La
curiosidad lleva a la muerte pero nunca le preguntaron a ese gato popular si se
mató por placer o sólo se hizo el muerto tras atreverse a conocer lo nuevo. Yo
confío más en lo segundo, así ahorró en explicaciones.
El gato sigue vivo en algún lugar del mundo de cuyo nombre no quiere acordarse
ni él.
Ahora fuera
tesis, de lo que sí estoy segura es de que la curiosidad lleva al impulso, al
ya lo hago. Y a mí todo eso me gusta
porque un impulso no tiene copia legal. Es sólo uno y detrás de ese uno, viene otro y otro y otro más… No te dejan en
paz. Imprudentes, acertados, saltos al vacío en los que pierdes los dientes,
acciones de cambio, corazonadas que ponen a prueba la intuición. Pero no me dan
miedo. No le temo a lo que no se puede remediar.
A mí me dan
miedo los fantasmas que se adueñan del brillo ajeno para parecer más
transparentes, las aguas mansas, todo lo que el viento se llevó antes de
tiempo, las moscas que van a la mierda, las realidades virtuales que piensan muchos
mientras que conduce el chófer, el desprecio a la acera de enfrente, la vuelta
a la ley del aborto de 1985 y los tontos que se delatan abrazados a un
carguito.
Le tengo
miedo a la mujer que se le va poniendo cara de florero, a las puñaladas envueltas en sonrisas como el
bocadillo en el bolso para merendar y a los virus que antes de aparecer, ya intentan
comerse el terreno de un cuerpo sano.
Me da miedo
el abogado cajero de supermercado que se siente inmóvil y se imagina enchaquetado. El que en cada
cartón de leche divisa todos esos casos que sueña defender. Me da miedo la obsesión enfermiza que
acompaña al verbo ahorrar y “el más rico del cementerio” a título póstumo. Me
da miedo la gente que mira al camino sin amigos, la falta de respeto, el amor
de conveniencia y la mediocridad recibida en monedas ante las horas extras.
Me da miedo el desarraigo y la falta de
principios, los olvidadizos ante su cuna, la basura acumulada y el cariño
inventado en el momento. Me da miedo el cáncer, el ictus y el estrés
innecesario, la lluvia que sorprende con el paraguas roto, el hospital que me
trae recuerdos dolorosos, el disimulo de un enamoramiento que desborda y la
felicidad permanente.
Pero es que
al fin y al cabo, el miedo es una emoción muy desagradable que todos sentimos,
padecemos y que en estos días se vende en escaparates. Nunca entenderé eso de
disfrazarse. Todo es mucho más básico: realmente damos miedo por estar llenos
de miedo, al natural, por toda la lista que tenemos dentro llena de terrores
sin reconocer y que duelen cuando se les caen la careta y nos lo recuerdan en
jeta propia.
Me despido.
Tenía la curiosidad de escribir por aquí un 31 de octubre. Ha sido un impulso
nuevo. Ya conoces algunos de mis miedos, aunque no todos. Querido gato: yo me hago la
muerta nada más.
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