Entrevistas                                               Textos 

lunes, 31 de diciembre de 2018

El último café del año.



Me tomo el último café del año como si fuera el primero. Este líquido viaja en mi cuerpo en más ocasiones de las que el médico me recomendó, pero desobedezco por inercia. El café ha convertido en reales a muchos de esos sueños que creían ser sólo imaginarios. Bueno, el café y mis nervios.

Hoy no voy a beber del agua pasada, sigo con mi café como ya sabes. Los archivos vividos están clasificados en orden cronológico por emociones y sería deshacer la estantería de 365 baldas con tantos libros como días y noches.
En este 2018 no he tenido la casa de mis sueños, ni el jefe que ha multiplicado los abrazos que doy en Sevilla. Me han intentado pisar sueños, opiniones y autoestima en un lenguaje coloquial y dañino, tan atrevido como ignorante.
Lo mejor ha sido el aprendizaje. Ahora sé que para vivir no hay que matar a los demás  y presumo de mantener la dentadura intacta. Agradezco lo que llevo dentro, encima y dejo a los lados. Me lleno la cara con besos que llegan de frente y alimentan La luz de mi faro. Me esperan en el camino sólo los pies por los que me dejo acompañar y las alas de niña soñadora con las que crecí nunca se rompieron.
Leí hace unos días: “El maestro sólo aparece cuando el alumno está preparado”. Y así ha sido y es: el 2018 apareció y me preparó. Ahora no soy, pero sí estoy lista. Resistí para llegar a este último café del año. El poco y bueno lo aplico a todos los ámbitos. El mucho y malo lleva a esa hipocresía tan tóxica como el machismo que tanto acecha.
Soy feliz con lo puesto y más con las maletas que dejé.

Todos los finales predicen un nuevo comienzo. Por eso al nuevo año que estrenamos en horas le pido valentía, más seguridad en mis actos, echar de menos a la misma estrella, encontrar mi sitio en un país de cristales rotos con olor a poder corrompido, seguir cuestionándome, mantener las mismas debilidades y tantos pájaros en mano como paciencia en las venas.
Un buen amigo me decía hace unos días: “Ana, el talento aflora”. Pues que el nuevo año venga con todas esas oportunidades para que tus talentos y los míos afloren.
Gracias a todos los corazones que me han ayudado a sentir estas líneas.
Salud, amor, luz y criterio propio para ti.
Esto acaba de empezar.
Cúbrete las espaldas.
Sé feliz.
Te beso en la frente. 

Ana

martes, 27 de noviembre de 2018

Mi maestro me lee.




No me llevo bien con los días en los que por sistema estamos obligados a celebrar algo, pero también odio las aceitunas y de pequeña las comía rellenas de anchoa. Hago excepciones. El radicalismo del blanco y el negro divide tanto como las ideologías. Sin embargo, el gris une como buen intermediario que es. Ahora recordando, yo tuve una goma de borrar de color gris casi vitalicia. Digo casi porque ya no la conservo, pero me acompañó en muchos cursos escolares durante tantos años como mi maestro. Borré con ella más números que letras. Los que me conocen desde hace muchos años saben que en cuarto de la ESO me aprobaron las Matemáticas por lástima y por todo el dinero invertido de mis padres en esas clases particulares a las que llevaba calculadora y nunca oídos. Iba para letras y en cuatro palabras: me dejaron por imposible.

Hoy se celebra el día del maestro y he de reconocer que no me acuerdo de todos. La memoria selectiva me alarga la vida, tanto como a ti y con las pérdidas de memoria a corto plazo hundí a muchos maestros enemigos "insumergibles" todos como el Titanic, de los que nunca entendí ese porqué chocar tanto con mi bloque de hielo. La que hablaba en clase siempre era yo, oiga usted con la manía… Ahora ya no tengo ese egocentrismo adolescente y aunque no me acuerde de sus nombres, les doy la razón. La comprensión matemática corta, pero la lengua larga. Asumido está.

Afortunadamente una crece, evoluciona, agradece el haber perdido tanto el tiempo en raíces cuadradas y sonríe cuando le escucha la voz a través del teléfono al único profesor que conserva en su vida actual. La goma gris se desintegró, pero Juanma sólo usa ese verbo con las faltas de ortografía. Él fue mi profesor de Lengua y Literatura durante muchos años, también mi vecino y pasaron los años y derivó en confidente, sin dejar nunca su oficio docente. Yo la literatura, sobre todo la poesía, la traía bien amada de casa, pero el amor me lo agrandó él cada vez que recitaba a Lorca, a Salinas, a Machado… Fueron muchos los que desfilaron por su garganta y continuaron por mis sueños. Siempre me gustó encontrarme con él por la calle cada vez que paseaba a su perrita, compartir un café o comer en su casa. Nunca me faltó un consejo, nunca me falta, siempre aparece de manera oportuna.
Ahora no nos vemos todo lo que me gustaría, lo urgente no deja tiempo para la importante (para recordarnos ese dato ya tenemos a diario los anuncios publicitarios navideños) , pero hoy es el día del maestro y el otro día recibí un WhatsApp suyo en el que me decía :“¿Dónde guardas la chistera de la que sacas estos artículos tan sorprendentes, originales, sentidos y bien escritos…?” Él no lo sabe, pero tampoco sabe que ese mensaje me hizo llorar. Mi maestro me lee. Invierte algún tiempo de su jubilación para leerme el caos, ¿sabes qué sensación tan bonita? He de añadir que también lo invirtió para ejercer de actor en mi ópera prima “Mi mejor consejo”, la cual puedes ver a la derecha de este blog. Él siempre invirtió tiempo y aprendizaje en mí. En presente me lee.

Querido Juanma, siento decirte que la chistera no existe, pero el artículo de hoy sale concretamente del cariño que me nace cada vez que te recuerdo. Quizás del balance que hace una cuando le quedan pocas horas para volver al trabajo, se da cuenta del paso de los años y del valor intangible que tienen los que la acompañan en los negros, blancos y grises.
Gracias por amar tu vocación, por contagiarla, por tu huella, por tu amparo y tus lecciones de maestro inmortal. ¡Ah! Y por leerme. Te abrazo en tu día. Te celebro siempre.

¡Feliz día a todos los maestros y maestras! 

lunes, 26 de noviembre de 2018

Paco León, ardiente e imparable.


