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jueves, 15 de febrero de 2018

Yo he venido aquí a hablar de la decepción.

El otro día pasé tanto frío en la calle, que cuando llegué a casa me puse a escribir. Tuve suerte, no se me congelaron las ideas. Con un moño deshecho y una manzanilla con miel, me propuse hablar de la decepción. Sí, de la decepción. Ese sustantivo de género femenino que a todos nos ha pisado los talones más de una vez y siempre bien de tiempo. Me senté enfrente del ordenador y de manera fugaz recordé una historia que me contaron hace ya algunos meses en una tarde también fría, pero muy placentera.



Por casualidad asistí a una reunión de poetas en el Círculo de Bellas Artes de Madrid. Cuando me agrada un tema soy capaz de estar horas en silencio, te lo prometo. Ese día practiqué mi deporte favorito: transformarme en una esponja para absorber diferentes puntos de vista de personas interesantes de las que puedo aprender.
Antes de subir al salón, me crucé con un señor poeta de unos sesenta y tantos años largos. La charla nos encaminó a la cafetería. No sé si has tenido la suerte de disfrutar un buen café en ese lugar, pero justo presidiendo la entrada de la misma aguarda una hermosa escultura de mármol. El cuerpo desnudo de una mujer. Se llama “El salto de Léucade” y la realizó el vallisoletano Moisés de Huerta en 1910. 





He de reconocer que me impresionó muchísimo verla allí. El señor que me acompañaba era poeta, pero no le hizo falta ser adivino para darse cuenta de mi asombro. De pronto zampó al aire una pregunta:
-Maja, ¿Sabes quién es?
 Negué con la cabeza y él comenzó su resumen.
-Es la poetisa Safo. Nació en la isla de Lesbos alrededor del año 620 a.de C. Ella fue la primera mujer en el mundo que, con total libertad y una lira, expresó sus sentimientos. De ella se puede hablar de muchas maneras, yo prefiero decirte que fue una revolucionaria y que su visión permaneció censurada durante muchos años.

Sinceramente, cuando yo estudiaba Latín y Griego tuve que traducir textos de Ovidio en los que ella aparecía, pero a decir verdad, me pasé muchas horas de clase fumando en la puerta. Al señor poeta ese día de frío sólo le conté mis recuerdos selectivos de Ovidio, evidentemente.
-¿Y por qué está dormida?- Le pregunté.
- No está dormida. Está muerta. Su muerte es misteriosa y dicen que se quitó la vida por una decepción amorosa.

La versión que me contaron esa tarde de frío fue la siguiente: Un hombre llamado Faón la rechazó. Ella le pidió consejo a una ninfa y se arrojó al mar desde una roca del acantilado de la isla de Leúcade. Otros dicen que la culpa no fue de Faón, sino de sus abundantes romances con mujeres. Y por el contrario, otros comentan que nunca se suicidó, que murió de muerte natural y en edad avanzada. Lo que está claro es que esta historia y esta maravillosa escultura que os muestro, me han llevado a hablaros de la decepción.




Porque una decepción es la sacudida de una toalla playera en un día de levante. Las respuestas que nunca tendrás son granos de arena que vuelan sin rumbo por el horizonte y se clavan directos en los ojos. Las pupilas se encienden y se apagan. Das varios pestañeos que molestan como hojas de cuchillos, como un corazón cuando muestra confianza mientras cuenta sus heridas de guerra.
Bajo tus párpados desfilan recuerdos maltratados, expectativas desnutridas por un seco chasquido al que tú nunca invitaste.
Ahora entiendes los desniveles del mar. Tu zona de confort también lidió con muchos contratiempos. Pero en un amanecer cualquiera tus baches se revolucionan. Estrenan ropa limpia y se convierten en armaduras de hierro relucientes. Aguantas subidas y bajadas de los que intentan marearte la sonrisa. Te defiendes con una política de previsión basada en la ternura, como la de Safo en el amor. Ya sabes que aunque el tiempo terminé por gastar su tiempo, tú seguirás lanzándote de cualquier roca Leuca que te invite. Hasta yo pondré las dos manos al fuego por una llama que vuelva a deslumbrarme. Y aun, con las dos manos quemadas, sacudiré mi toalla en la playa, le daré vuelo a tus miedos y volveré a pestañear. 
Ni mil tormentas de arena me nublarán el camino. 
Una nube negra, aunque comparta color con la decepción, no le quita el brillo al mar.

Quizás Safo se libró de las decepciones y puso a descansar el corazón.
Tú al tuyo no le des tregua. Aprende de cada sacudida.

Besos en la frente.

Ana.


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