brillo ajeno para parecer más transparentes, las aguas mansas, todo lo que el viento se llevó antes de tiempo, las moscas que van a la mierda, las realidades virtuales que piensan muchos mientras que conduce el chófer, el desprecio a la acera de enfrente, la vuelta a la ley del aborto de 1985 y los tontos que se delatan abrazados a un carguito.
Le tengo miedo a la mujer que se le va poniendo cara de florero, a las puñaladas envueltas en sonrisas como el bocadillo en el bolso para merendar y a los virus que antes de aparecer, ya intentan comerse el terreno de un cuerpo sano.
Me da miedo el abogado cajero de supermercado que se siente inmóvil y se imagina enchaquetado. El que en cada cartón de leche divisa todos esos casos que sueña defender. Me da miedo la obsesión enfermiza que acompaña al verbo ahorrar y “el más rico del cementerio” a título póstumo. Me da miedo la gente que mira al camino sin amigos, la falta de respeto, el amor de conveniencia y la mediocridad recibida en monedas ante las horas extras.
Me da miedo el desarraigo y la falta de principios, los olvidadizos ante su cuna, la basura acumulada y el cariño inventado en el momento. Me da miedo el cáncer, el ictus y el estrés innecesario, la lluvia que sorprende con el paraguas roto, el hospital que me trae recuerdos dolorosos, el disimulo de un enamoramiento que desborda y la felicidad permanente.

Pero es que al fin y al cabo, el miedo es una emoción muy desagradable que todos sentimos, padecemos y que en estos días se vende en escaparates. Nunca entenderé eso de disfrazarse. Todo es mucho más básico: realmente damos miedo por estar llenos de miedo, al natural, por toda la lista que tenemos dentro llena de terrores sin reconocer y que duelen cuando se les caen la careta y nos lo recuerdan en jeta propia.
Me despido. Tenía la curiosidad de escribir por aquí un 31 de octubre. Ha sido un impulso nuevo. Ya conoces algunos de mis miedos, aunque no todos. Querido gato: yo me hago la muerta nada más.


jueves, 25 de octubre de 2018

Medallas.




Las medallas que uno se cuelga son silenciosas. Las que te cuelgan los demás, no me las creo. En resumen: me dan una pereza extrema.
¿Por qué se habla tanto de ellas? Eso es un misterio para rellenar contenidos de diez temporadas de Iker Jiménez. Son paranormales, de chiste, como aquel que soltó hace unos días una tal Tejerina de un niño andaluz de diez años que sabe lo mismo que uno de ocho de Castilla y León. Aún le estoy intentando encontrar el sentido del humor a esa señora… He tardado en mencionarla porque yo también fui niña andaluza y los años de retraso “hacen mella”.

Cada vez que las personas juzgan, ofenden y ponen medallas, aunque sea de manera irónica, creo que en el fondo nunca pretenden opinar, sólo desean llevar la razón. Creer que se tiene la verdad absoluta me parece un comportamiento cromañón tan peligrosamente establecido en este lugar llamado mundo… Y es que al fin al cabo tampoco hemos avanzado tanto. Seguro que algunos y algunas aún encienden el fuego con dos piedras en sus casas y no presumen de su hazaña para que otros no les asignen la tarea de influencer, tan en el candelero a estas horas. La ignorancia es atrevida y la falta de referentes hace que el colgar medallas sea un acto reflejo como el pestañear. A ver quién le dice ahora a los cromañones primitivos que mataban animales para sobrevivir que el futuro era esto y que seguimos haciendo lo mismo, pero vamos de modernitos que levantan el vuelo con tecnología.

Yo no he venido hoy aquí a este pequeño rincón para contar las medallas que me cuelgo. Ya te he dicho antes que son silenciosas y además tampoco son tantas. No es modestia. Las hay que me agradan, otras me pesan y cuanto más me han colocado los demás, más celosa me he vuelto de mi vida privada. Hace muchos años, tantos que parece antes de ayer, cuando yo empezaba en la televisión me colocaron la medalla de “mona y nieta de Florencio”. He de añadir que yo vengo de pueblo tanto para lo bueno, como para lo menos bueno. En esa época, me creció el ruido de una opinión que nunca entendió mi juventud y mis tareas novatas en la jungla. A mí, como consecuencia, me nació el derecho a equivocarme. Nadie supo las lágrimas que algunas veces me atravesaron los ojos. Ahora una ya le ha dado de comer a su criterio propio y lleva media jungla atravesada como se propuso, por ello en mi biografía de redes sociales me presento como nieta de Florencio y el “mona” ya me lo dicen en casa. Antes de que me ensucien la medalla, ya me la pongo yo bien limpia como buena afortunada desde la cuna.