Mientras el frío se cuela por las costuras de noviembre, Paco León arde. Él a contracorriente, tan libre, tan acertado, tan proyector de ideas que derivan en arte…

Hoy he charlado con él. Junto a la diseñadora Ana Locking, Paco ha presentado la colección cápsula de Arde, su última serie. Ropa, complementos... Paco no encuentra su palanca de frenos y si la ha localizado, le da la espalda.
Cuando lo comparan con Almodóvar sonríe con un “ya me gustaría” y define al director manchego como “historia” y a él mismo como “uno que hace cosas locas y diferentes”.

Arde Madrid surge de la necesidad de unirse a su chica para hacer televisión de pago, espacio en el que Paco ve el futuro y lo adjetiva con un “interesante”. A él la inspiración le pilla trabajando en historias que aún nadie ha contado, por eso de manera casual tropezó con Ava Gardner, con sus respectivas anécdotas durante su estancia en Madrid y no dudó en dar vida a todas esas fiestas y desencuentros que en su día le dieron a la actriz estadounidense. La localización de una España franquista (que aún resurge en periódicos de hoy, pero por otros motivos) ha vuelto a nuestras pantallas a través de los ojos de Ava, mezclando flamenco, pudor, desenfreno, inercias, costumbres, borracheras, puertas “padentro” y puertas “pafuera”. Y si de algo entiende Paco es de puertas, ya que su arte es como el campo: no tiene.
Para él, “cómo comunicar la serie y comunicarla es lo mismo”. Ya decía Lola Flores “que hablen bien o mal, pero que hablen”  Y Paco comprende ese lenguaje. Todos sus trabajos están en boca del mundo mucho antes de que vean la luz. Por eso alabo todo el tiempo que invierte en darle de comer a su propia marca personal, a su marketing y a su imaginación infinita. Tres ingredientes que cocina con un cuarto: sentido del humor. En cada uno de ellos cuenta con amigos y amigas que nunca saben decirles no y da las gracias como muy bien nacido que es.

Paco es actor por encima de todas sus facetas, pero le demuestra al mundo que se puede estar en misa y repicando dirigiendo la claqueta de su Arde. Se siente tan cómodo, que ya piensa en la segunda parte de la serie.



Paco incansable, Paco innovador, Paco cercano, Paco que reinventa el pasado, Paco de presente con agenda gorda, Paco de futuro improvisado con tiempos trabajados, Paco de Carmina, Paco andaluz, Paco ciudadano del mundo.

¡Qué fácil es escribir sobre ti! El frío se cuela por las costuras de noviembre, pero tú ardes y los demás nos dejamos arder. No dejes de inventar cosas para que sigamos encontrándonos, Paco. Te espero siempre en este rincón. Gracias por una mañana tan bonita. Un placer verte ardiente e imparable, creando escuela. 





-Aquí tienes el enlace de la charla: 

miércoles, 31 de octubre de 2018

Impulsos.




La curiosidad lleva a la muerte pero nunca le preguntaron a ese gato popular si se mató por placer o sólo se hizo el muerto tras atreverse a conocer lo nuevo. Yo confío más en lo segundo, así ahorró en explicaciones. El gato sigue vivo en algún lugar del mundo de cuyo nombre no quiere acordarse ni él.

Ahora fuera tesis, de lo que sí estoy segura es de que la curiosidad lleva al impulso, al ya lo hago. Y a mí todo eso me gusta porque un impulso no tiene copia legal. Es sólo uno y detrás de ese uno, viene otro y otro y otro más… No te dejan en paz. Imprudentes, acertados, saltos al vacío en los que pierdes los dientes, acciones de cambio, corazonadas que ponen a prueba la intuición. Pero no me dan miedo. No le temo a lo que no se puede remediar.
A mí me dan miedo los fantasmas que se adueñan del brillo ajeno para parecer más transparentes, las aguas mansas, todo lo que el viento se llevó antes de tiempo, las moscas que van a la mierda, las realidades virtuales que piensan muchos mientras que conduce el chófer, el desprecio a la acera de enfrente, la vuelta a la ley del aborto de 1985 y los tontos que se delatan abrazados a un carguito.
Le tengo miedo a la mujer que se le va poniendo cara de florero, a las puñaladas envueltas en sonrisas como el bocadillo en el bolso para merendar y a los virus que antes de aparecer, ya intentan comerse el terreno de un cuerpo sano.
Me da miedo el abogado cajero de supermercado que se siente inmóvil y se imagina enchaquetado. El que en cada cartón de leche divisa todos esos casos que sueña defender. Me da miedo la obsesión enfermiza que acompaña al verbo ahorrar y “el más rico del cementerio” a título póstumo. Me da miedo la gente que mira al camino sin amigos, la falta de respeto, el amor de conveniencia y la mediocridad recibida en monedas ante las horas extras.
Me da miedo el desarraigo y la falta de principios, los olvidadizos ante su cuna, la basura acumulada y el cariño inventado en el momento. Me da miedo el cáncer, el ictus y el estrés innecesario, la lluvia que sorprende con el paraguas roto, el hospital que me trae recuerdos dolorosos, el disimulo de un enamoramiento que desborda y la felicidad permanente.

Pero es que al fin y al cabo, el miedo es una emoción muy desagradable que todos sentimos, padecemos y que en estos días se vende en escaparates. Nunca entenderé eso de disfrazarse. Todo es mucho más básico: realmente damos miedo por estar llenos de miedo, al natural, por toda la lista que tenemos dentro llena de terrores sin reconocer y que duelen cuando se les caen la careta y nos lo recuerdan en jeta propia.
Me despido. Tenía la curiosidad de escribir por aquí un 31 de octubre. Ha sido un impulso nuevo. Ya conoces algunos de mis miedos, aunque no todos. Querido gato: yo me hago la muerta nada más.


jueves, 25 de octubre de 2018

Medallas.




Las medallas que uno se cuelga son silenciosas. Las que te cuelgan los demás, no me las creo. En resumen: me dan una pereza extrema.
¿Por qué se habla tanto de ellas? Eso es un misterio para rellenar contenidos de diez temporadas de Iker Jiménez. Son paranormales, de chiste, como aquel que soltó hace unos días una tal Tejerina de un niño andaluz de diez años que sabe lo mismo que uno de ocho de Castilla y León. Aún le estoy intentando encontrar el sentido del humor a esa señora… He tardado en mencionarla porque yo también fui niña andaluza y los años de retraso “hacen mella”.

