Hoy he
abierto los ojos sin despertador. A veces, suelo hacerlo cuando la agenda no me
mira. También hago otras cosas sin relevancia. Si me pongo a enumerarlas, me
mirarías de otro modo. O lo mismo te caigo en gracia. O lo mismo no me
vuelves a leer más. Todo lo que puede pasar, a veces pasa. Como tú en otra mente. Como tú por un escaparate.
¿Cuántas veces al día lo haces? El pararte a mirar escaparates, digo...
En el escaparate cada uno coloca
lo que quiere mostrar, el que mira contiene visión subjetiva (o no) y la memoria selectiva omnipresente hace siempre
el resto.
El filósofo
Ortega y Gasset (un dios que existió y no como dos personas distintas)
decía: “Yo soy yo y mi circunstancia”. Porque tú eres tú y tu circunstancia de
salirte con la tuya. La primavera es primavera y su circunstancia polar/ hiriente.
La Reina de España es Reina de España y su ego carente de disimulo. Doña Sofía
es doña Sofía y su torre de Babel bien cimentada en la memoria popular. Circunstancias que generan otras y otras... Y aunque algunas pesen, no dejan de ser circunstancias.
Últimamente
me está pasando factura la imposición que sudamos. Ese “Yo opino tal y lo mío
vale más que lo tuyo porque lo digo yo”. Filósofos o filósofas de máster. Sí,
de máster como Cifuentes, con notables. Antes te los cruzabas sólo en los bares,
no sabíamos apreciar la fortuna tan grande que disfrutábamos. Ahora nos invaden
en cuerpos presentes y redes. Si aún no te has cruzado con ninguno de estos
seres, dime cómo te llamas y te encargo un día internacional sólo para que el
mundo entero se rinda ante ti y aplauda tu suerte. Por supuesto, con entrada en
la Wikipedia.
Opinar es saludable. Imponer no es necesario.
Me da mucho
miedo la imposición, que rima con Inquisición. La semana pasada, una amiga me
contaba lo feliz que se sentía al pensar que podía cambiar un trabajo estable
en la ciudad que la ha visto crecer, para comenzar una nueva vida en otra ciudad
desconocida. Y lo mal que se sentía al tener que dar explicaciones de su “locura”
a su círculo. Me narraba el miedo que le sembraban a sus ideas rompedoras. La
cantidad de monólogos llenitos de “buenos consejos” que se le iban acumulando
en el cuerpo. Lo que sufría, pobre mía.
“Consejos
vendo y para mí no tengo” podría ser el epitafio de más de uno, más de dos y muchos más de tres. Y detrás un “Murió
por sus ideales”. Una pereza que me entra y que no sé disimular… Y eso que yo
soy reina sólo de mi casa.
Una vez
públicamente dije que “la vida se resume sólo en un verbo: avanzar”. Ahora
reconozco que le añadiría “avanzar, pero con tapones”. Que por cierto poco valor
tienen para lo caros que son. ¡Cinco euros pagó mi prima el otro día en la
farmacia por unos! El silenciar a los demás no es barato. ¿Al mundanal ruido plantarle un modo avión? ¡Deporte de
riesgo!, (tenía que hacer la metáfora).
Yo hoy no
te voy a aconsejar, no me lo has pedido y si me lo pidieras ya he aprendido a
no dar lo que no tengo para mí. Yo prefiero otro epitafio, la verdad. Otro día
te doy ejemplos que me representen.
Hoy he
abierto los ojos sin despertador. La falta de sol me baja la batería. El frío
está loco, el mundo está loco. Ya ves, con locura ajena, siempre ajena.
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