Para sobrevivir a ellas se necesitan más de cinco sentidos y dejar que las uñas se conviertan en garras. Creo que si te lo propones de manera interna, lo mismo que de la cárcel actualmente se sale fácilmente y con estudios a tu elección, también se sale de esas distinciones impuestas. Porque de una medalla no se come toda la vida. He visto a tanta gente válida, grande y hundida en ocasiones por creerse este tipo de insignias, me he llevado tantas veces las manos a la cabeza… Que hoy por ese motivo, he decidido dedicarle unas líneas. Hay quien las llama perlas, pero como muchas de estas se quedan en cuerpos de moluscos y pocas se terminan convirtiendo en piedras preciosas, he decidido llamarlas medallas, que tienen mayor visibilidad.
Ya me despido. Mi madre cada semana me frena. Como dice Karmelo Iribarren: “Al principio quieres cambiar el mundo y al final te conformas con dejar el tabaco. No hay más. Así de cómico y así de trágico”. Yo de momento me conformo con quitármelas todas para escribir porque, si se me enrollan en el cuello, pueden cortarme la respiración. Y no es plan, que el camino es largo, la jungla extensa y los acantilados repentinos. Y una medalla, aunque sea de oro, no deja de ser un objeto inerte. Para valor, la vida… La que cada uno quiera llevar.

martes, 16 de octubre de 2018

El arte de desertar, pura elegancia.



Dice la religión con la que comulgo por muchos motivos que no vienen a cuento que “al lugar donde has sido feliz no debieras tratar de volver”. Y no debes. No vuelvas. Hazte el sueco. Cuenta hasta tres como una gallina ciega. Échale la culpa a tu despiste o a tu memoria, la que ya “no se acuerda” de reconstruir.
¿Has calculado las horas perdidas que tiene un simple ir y venir? Contestate, pero seguro que no porque son muchas. Ahora no te pongas a contar… No hay tiempo. Un despiste acertado te lleva al fin del mundo, a las puertas del paraíso y también tiene función antiinflamatoria.

La palabra desierto proviene del latín y de ella deriva desertar. Aparte de sus elementos léxicos, a mí me gusta pensar que las dos se crearon para acompañar a la valentía. Tanto para abandonar las guerras que nos imponemos, como para divisar el oasis sin olvidar el motivo de la sed, se necesita valentía.
He de reconocer que cuando creo pasar desapercibida, soy una desertora que no espera autorización para decir adiós. Abandono ejércitos que han luchado en batallas que dejé de sentir como mías. Corto de raíz y automáticamente me cierro la puerta de madera dura, fluyo y el tiempo me convalida tres ventanas por las que entran brisas de un cambio que ansiosamente esperaba. A ese suspiro que me regala el aire, coloquialmente se le conoce como paz.
Todo cambia y se altera. Hasta el color de las nubes metamorfosea y el largo de uñas actual, mañana se vuelve más prolongado. Pero de repente, llega ese día en el que sales de la ducha con las uñas blanditas como plastilina y con un “se acabó” a lo María Jiménez  aprietas el cortaúñas sin remordimientos. Porque estás vivo, estás viva y no quieres volver. La inmutabilidad representa a la muerte, pero con más letras y más tiempo para pronunciarla.

Soy desertora y a pesar de mi corta experiencia en el currículum, en mi techo proyecté estrellas que hasta entonces nunca habían salido porque jamás me encargué de lanzarles luz propia en plano contrapicado desde el foso.
¿Sabes? Nadie nace con el don de desertar a la perfección ni en el amor, ni el trabajo, ni en los pensamientos propios. Desertar con arte y sigilo es un don, como el pintar hasta en una servilleta de Casa Pepe, mientras Pepe trae la cuenta.
¿A cuántos y cuántas os nacieron tres hijos guapos imaginarios con alguien que ahora no ocupa ninguno de los primeros puestos en WhatsApp, ni en llamadas recientes? ¿Cuántos y cuántas os sentisteis imprescindibles en un trabajo en el que ahora no dais los buenos días? ¿Cuántos y cuántas acudisteis  al médico por alguna dolencia pequeña porque el otro día se murió de repente el primo de la vecina del quinto y por menos se muere la gente? El poder del para siempre en enamorados, en  trabajadores que aman su trabajo y en hipocondríacos silenciosos. Damos por hecho sin descartar, sin ni siquiera pararnos a pensar lo cómoda que puede llegar a ser la silla del rincón de pensar. 
Los “para siempres” están sobrevalorados. Sí que existen, pero creo que uno de los principales problemas de esta sociedad es utilizarlos en vano y desertar poco de ellos. Quizás por el rollo del consumismo, quizás porque queda bonito en redes sociales ante esa intensidad interna que espera su minuto de gloria… ¡Qué sé yo! Esa respuesta no me la dieron en el colegio. 