Cada vez que las personas juzgan, ofenden y ponen medallas, aunque sea de manera irónica, creo que en el fondo nunca pretenden opinar, sólo desean llevar la razón. Creer que se tiene la verdad absoluta me parece un comportamiento cromañón tan peligrosamente establecido en este lugar llamado mundo… Y es que al fin al cabo tampoco hemos avanzado tanto. Seguro que algunos y algunas aún encienden el fuego con dos piedras en sus casas y no presumen de su hazaña para que otros no les asignen la tarea de influencer, tan en el candelero a estas horas. La ignorancia es atrevida y la falta de referentes hace que el colgar medallas sea un acto reflejo como el pestañear. A ver quién le dice ahora a los cromañones primitivos que mataban animales para sobrevivir que el futuro era esto y que seguimos haciendo lo mismo, pero vamos de modernitos que levantan el vuelo con tecnología.

Yo no he venido hoy aquí a este pequeño rincón para contar las medallas que me cuelgo. Ya te he dicho antes que son silenciosas y además tampoco son tantas. No es modestia. Las hay que me agradan, otras me pesan y cuanto más me han colocado los demás, más celosa me he vuelto de mi vida privada. Hace muchos años, tantos que parece antes de ayer, cuando yo empezaba en la televisión me colocaron la medalla de “mona y nieta de Florencio”. He de añadir que yo vengo de pueblo tanto para lo bueno, como para lo menos bueno. En esa época, me creció el ruido de una opinión que nunca entendió mi juventud y mis tareas novatas en la jungla. A mí, como consecuencia, me nació el derecho a equivocarme. Nadie supo las lágrimas que algunas veces me atravesaron los ojos. Ahora una ya le ha dado de comer a su criterio propio y lleva media jungla atravesada como se propuso, por ello en mi biografía de redes sociales me presento como nieta de Florencio y el “mona” ya me lo dicen en casa. Antes de que me ensucien la medalla, ya me la pongo yo bien limpia como buena afortunada desde la cuna.

Para sobrevivir a ellas se necesitan más de cinco sentidos y dejar que las uñas se conviertan en garras. Creo que si te lo propones de manera interna, lo mismo que de la cárcel actualmente se sale fácilmente y con estudios a tu elección, también se sale de esas distinciones impuestas. Porque de una medalla no se come toda la vida. He visto a tanta gente válida, grande y hundida en ocasiones por creerse este tipo de insignias, me he llevado tantas veces las manos a la cabeza… Que hoy por ese motivo, he decidido dedicarle unas líneas. Hay quien las llama perlas, pero como muchas de estas se quedan en cuerpos de moluscos y pocas se terminan convirtiendo en piedras preciosas, he decidido llamarlas medallas, que tienen mayor visibilidad.
Ya me despido. Mi madre cada semana me frena. Como dice Karmelo Iribarren: “Al principio quieres cambiar el mundo y al final te conformas con dejar el tabaco. No hay más. Así de cómico y así de trágico”. Yo de momento me conformo con quitármelas todas para escribir porque, si se me enrollan en el cuello, pueden cortarme la respiración. Y no es plan, que el camino es largo, la jungla extensa y los acantilados repentinos. Y una medalla, aunque sea de oro, no deja de ser un objeto inerte. Para valor, la vida… La que cada uno quiera llevar.

martes, 16 de octubre de 2018

El arte de desertar, pura elegancia.



Dice la religión con la que comulgo por muchos motivos que no vienen a cuento que “al lugar donde has sido feliz no debieras tratar de volver”. Y no debes. No vuelvas. Hazte el sueco. Cuenta hasta tres como una gallina ciega. Échale la culpa a tu despiste o a tu memoria, la que ya “no se acuerda” de reconstruir.
¿Has calculado las horas perdidas que tiene un simple ir y venir? Contestate, pero seguro que no porque son muchas. Ahora no te pongas a contar… No hay tiempo. Un despiste acertado te lleva al fin del mundo, a las puertas del paraíso y también tiene función antiinflamatoria.

La palabra desierto proviene del latín y de ella deriva desertar. Aparte de sus elementos léxicos, a mí me gusta pensar que las dos se crearon para acompañar a la valentía. Tanto para abandonar las guerras que nos imponemos, como para divisar el oasis sin olvidar el motivo de la sed, se necesita valentía.
He de reconocer que cuando creo pasar desapercibida, soy una desertora que no espera autorización para decir adiós. Abandono ejércitos que han luchado en batallas que dejé de sentir como mías. Corto de raíz y automáticamente me cierro la puerta de madera dura, fluyo y el tiempo me convalida tres ventanas por las que entran brisas de un cambio que ansiosamente esperaba. A ese suspiro que me regala el aire, coloquialmente se le conoce como paz.
Todo cambia y se altera. Hasta el color de las nubes metamorfosea y el largo de uñas actual, mañana se vuelve más prolongado. Pero de repente, llega ese día en el que sales de la ducha con las uñas blanditas como plastilina y con un “se acabó” a lo María Jiménez  aprietas el cortaúñas sin remordimientos. Porque estás vivo, estás viva y no quieres volver. La inmutabilidad representa a la muerte, pero con más letras y más tiempo para pronunciarla.

Soy desertora y a pesar de mi corta experiencia en el currículum, en mi techo proyecté estrellas que hasta entonces nunca habían salido porque jamás me encargué de lanzarles luz propia en plano contrapicado desde el foso.
¿Sabes? Nadie nace con el don de desertar a la perfección ni en el amor, ni el trabajo, ni en los pensamientos propios. Desertar con arte y sigilo es un don, como el pintar hasta en una servilleta de Casa Pepe, mientras Pepe trae la cuenta.
¿A cuántos y cuántas os nacieron tres hijos guapos imaginarios con alguien que ahora no ocupa ninguno de los primeros puestos en WhatsApp, ni en llamadas recientes? ¿Cuántos y cuántas os sentisteis imprescindibles en un trabajo en el que ahora no dais los buenos días? ¿Cuántos y cuántas acudisteis  al médico por alguna dolencia pequeña porque el otro día se murió de repente el primo de la vecina del quinto y por menos se muere la gente? El poder del para siempre en enamorados, en  trabajadores que aman su trabajo y en hipocondríacos silenciosos. Damos por hecho sin descartar, sin ni siquiera pararnos a pensar lo cómoda que puede llegar a ser la silla del rincón de pensar. 
Los “para siempres” están sobrevalorados. Sí que existen, pero creo que uno de los principales problemas de esta sociedad es utilizarlos en vano y desertar poco de ellos. Quizás por el rollo del consumismo, quizás porque queda bonito en redes sociales ante esa intensidad interna que espera su minuto de gloria… ¡Qué sé yo! Esa respuesta no me la dieron en el colegio. 

