Con el
tiempo he aprendido a aferrarme a la verdad.
Quien te quiere se atreve a leerte los ojos. Sin avisar. Siempre ocurre. Incluso se atreven a hacerlo personas
que no nos importan. Ahí entra en juego el factor sorpresa y los pies de plomo.
Desde que
despierta el sol por las mañanas, hasta que se esconde para dejar paso a las
estrellas, dirigimos la vista a muchos seres. Desconocidos, importantes,
casuales o herméticos. Cobardes o
valientes. Alegres o tristes. Necios o
sensatos. El mundo siempre muestra su abanico de recursos. Te observan,
observas y te dejas o no observar. Si las defensas bajan la guardia, te
afectan. Otros sólo se quedan en el intento. Y así…
A veces, mi
día es gris y mi brújula no marca rumbos. Como humana que soy, me retiro de la
batalla dignamente y me siento pequeña. Me dibujo una jaula inevitable. Apago
miradas y el móvil.
Cuando el
negro se apodera de mis endorfinas, me cuento algún momento feliz y enmarcado
que aún conservo al fresco. Todo en defensa propia.
Muchos fueron
los que intentaron transmitir todo lo que cabe en un abrazo. Yo no lo pretendo. No me acuerdo de lo que
hice ayer. Pero juraría que cada vez que me quedo en blanco, me acuerdo. Ese
abrazo se grabó a mis sienes como un plástico quemado y fundido. Cuando nadie
me mira, le quito el polvo y vuelvo a
olerlo como una leona a sus cachorros. Cierro los ojos y desfilan años, caminos
largos, catedrales en ruinas y todas tus versiones.
En las
tardes frías, me calienta un té y ese abrazo.
Puede que ese día, las carreteras
tuvieran el mismo séquito de coches. Puede que el mar y la tierra continuaran
independientes, pero complementarios. También puede que el administrativo acudiera perfectamente
enchaquetado al trabajo y que el camarero sirviera el mismo número de tazas de café
que de costumbre. Puede que sí. Normalidad. Matices diarios. Pero yo tuve un
abrazo que no dejé pasar. Y una historia
que me cuento cuando dos ojos mediocres se me acercan y creo que me van a
asfixiar.
Cuando me
agoto de miradas en vano, vuelo en ese abrazo. Me gusta darle vueltas, lo ajusto a mi
presente y siempre cabe.
Acción,
reacción, repercusión. Aguanto miradas, vuelve tu abrazo como un escudo
protector y el loco que late se mata callando argumentos.
¿Me permites un consejo? Ahora que me aguantas la mirada...
A ti, que te observan. Ten abrazos que te hagan
permanecer en casa. Déjate estar en los que anteponen el amor antes de
leerte los ojos. Déjate abrazar por los que te llenan la maleta.
Besos en la frente.
Ana
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