Noche fría en el exterior. Calefacción alta de todo el día en el interior.
Ahora voy en el autobús y no puedo retirar mis ojos de ti. Estás tan guapo en ese reflejo sin darte cuenta… No te estás viendo, pero sin apreciarlo nos vemos y nos ven.
En un
simple cristal se refugian historias olvidadas porque un viaje da para muchos
pensamientos. Yo me miro todos los días y no en todos me encuentro. En algunos
llevo ojeras de insomnio, restos de pintalabios en los dientes, pelos
alborotados y me engaño con un “así vas
bien”. En otros sin embargo, llevo orden
y tan poca urgencia, que hasta tengo cara de selfie y me engaño con un “no
saques el móvil, por favor“. (Ya podría guardar en favoritos la “buena cara” para los días de vacas flacas,
pero no).
En el
cristal del autobús veo primeras veces: nervios, alegrías, pausas, esperas,
mangas cortas y largas, entrevistas, inercia, buenas y malas noticias,
ilusiones, lágrimas de incógnito bajo las gafas de sol, conversaciones por
teléfono, planes cancelados en el último minuto, veces de tener miedo por llegar al
destino y otras veces contrarias de un querer prolongar el trayecto tanto como
mi canción favorita, tanto como un “ni contigo ni sin ti”. En resumen: más que
presente, me viene pasado. Memoria entre cristales que se pasa lista a sí
misma.
Izquierda,
derecha, pitada, frenazo…
¿Por qué el
hecho de repetir las mismas acciones a diario nos lleva a olvidar el valor de
éstas? Le eliminamos la ilusión con el
paso del tiempo, como un mueble viejo pierde su capa de barniz. Y somos afortunados: aún
podemos pagar un billete y elegir un abanico de destinos.
¿En qué
momento se deja de observar el mundo a través de los ojos de niño? ¿Cuándo dejamos
de sorprendernos? Yo procedo de pueblo y allí no había autobuses urbanos. Recuerdo
que de pequeña pensaba que era una fiesta agarrarme a sus barras y continuar todo
el trayecto de pie, manteniendo el equilibrio cual Chita con Tarzán. Si alguien
me observaba de pasada desde el exterior, hasta saludaba. Era tan divertido… Y la compañía que llevaba era
tan noble e incondicional que aunque no mereciera la pena pagar dos billetes,
mi Tarzán sacaba su cartera solo por
verle el brillo en los ojos a su Chita de provincia.
¡Cuántos
recuerdos me vienen la mente! Y tú mientras tanto tan ajeno, regalando belleza…
También he
llegado a la conclusión de que perder el bus duele como cualquier traición a la
cara. Cogerlo a tiempo para muchas mentes es un remanso de paz, para otras más guerrilleras
es un combate en conseguir asiento y dejar en remotos casos en evidencia las
malas educaciones. Para la gran mayoría es la mezcla de necesidad y prisa. Hay
tanta diversidad mental en una sola especie que asusta.
No sé muy
bien por qué escribo sobre el autobús. Soy más de metro. Pero ahora que te veo
en mi reflejo tan guapo mientras avanzamos entre el tráfico de la capital, he pensado en
la poca atención que prestamos a las maravillas que regala la inercia y en la
cantidad de palabras que caben en un reflejo, por ejemplo: en el reflejo del
autobús, donde sin apreciarlo nos vemos y nos ven.
Besos en la frente.
Ana
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