El otro día leí en prensa que el olor a anciano/a aparece en un cuerpo humano a partir de los treinta años (a mí después de varios “señora” de bocas ajenas, ya me queda menos. Pero lo camuflaré). Creo que de igual manera que ese olor se apodera de nuestros cuerpos, el saber desertar a la perfección actúa de la misma manera.
El tiempo impone el “yo” por delante. No me refiero al ego al que muchos se agarran sin admitirlo como esa mucosidad al pecho en los días de resfriado, me refiero al “yo” necesario traducido a un amor propio básico. El amor que deserta a lo inservible y que cuando lo miras de frente no te lleva a ningún desierto. El arte de desertar, pura elegancia. 
Hoy quería dedicarle unas palabras a ese amor básico por el que nunca pasan Navidades. Amor humilde, auténtico y a veces olvidadizo. Ese que entra en el cupo de “para siempres”. Amor de ir y venir al que instintivamente hay que volver. Ya termino: porque es en ese lugar donde no sé si hemos sido, pero sí sé a ciencia cierta que aún estamos a tiempo de ser felices. 



sábado, 6 de octubre de 2018

Lorenzo Caprile, maestro de la costura.

La moda nunca me ha quitado el sueño, no me obsesiona y me limito a elegir la ropa que me gusta y que creo favorecedora. Desde un tiempo atrás, me tiro a la piscina de la comodidad. Esto no quita la admiración que siento por el mundo del traje a medida. Quizás, porque mi infancia transcurrió en el taller de una abuela costurera entre máquinas de coser e hilos. Una abuela que intentó exaltar mi astucia con la aguja y que abandonará este mundo sabiendo que su esfuerzo fue en vano.

La profesión que elegí, afortunadamente me ha acercado a grandes profesionales y me ha agrandado la admiración de la que te hablaba antes. El otro día visité las entrañas de un taller que abrió sus puertas en Madrid en el año 93 en pleno barrio de Salamanca. 
¿Quién me iba a decir a mí que iba a pisar el taller de Lorenzo Caprile
La vida tiene unos giros grandiosos... 




A él lo conocí hace unos días en el teatro. El tabaco mata, pero si fumas en los descansos del trabajo, Lorenzo te alarga la vida. Sus opiniones van con hilo fino y resistente, como sus puntadas. El escepticismo que no puede evitar ante el mundo en el que vivimos, lo suple con disfrutar el momento presente. Dice que “eso es una ventaja que te brinda la edad”, porque como creyente “el mañana sólo Dios lo sabe”.
Piensa que “el mejor proyecto es el que está por llegar”, por eso cuenta las horas para el estreno de sus últimos quebraderos de cabeza transformados en arte: El médico, la adaptación musical del best seller del estadounidense Noah Gordon que puedes ver a partir del 17 de octubre en el teatro Nuevo Apolo de Madrid. Lorenzo ha seguido paso a paso las indicaciones valiosas del autor para ejercer como nadie su faceta como figurinista. El teatro le hace feliz, tanto como el amor a los trapos que le inculcó su madre. Elegir meticulosamente las telas para cada actor no ha sido coser y cantar. Por eso, agradece el buen hacer de su equipo consolidado y “lo fácil que se lo hemos puesto todos” (me adjunto).






No le gusta la televisión, pero ahora vuelve a vencer su pudor y la vergüenza tonta en la segunda edición de "Maestros de la costura" en TVE.
El modista no lleva la cuenta de mujeres que ha vestido, ni considera un trabajo más importante que otro, aunque se siga hablando hoy en día del traje rojo que lució la Reina doña Letizia hace catorce años en la boda de los príncipes de Dinamarca, “que eso en moda equivale a siete siglos”.  

Para él, el estilo es inteligencia y sentido común, y para mí la inteligencia es la suya: vivir en un hotel como Al Capone, no tener smartphone por miedo a esa posible adicción común que sufrimos todos y el fomentar su amor a la literatura y al lenguaje sin hacer uso de anglicismos.






Sólo puedo darte las gracias, querido Lorenzo. Gracias por tu carácter, tu genio, tu respeto, tus bromas, tu exigencia en el trabajo y tu generosidad. Como decía al principio, me limito a elegir la ropa que me gusta, por eso hoy estás aquí en mi faro. 
Gracias por llegar cuando no te esperaba y enseñarme tu forma de ver el mundo y las telas que guardas en tu paraíso. A mi abuela te la tengo que presentar.



-Enlace para escuchar la entrevista:



miércoles, 26 de septiembre de 2018

El farero de mi faro.

 “A veces, nuestra propia luz se apaga y se vuelve a encender por una chispa de otra persona. Todos tenemos algún motivo para estar profundamente agradecidos con aquellos que han vuelto a prender la llama dentro de nosotros”. 
Albert Schweitzer. 


Esta frase me sorprendió la semana pasada en el camino de vuelta, tras comer con David y despedirme de él. Soy de las que piensan que tenemos tanta información diaria ante nuestros ojos, que irremediablemente seleccionamos sólo aquella que nos queremos creer. Voluntaria o involuntariamente. Causal o casualmente. Esta frase que menciono, me recuerda a David, a mi amigo David Cantero. No sabía muy bien cómo empezar estas líneas y gracias a la rapidez de Google recuperé esta frase del Premio Nobel de la Paz de 1952. Me la creí y así he podido empezar.

Algunas veces, depende y según para qué cosa, los dedos de una mano resultan excesivos como herramienta de medida. Sobre todo, si se trata de contar a aquellos que valen más por sus silencios que por sus palabras o a los que te ayudan en la sombra con una empatía desbordada por el simple placer de ayudar. 
La primera vez que me crucé con David fue en el estreno de una película hace ya tres años. Tú, que me lees, sé que lo conoces. Él respeta y acepta los modos formales del Periodismo todos los días a las tres de la tarde con traje y corbata desde el plató de Informativos Telecinco. Contar lo más destacado del día es una gran responsabilidad diaria que le apasiona y presentároslo en este pequeño rincón también lo es para mí. Pero yo te voy a mostrar al David que nació para estar descalzo frente al mar, al hogareño, al de la gigante faceta artística creativa, al que pulió su timidez y su enorme sentido del ridículo con el tiempo, al que disfruta leyendo “Crónicas marcianas” de Ray Bradbury, al que vuela desde hace más de cuarenta años en una moto y al que hizo desaparecer mi inseguridad con consejos oportunos.


 David comenzó en este maravilloso mundo de los medios de comunicación muy joven y como auxiliar de cámara, aunque siempre tuvo muy claro que quería contar lo que sucedía. Aprendió de cada uno de los profesionales que la vida le puso por delante y ser autodidacta le ha salvado de muchas batallas. Como figura pública, le avalan más de veinte años mirando a los espectadores sin adjetivar las cosas que le indignan y no habla de sus creencias espirituales, ni políticas. Evita cargar con esa espada de Damocles en vano. Como genio y figura en su faceta privada, escribe, pinta, practica deporte, toca la guitarra, fuma, ama a su familia y siempre tiene tiempo para sus amigos y para sus soledades voluntarias. David prefiere disfrutar de una película desde el sofá de casa sin toses, ni palomitas ajenas y en el teatro, desde el patio de butacas por el respeto que mantiene el público que lo frecuenta. Odia los selfies porque sale fatal y ante el encasillamiento de “Richard Gere español” suelta una carcajada y se autodefine como gañán. A él con estar cómodo y aseado le basta y no cuenta las repeticiones del mismo modelo de pantalón que tiene en el armario.

En uno de esos días críticos en los que yo estaba un poco rota, aunque me hacía la entera, tuvo palabras de aliento, me invitó a su trabajo y me recordó que todos tenemos dos alas y una cantidad ingente de opciones. Sus consejos fueron y son precisos, directos y correctos, al igual que el lenguaje que utiliza frente a la cámara. Él sueña con un programa informativo en el que pueda llamar a las cosas por su nombre y yo, como tengo este pequeño rincón para hacerlo, llamo a David “farero de mi faro” sin bañarme en exageración.


(Faro dibujado por David).


Mi faro ya tiene farero, mar en calma, supervivencia y trazos acertados.
Gracias, David, por esa llama que mencionaba al principio del texto: la llama que prendes y por consecuencia, desprendes. Toda la tienes en tus retinas.
Ahora el camino continúa, los barcos se adentran en el mar para batallar al son de la marea y llegar a buen puerto.  Y cada vez serán más y más los que busquen indicaciones en el litoral marítimo. Pero todos tendrán algo en común: agradecerán tu mano de obra, tu luz y tu profesión en peligro de extinción: farero de mi faro.

Gracias por ser GPS y torre alta sin caer. Cuenta  con mi admiración y cariño para siempre. 



 

miércoles, 19 de septiembre de 2018

Aún te queda, aún me queda.



Recordaré este verano por todo lo que aprendí. He de decirte que nunca me fui del blog por falta de ganas, sólo por la escasez de tiempo que derivó en ideas planas, las cuales no me apetecieron dejarlas en este pequeño rincón para la posteridad.

Después de tormentas inesperadas y calma bien avenida, después de trabajo, presión en el pecho, diferentes puestas de sol en el mar, cervezas sanadoras, folios desperdigados de una novela a medio terminar, charlas coherentes y diversos abrazos que por suerte llegaron, he vuelto.
Retomo con amor, organización y mente clara. La luz de este faro me acerca a ti, siempre lo supe.  Por esta razón, la voy a nutrir con historias y te voy a continuar presentando a las personas que me acompañan en el camino.



He vuelto entusiasmada, sólo para decirte que aún te queda mucha vida. Te quedan muchos sueños a los que cortarles la etiqueta. Te quedan por conocer muchos corazones agrietados que rechazarán tu amor porque no te lo pidieron. Te queda mucha valentía por experimentar, escandalosos despertadores por apagar y demasiados silencios por controlar que ganarán el oro. Te quedan hielos por derretir, colillas por apagar, muchos libros por abrir y canciones por pasar. Te queda darle voz y voto a la resiliencia, dejarte querer y olvidar sin recordar. Aún te quedan primaveras, veranos, otoños e inviernos por sacar del armario y que te abrochen. Te quedan ojos a los que nunca vas a cansarte de darles las gracias. Te quedan camas, terrazas, mensajes inesperados y secretos selectivos confesables. Te quedan cortes de pelo, zapatos nuevos y lugares a los que siempre desearás volver. Te queda egoísmo ajeno sin comprender y piropos que no pedirás, pero que te volverán el corazón más rojo. Te queda mentira por esquivar y colocar focos puros en el único camino que tiene la verdad. Te queda hacer horas extras para escuchar y un sinfín de puertas por cerrar. Te queda sol, te queda luna. Te quedan golpes de suerte y pruebas del destino que te servirán para seleccionar a las almas que siempre vas a querer que sostengan la tuya.
Aún te queda, aún  me queda.

Empezaba este texto diciéndote que he tenido un verano maestro y te lo argumento. En una de esas charlas coherentes que mencionaba antes, un amigo me explicó la teoría del sándwich en Psicología. Es maravillosa. Te cuento: sirve para que esa persona que tienes justo enfrente acepte tus sugerencias y tus cambios. Un sándwich se divide en tres capas y la teoría que te voy a contar, también. En la primera se expresa amor, el corazón se ablanda y no se usan palabras que puedan molestar a tu receptor. En la segunda capa, se lanza el objetivo y el “pero”. Se suelta  el mensaje de lleno, sin anestesia. En la tercera y última capa se vuelve a las buenas palabras y preciosos deseos. Más, menos, más. A veces, la letra con sangre no entra. Ese refrán nos lo han vendido como tantos ultraprocesados “buenos para la salud” que nos llenan la nevera. Creo, sinceramente que esta técnica es correcta hasta para los egos más grandes. “La mano izquierda”, que se dice en mi pueblo. Y ahora releyendo esta entrada me he dado cuenta de lo interiorizada que tengo esta teoría gracias a mi amigo: he empezado con buenas palabras, te he dicho todo lo que aún te queda y ahora me despido con amor.

Me fui para desenredarme el caos. He vuelto por el placer de volver.
Gracias por hacer que me ilusione con la simpleza de un “te echaba de menos”.