El otro día leí en prensa que el olor a anciano/a aparece en un cuerpo humano a partir de los treinta años (a mí después de varios “señora” de bocas ajenas, ya me queda menos. Pero lo camuflaré). Creo que de igual manera que ese olor se apodera de nuestros cuerpos, el saber desertar a la perfección actúa de la misma manera.
El tiempo impone el “yo” por delante. No me refiero al ego al que muchos se agarran sin admitirlo como esa mucosidad al pecho en los días de resfriado, me refiero al “yo” necesario traducido a un amor propio básico. El amor que deserta a lo inservible y que cuando lo miras de frente no te lleva a ningún desierto. El arte de desertar, pura elegancia. 
Hoy quería dedicarle unas palabras a ese amor básico por el que nunca pasan Navidades. Amor humilde, auténtico y a veces olvidadizo. Ese que entra en el cupo de “para siempres”. Amor de ir y venir al que instintivamente hay que volver. Ya termino: porque es en ese lugar donde no sé si hemos sido, pero sí sé a ciencia cierta que aún estamos a tiempo de ser felices. 



sábado, 6 de octubre de 2018

Lorenzo Caprile, maestro de la costura.

La moda nunca me ha quitado el sueño, no me obsesiona y me limito a elegir la ropa que me gusta y que creo favorecedora. Desde un tiempo atrás, me tiro a la piscina de la comodidad. Esto no quita la admiración que siento por el mundo del traje a medida. Quizás, porque mi infancia transcurrió en el taller de una abuela costurera entre máquinas de coser e hilos. Una abuela que intentó exaltar mi astucia con la aguja y que abandonará este mundo sabiendo que su esfuerzo fue en vano.

La profesión que elegí, afortunadamente me ha acercado a grandes profesionales y me ha agrandado la admiración de la que te hablaba antes. El otro día visité las entrañas de un taller que abrió sus puertas en Madrid en el año 93 en pleno barrio de Salamanca. 
¿Quién me iba a decir a mí que iba a pisar el taller de Lorenzo Caprile
La vida tiene unos giros grandiosos... 




A él lo conocí hace unos días en el teatro. El tabaco mata, pero si fumas en los descansos del trabajo, Lorenzo te alarga la vida. Sus opiniones van con hilo fino y resistente, como sus puntadas. El escepticismo que no puede evitar ante el mundo en el que vivimos, lo suple con disfrutar el momento presente. Dice que “eso es una ventaja que te brinda la edad”, porque como creyente “el mañana sólo Dios lo sabe”.
Piensa que “el mejor proyecto es el que está por llegar”, por eso cuenta las horas para el estreno de sus últimos quebraderos de cabeza transformados en arte: El médico, la adaptación musical del best seller del estadounidense Noah Gordon que puedes ver a partir del 17 de octubre en el teatro Nuevo Apolo de Madrid. Lorenzo ha seguido paso a paso las indicaciones valiosas del autor para ejercer como nadie su faceta como figurinista. El teatro le hace feliz, tanto como el amor a los trapos que le inculcó su madre. Elegir meticulosamente las telas para cada actor no ha sido coser y cantar. Por eso, agradece el buen hacer de su equipo consolidado y “lo fácil que se lo hemos puesto todos” (me adjunto).






No le gusta la televisión, pero ahora vuelve a vencer su pudor y la vergüenza tonta en la segunda edición de "Maestros de la costura" en TVE.
El modista no lleva la cuenta de mujeres que ha vestido, ni considera un trabajo más importante que otro, aunque se siga hablando hoy en día del traje rojo que lució la Reina doña Letizia hace catorce años en la boda de los príncipes de Dinamarca, “que eso en moda equivale a siete siglos”.  

Para él, el estilo es inteligencia y sentido común, y para mí la inteligencia es la suya: vivir en un hotel como Al Capone, no tener smartphone por miedo a esa posible adicción común que sufrimos todos y el fomentar su amor a la literatura y al lenguaje sin hacer uso de anglicismos.






Sólo puedo darte las gracias, querido Lorenzo. Gracias por tu carácter, tu genio, tu respeto, tus bromas, tu exigencia en el trabajo y tu generosidad. Como decía al principio, me limito a elegir la ropa que me gusta, por eso hoy estás aquí en mi faro. 
Gracias por llegar cuando no te esperaba y enseñarme tu forma de ver el mundo y las telas que guardas en tu paraíso. A mi abuela te la tengo que presentar.



-Enlace para escuchar la entrevista: