Siento
mucho lo que te voy a decir, pero alguien tenía que decírtelo. No existe la
felicidad permanente. Lo siento, son los padres. No hagas dramas. Existen
momentos de felicidad que se nos quedan a vivir en los huesos. Instantes que tejemos y destejemos en nuestra memoria como
Penélope esperando a Ulises. Tú esperas a que te llegue esa falsa felicidad,
siempre ajena, que te venden desde que te haces una cuenta en cualquier red
social. Esperas a que llegue ese Ulises, ese que supuestamente viene de la guerra, pero que no viene de Troya, viene
de ti mismo. La guerra es propia, tuya e
interna. Espero que no estés muy dolorido o dolorida, fiel lector o “fiela”
lectora. Ahora somos tan modernos y modernas, que hasta los adjetivos le hacen
novillos a la RAE. ¡La madre del cordero!
Hace
bastantes meses, reconozco que un poco tarde para lo inteligente que me ven mis queridos amigos y queridas
amigas, me di cuenta de que no tenía que demostrarle nada a nadie. Ni siquiera
a los que ya no están. A la gente que se lo merece sólo hay que quererla. Al resto se le saluda con
educación, aunque sea con la mínima (como diría mi padre). Pero nunca
demostrar. Fue entonces cuando empecé a
disfrutar de mi presente, de mi trabajo y de mis horas (hasta las de sueño o sueños). No sé si has visto la película Kung Fu Panda,
pero en ella se cita esta frase: “El ayer es historia, el mañana es un
misterio, el hoy es un regalo, por eso se llama presente”. No hace falta que te
describa lo que es para mí el presente. Nunca un diálogo entre una tortuga y un
panda me dio para tanto.
Y ahora, volviendo
a esos instantes que se graban en uno mismo antes de que te des cuenta…
Los
mejores llegan sin cita previa, otros pasas tanto tiempo esperándolos que, cuando aparecen y desfilan, más vale borrarlos si quieres darle la mano a San Pedro con la salud mental intacta.
Si me pides
que me defina en presente, podría vomitar barbaridades y darme un paseo por los cerros de
Úbeda, pero de algo sí que estoy segura: Nunca utilizaría la palabra rencorosa.
Mi tiempo vale oro, como el tuyo, y si lo he perdido alguna vez sólo ha sido
para ganarme lecciones valiosas. El verbo ignorar casa muy bien con valentía. Ignorar
es de valientes. Ahora que estoy a punto de cumplir los 26, jamás me han pedido
el DNI y ya me he llevado en la cara algún que otro “señora”, reconozco que
tengo sobresaliente en la asignatura de ignorar. (Abro paréntesis porque un
“señora” no se puede llegar a ignorar jamás, entiéndeme). Pero la felicidad
impuesta y los instantes que ya no conducen a ningún lugar confortable, sí que
se pueden ignorar. Es más, te invito a que realices tal experimento.
El propósito
de este post era hablarte del color rojo y del significado que tiene para mí.
No creas que me he desviado mucho del propósito. Aparte de llevarlo siempre en
los labios, lo he hecho partícipe de
muchos momentos de los que te hablaba antes. De los que no ignoro porque le
restan vacío al alma, de los de sin cita previa.
En este momento, ya
desvelada la caducidad que tiene la
felicidad, si un lunes, un martes o un
miércoles tuviera que sumar mis momentos imborrables, todos tendrían en común
el color rojo. Hasta mi primer traje de gitana con tres años fue rojo. O colorao,
como prefieras llamarlo.
El rojo
tiene poder para mí. El poder que tiene una cosa es directamente proporcional
al que le quieras otorgar. Hay quien
piensa que si se quita la medalla que lleva al cuello a diario, esa desgastada que le regaló su madre, lo van
a echar del trabajo.
Hay quien
piensa que rezándole a san Antonio todas las noches, el amor de su vida le
salvará de un albarán llenito de corazones agrietados y plastificados que
intentan besarle.
Hay quien
se aferra a la numerología de los códigos secretos, hasta para evitar un dolor
de muelas. A una estampa. A una foto. A una pulsera. A un cordón de chándal.
¿Sabéis a
qué me aferro yo? Al color rojo, entre otras muchas cosas. El verde me da
suerte y el rojo la seguridad que todos dan por hecho que tengo de manera
innata. (Cuando tu ecosistema dé por hecho algo, jamás le lleves la contraria.
Es gastar energía y el silencio es más poderoso).
Siento
mucho lo que te voy a decir. También me aferro a más cosas, pero déjame
mantener el secreto. Una vez me dijeron: “Ser misteriosa te hace más
interesante”.Y me lo creí. Como la vida
moderna se resume en likes, en resultar
interesante y en ser feliz, me lo reservo.
¡Viva el
rojo!
Besos en la
frente.
Ana
Fíjate tú que me han tenido que chivar que existía este blog, o página o como se llame. Como no tengo redes, ni likes, ni falta que me hacen, ni me interesan, ni a ti te interesa que yo me interese, básicamente no sabía que estabas aquí escondida, tú, que si algo haces es no esconderte.
ResponderEliminarY como a ti, como a mí, te gustan mucho las palabras, no por lo que dice cada una sino cómo se ordenan para que digan lo que uno quiere, pues me he encontrado con una grata sorpresa. Pero no por lo que escribes, sino por lo que dices... que no es poco.
Y yo no siento mucho lo que te voy a decir pero es que cuando sea mayor... quiero ser como tú cuando cuentas las cosas.
Gracias... y lo sabes aunque yo no sea una amiga tuya incondicional y tú no seas mi amiga del alma ni nada parecido.
Bss (pero mejor en la mejilla, que en la frente son para mandar a dormir al personal)
Yo tampoco siento mucho lo que te voy a decir. Ahora que te leo, aunque no seamos amigas, no me importaría que lo fuéramos. Muchísimas gracias por la visita y por la sonrisa grande que me has dibujado. Besos en la mejilla, hago una excepción.
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