Bienvenidos/as a La luz de mi faro.


Besos en la frente.

Ana

lunes, 25 de junio de 2018

Espérame.



Aunque el sol me derrita, al dormir me tapo los pies con el nórdico. Un acto reflejo que mi círculo no termina de entender y por el que yo tampoco reclamo comprensión.
El verano me ha pillado asumiendo retos nuevos, despelucada y con demasiado café en las venas. Pero al menos me ha llegado. A muchos les sigue faltando… (No me hagas dar nombres que vengo en son de paz).

Volviendo al nórdico, al instinto. Me dan miedo los monstruos, pero no los definidos por Rosario Flores. Me acojonan los monstruos anónimos. Los que desde sus sombras lanzan flechas a las que no les ponen el nombre y ni los apellidos, como al babi o al Micho del colegio. ¡Cuánto le debemos a ese Micho que ahora tiene cara de reliquia! (No sé en qué momento nos vamos a decidir por llamar también reliquia al sistema y por hacerle una jaula de su tamaño).

Tú sabes, tan bien como yo, que al miedo hay que taparle los ojos. O volverle la espalda como a ese vecino cotilla, siempre al pie de tus noticias. Pero no en todos los casos somos capaces de ajustar la venda hasta la nariz, o dibujarnos espaldas de piragüista.

Hoy tenía pensado publicar una entrada de recuerdos veraniegos, pero me he tropezado con un monstruo: mi disco duro ha dejado de respirar. Me he quedado compuesta y sin recuerdos. Ahora no sé lidiar con las dieciocho copias que debería de haber repartido por dispositivos en los tres años madrileños. Compuesta y sin pasado. Resumiendo: tenía que salir a escena y aquí estoy. La rabia me ha dejado sin voz. A un maestro también le pasó y se fue a descansar, a meter los pies bajo el nórdico.

Besos en la frente a la incomprensión ajena. Cerrado por vacaciones. Sólo es un corto reseteo de pies a cabeza. Como todos los días doy pasos que no calculo, volveré cuando menos me lo espere. 

Apago el faro. Cambio la luz y en el próximo saludo bien descansado, espero encontrarme con tus brazos abiertos.

Gracias por dejarme el alma llena de visitas. Me generas un agradecimiento continuo.

Dejo el telón entreabierto. 

Espérame.

Ana. 


martes, 19 de junio de 2018

Gracias por estar aquí, Miguel.



Él llegó a mi vida casi sin anunciarse, como su “Santa Lucía”. Nos presentaron en la sala Galileo Galilei y por un destino acertado coincidimos días después en la presentación de un libro. Volver es una forma de llegar y volver a encontrarme con Miguel fue llegar a uno de esos regalos que brillan, mientras yo caminaba despistada mirando al infinito. Él formó parte de ese pequeño grupo reducido de personas a las que les confesé la remota existencia de este blog y quiso participar. Entre muchas ideas postergadas, por fin encontramos ese momento exacto. Dicen por ahí que todo lo que tiene que encajar, aunque se haga de rogar, al final siempre llega a todo pulmón. Ayer me invitó al ensayo general de su gira, la que pronto vamos a tener  la fortuna de disfrutar.





En el presente, Miguel se encuentra inmerso en su último trabajo musical “Symphonic Ríos”. CD más DVD. Una simbiosis perfecta que hace soñar hasta al más testarudo musicalmente hablando.









El blues es un estado mental y admirar a Miguel es uno de los secretos de la felicidad eterna para cumplir con dignidad los cien años. Él no tiene trampa ni cartón. Tras ocho años de silencio, ahora vuelve a vivir en la carretera sonando mejor que nunca. Vistiendo de domingo a la clave de sol. Atraviesa directo al corazón con su voz, inevitablemente. Tanto como a Boabdil el Chico le atraviesa la garganta el viento del sur.








A sus 74 años, no grita los secretos de su pacto con el diablo, pero sí los sueños vivos que colecciona. Los grita tan fuerte como cuando trabajaba en su Granada vendiendo discos, como cuando ese Mike Ríos aún no sabía los pasos grandes que iban a dar sus pies. ¡Qué maravilla el volverlo a ver empezando a vivir de continuo!

Aún recuerda Granada en la bruma de su niñez, sus raíces lo esperan siempre ahí con los brazos abiertos, pero se bajó en Atocha como su amigo Joaquín y Madrid le quiso. “Cuando las cartas salen malas y van los dioses a lo suyo” (que le escribió su amigo) Miguel con su himno nos resucita a todos, le pone calcetines limpios a la alegría y los hombres vuelven a ser hermanos.


La nostalgia que no tiene, tampoco le impide avanzar. Él afirma que estamos empecinados en vivir una vida esquizofrénica, pero obtiene su remanso de paz gracias al deporte que practica durante sus pocos ratos libres. Deporte físico, ya que el ejercicio de memoria lo hizo y lo disfrazó de literatura. En “Cosas que siempre quise contarte” nos relató en voz alta la faceta privada de su vida, aunque este hecho nunca fue una de sus prioridades esenciales.

Su timbre de voz está intacto y continúa caminando con pasos firmes gracias a esa sabiduría engendrada a base de tomos de historias ya sumadas en sus retinas.




Bienvenido a La luz de mi faro, hijo del rock and roll. Los viejos rockeros nunca mueren. Haznos felices con lo más simple: con tu existencia, Miguel. Haznos soñar no sólo las noches de verano, sino todas las que quieran venir. Yo recordaré este día de ensayo como un río de luz que me agrandó los pulmones.  
Gracias por todo el amor que no sólo le das a “Popotitos”. Gracias por tu humanidad, gentileza, tablas, risas y generosidad. Por desalojar a los fantasmas cotidianos, por tener un solo corazón. 

Gracias por estar aquí, Miguel.



En este enlace puedes escuchar el audio de la entrevista a Miguel:


miércoles, 13 de junio de 2018

Pestañas subidas.




El sol de junio pide permiso para trabajar. Las pantallas dirigen pasos y ya pocos platos se cocinan al baño María. Algunas noches se hacen más largas que otras y el nervio lleva la batuta de las emociones. La paz mental es la única guerra necesaria que hay que ganar, digerir una injusticia da sabiduría y ante la jauría que salva a Barrabás yo al menos no me lavo las manos como Pilatos.

Ante la evidencia, paciencia. Quizás por eso nunca te llené de preguntas: por no recibir respuestas vacías. Me recorto y pego a un destino en el que nunca me faltan las ganas de subirme las pestañas.
Ahí afuera, se pasean muchas personas con historias inacabadas en las que cosen sueños y los van arrastrando. Como una cadena de latas vacías en el coche de los novios. Atrezo hortera. Ruido escandaloso. Certezas que ponen kilos a base de dudas. Nombres propios que llenan sus horas y, casualmente, nunca sus vacíos.
Me recorto y pego a un destino con ganas de coleccionar siestas que rimen con fiestas, en el que tú ya conoces lo que hay al otro lado del miedo. En ese destino las luces tienen muchos interruptores y ahí tú seleccionas el color exacto de las zapatillas que te esperan en casa con complementos directos en corazón.

Un pájaro bien agarrado no le hace sombra a los cientos volando. Mi ave fénix es un abuelo adorable aliado al verbo resucitar que cuenta heridas de guerra. Él tuyo nunca ardió, tampoco regeneró piel y ni llevó la cuenta de sus plumas.

París se quedó sin torre Eiffel, el país sin un digno representante de la cultura  y a mí de tu cara se me clavó la cruz.
Ando descalza con las pestañas subidas. Eres lo que crees que nunca serás. Eres todos los lugares que sueñas y hasta los que arrastras con ruido enlatado.
Voy a pedirle permiso al sol. Cuando trabaje, que me atraviese y me temple. 

jueves, 7 de junio de 2018

Es por tu bien.




Hoy no hablo del amor. De ningún tipo de amor. Hoy me he puesto a contar el manojo de huellas que he seguido durante los años que llevo en esto de respirar, mientras piso mundo. Me ha salido un número muy alto. He crecido sin cuestionarlas. Ellas son las impuestas, las que ya se me han caído como los dientes de leche. Hace tiempo que me retiré de esa persecución. Quizás abrí los ojos o simplemente fue sólo cansancio de repetir las mismas acciones.
Desde niños nos programan para que ese manojo de huellas tenga forma de otro manojo: de llaves. “Te vas a caer”, “eres la más guapa”, “eso no puedes hacerlo así”, “no sabes nada”, “tienes que adelgazar”, “por ahí no”, etc. Yo creo que sabes muy bien a lo que me refiero. A las huellas que no abren puertas.
Esas huellas nos crían, en muchos casos nos sacan los ojos como cuervos y son capaces de llevarnos a cualquier orilla. Pero una vez que nuestros pies rozan el frío del mar y nos quedamos solos, únicamente nos queda agarrar la esencia, ese propio aprendizaje que cada uno lleva adentro para no caer de boca, para bailar al son de la marea.
Indiscutiblemente, las primeras huellas que nos dirigen como perros lazarillos desde el comienzo de los tiempos y “por nuestro bien” son las de nuestros padres y abuelos.

Trabajando en el teatro hace unos días, una mujer se me acercó con su hija de unos cinco años en el carrito. Una chiquilla monísima que rápidamente se ganó mis carantoñas. Su sonrisa inundó el lugar de inocencia en apenas unos minutos. (Y ahora viene el quid de la cuestión). La madre de la cría me apartó porque tenía una preocupación interna: que su hija no diferenciara bien a los miembros del grupo de niños que estaban a punto de actuar. (He de decir que la niña se sabía las letras de las canciones como los días de la semana). Y me dice la señora: “Es que como la niña no es normal…”. (Por cierto, era síndrome de Down).  Me acuerdo que en ese momento disimulé todo lo mejor que supe la mala leche que se me leía en los ojos. La miré a ella y su hija como si yo estuviera sentada presenciando un partido de tenis.  Me contuve por educación un “La que no es normal es usted”, pero le zampé rápidamente un “Pues yo la veo muy normal, señora”. La sonrisa nerviosa que se pegó a la cara de esa madre le duró diez minutos. “Bueno, ya… Tú sabes”, me añadió tocándose el pelo. “¿Cómo que yo sé, señora?”, pensé. En ese momento me acordé de las limitaciones.

He empezado estas líneas diciendo que no voy a hablar de ningún tipo de amor. Seguramente esa madre querrá a su pequeña más que a su propia vida, pero ya la está limitando desde sus primeros cinco años de vida. Años de eterno aprendizaje en los que sólo vemos la verdad en las huellas que seguimos. Esas huellas crean limitaciones y esas limitaciones traen consecuencias monstruosas en algunos casos. A mayor número de años, menos autoestima brilla en el cuerpo. A mayor altura, menos oxígeno. A mayor voltaje, menos corriente.
En el 98% de los casos me atrevería a decir que esos dardos los lanzan inconscientemente las personas que más nos quieren. Son piedras de un río, que cuando desemboca al mar se siguen pegando al fondo a pesar de la cantidad de agua. Creces y crees que se dispersan, pero no en todos los casos.

Caer del cielo y saborear la guerra es necesario para llegar a ser la persona que quieres ser. Vivir caído o caída de un guindo es opcional y respetable (cosa que no comparto). Los que viven y actúan sin nada que perder, esquivando dardos, ganan. Y como soy optimista, los que viven perdiendo al final siempre ganan algún camino, aunque sea el de “nunca seré tal”. He de añadir que yo ahora me veo en fotos pasadas muchos “no puedo” que me robaron más noches de sueño de las necesarias. Digo necesarias, porque cuando me dejo llevar por alguna huella ya sudada que estuvo fuera de lugar y “por mi bien”, cojo fuerzas mirando la pared de triunfos propios.
El mal de muchos de los que se limitan es consuelo de algunos, sin duda. Y esos algunos, que cada vez son menos, saben que un sueño no se amuralla. A un sueño nadie puede dibujarle el contorno .

La importancia de seleccionar limitaciones. La importancia de clasificar huellas. Por tu bien. 

jueves, 31 de mayo de 2018

Los tardones.



Nunca llego tarde. Jamás. Mis detractores tienen que buscarse otro motivo para empezar a ponerme  verde de pies a cabeza. Nunca llego tarde. Podría contar con una mano las ocasiones en las que no he sido puntual. Aún así, me sobrarían dedos y seguro que todas están amparadas por algún traspiés relevante. (No es excusa modesta).
El hecho de llegar tarde me parece una falta de educación tremenda y normalizada, como tantas otras horribles que nos regala la rutina y los que lidian con ella.

El tiempo es ese vecino que algunas veces sube el volumen de la música mientras duermes, pero que otras tantas te abre la puerta cuando vienes del supermercado cargando con cuatro bolsas. Yo creo que de tanto tratar con humanos, él también hace uso de nuestras costumbres mundanas. En algunos casos sueltos, el tiempo puede ser una distancia muy larga en la que desfilan años como cuchillos. En otras, se disfraza de casualidad y sonreímos con su oportunidad en grado sumo. La teoría de la relatividad de Albert Einstein, tal cual. El tiempo depende del movimiento y de la velocidad. Como soy de letras, yo creo que depende sólo de pasión y actitud.

Pasamos demasiado tiempo mirando el reloj del vecino, aunque el propio sea de gama alta. Nos medimos con ese que decía antes, el que te pone rancheras a las cuatro de la tarde, pero que también saca las llaves antes que tú con buen corazón. Las comparaciones son odiosas, ¿lo sabes?  

A veces, pensamos que nos equivocamos más que la paloma de Alberti. Aquello de “Se equivocó la paloma, se equivocaba. Por ir al norte fue al sur, creyó que el trigo era agua. Se equivocaba. Que las estrellas rocío, que el calor la nevada. Se equivocaba”. Pobre paloma, pobres palomos en bucle. Esa pena absurda que sentimos ante un destiempo ajeno lo sufrimos porque lo creemos propio y afortunadamente en ocasiones lo es. Digo afortunadamente porque he empezado estas líneas diciendo que nunca llego tarde y ahora que no nos oye nadie, confieso que he llegado tarde alguna vez. Posiblemente a todas esas que han estado fuera de mi control.

Yo también he intentado llegar a tiempo a un primer beso, a un último abrazo. Yo también he querido recuperar ese tiempo que cuando lo tenía en las manos lo dejaba volar. Yo también he querido resucitar palabras que, ahora cruzadas con mis pasos, no tienen efecto sonoro. Yo también callé y pasó un ángel. A mí también me alegró un iris de color un día entero. Yo también paré el tiempo cuando me rozó la mano y se me fragmentó un futuro soñado por un mensaje de WhatsApp. Yo también siento que llego tarde a una vida cimentada entre nubes y algodones a las tres de la mañana. A mí también se me rompió el zapato de cristal. Y posiblemente, en un futuro no escrito se me escaparán mil trenes que hoy juraría no perder por lo más sagrado.
Llegamos tarde a algunos sueños, a algunas bocas… Pero nunca a un aprendizaje.

Lo confieso: soy tardona. Me has pillado aprendiéndome de memoria el reloj del vecino y quería justificarme. Ponme del color que más te guste. El verde que sale de las lenguas de los tardones siempre me gustó.

domingo, 27 de mayo de 2018

Un café literario con Javier Menéndez Flores.



Hace justo un año nos conocimos y por aquel entonces, Javier Menéndez Flores ya era uno de mis escritores admirados. En el presente también, aunque por su generosidad ya le concedo el título de amigo. De él venero su oficio, sus buenas formas al responder, su paciencia y su relación estrecha e indestructible con la objetividad. Su capacidad de contrastar no tiene límites. Hace unos días compartimos café en uno de los sitios más literarios de Madrid: el café Gijón. En ese lugar aún se respira a Federico García Lorca, a Gerardo Diego, a Benito Pérez Galdós, a Dalí… 


Los pulmones se llenan de sabiduría y si diriges la vista a cualquier rincón, tu propia imaginación desvaría al intentar trazar algún encuentro del pasado.




Si a Javier le preguntan por el destino, no cambia de conversación. Él cree sólo en un tipo de azar: en ese en el que uno mismo actúa. A sus cuarenta y nueve años, por su mirada noble, juraría que no le ha contado los pelos al demonio, pero  sí a todos y a cada uno de sus entrevistados.
Casi veinticinco años ejerciendo “el mejor oficio del mundo”, que diría Gabriel García Márquez, afirma que “La única manera de vencer a un folio en blanco es poniéndose a trabajar”.
En su pasado destacan biografías autorizadas. Dani Martín, Lolita Flores, Miguel Bosé, Roberto Iniesta (Extremoduro) y Joaquín Sabina (nuestro punto de unión). Todos se enfrentaron a sus preguntas. Entrevistar a Javier da respeto, yo no lo niego. Él siempre obtuvo respuestas hasta de las preguntas más agrias. Audaz hasta el extremo. Pero la suerte que nunca he dejado de buscar me ha premiado y hoy la luz de mi faro se ha convertido en cañón teatral directo a su persona.

Su presente dulce tiene dos títulos. Por un lado, “El hombre que no fui”, junto a Melchor Miralles. Novela sobre el caso Urquijo, posiblemente el crimen más mediático de la historia de la crónica negra española. Actualmente, novela finalista al Premio Rodolfo Walsh de la Semana Negra de Gijón, el cual se fallará en dicho Festival el próximo 13 de julio.


Por otro lado, la reedición de “Perdonen la tristeza” del maestro de Tirso de Molina (y del mundo). (La objetividad hoy se la dejo intacta a Javier). Él también comulga con Joaquín hasta los domingos por la tarde.







Casi veinte años después, una reedición revisada y actualizada (con más de doscientas páginas inéditas y tres pliegos de nuevas fotografías).




(A la derecha, foto de Jimena Coronado).


Su futuro: una novela anhelada guardada en el cajón que le está pidiendo su sitio.
Su tesoro oculto: una rama gruesa de poeta que aún no tenemos la fortuna de conocer.

En la mente de este ex atleta federado ya sólo corren las ideas que dan a luz a través de la tinta. Ideas que le han robado más de quinientas noches y que en la meta adquieren forma de libro.



Gracias, Javier. Gracias por trabajar con brújula, por ser honesto y por hacer feliz a esta joven aprendiz.



En este enlace puedes escuchar la entrevista y así verificar cada una de mis palabras.






Próximas firmas de Javier en la Feria del libro de Madrid:

-Sábado 26 de mayo (de 12:00 h a 14:00 h). Cúpula – Caseta 231.

-Viernes 8 de junio (de 19:00 h a 21:00 h). Junto a Melchor Miralles – Caseta de La Esfera de los libros. 
-Sábado 9 de junio (de 12:00 h a 14:00 h). Cúpula – Caseta 231.


(A la izquierda, foto de Margarita Bañón).