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domingo, 8 de abril de 2018

Al mago del micrófono y las ranas.


“Toda la vida es sueño, y los sueños, sueños son”, decía Calderón de la Barca. Muchos de esos sueños, los más selectos y quizás los que te hacen sudar cuando la cifra de años va en aumento, se crean en ese periodo de tiempo en el que todo sana a besos con curita de rana, en el que todo se barniza con ilusión, al que acudes sin remedio cuando te saluda algún recuerdo: la infancia.

Hoy te presento a un amigo, mucho más que un simple compañero de trabajo. Él se define como maestro en nada y aprendiz de mago. Si me preguntas, te diría que su maestría ante el micrófono es asombrosa. Le da a cada palabra esa magia que muchos mueren sin adquirir y que él sabe producir de manera natural como si de coger oxígeno se tratara. Todo a jornada completa y sin fiestas de guardar.



Niño afortunado de infancia feliz: amor, cariño y libros. Como nunca tuvo suficiente con las lecturas obligatorias del colegio, cada vez que la última página le sorprendía con un “fin”, él resumía y dibujaba en casa lo leído. (Hoy sus padres guardan con recelo esa colección de primeras veces). “El árbol de los pájaros sin vuelo”, de Concha López Narváez abrió esa veda y cuando usa el presente para rebobinar, se reencuentra con sus cimientos.
Cuando conocí a Víctor Alfaro, yo era una becaria que aún no sabía la cantidad de primeras veces que me quedaban por experimentar. Becaria sin vuelo, como los pájaros de ese libro. Pero abracé la suerte, me posé en sus ramas. Descubrí las raíces de Víctor sustentadas casi al unísono por las de Radio SOL y hoy disfruto el paisaje desde ese árbol de tronco grueso en el que cada anillo muestra alguna etapa de la vida que ambos llevan compartida. Víctor y la radio. La radio y Víctor.





Él no tuvo claro el Periodismo. Hubiera sido profesor de Historia, como su tío. Pero con diecisiete años se dejó absorber por la radio. A veces, cuando hacemos un descubrimiento y nos brillan los ojos, ya no hay vuelta a atrás. A Cristóbal Colón le pasó con América. A Víctor cuando se tropezó con muchos corazones que latían con fuerza y ganas. Lo que él no sabe, es que esos corazones se han nutrido por su buen hacer y ahora bombean sanamente con su voz en el 99.8 de la FM. Ya ves, cualquier casualidad puede cambiar el rumbo de una historia.

Víctor, curioso y optimista, se fijó detenidamente en la luz que regala el sol todos los días, justamente a su caída. Desde entonces, todos los que disfrutamos de su presencia, nos deslumbramos con el resplandor dulce que proyectan sus contenidos musicales en su blog “Al caer el sol”, derivados de su primer programa en antena con el mismo nombre.“El programa que más feliz me ha hecho”, dice con una sonrisa. Los que recuerdan ese programa referente en la canción de autor también lo hacen con una sonrisa. Rozalén, Marwan… A todos les tendió las dos manos altruistas. La bondad de Víctor te vuelve grande, a los hechos me remito.

“Cuanto más cosas hagas en tu vida, mejor” le aconsejaban sus padres. Y tantos años de pasión dándole los “buenos días “a los más pequeños en Diverclub le hicieron escribir. Ya no hacía resúmenes, 
pero sí dibujos a sus hijos en una pizarra durante todos los amaneceres. De las horas que se esfumaron escuchando a “sus grandes narradores orales” (como a él le gusta catalogar a sus abuelos) disfrazó el pasado no tan lejano en presente. Su visión, la de un Peter Pan oyente, derivó en su primer libro publicado: “Alejandro y la gorra del tiempo”. La historia de un niño tímido y solitario, que de manera accidental viaja al pasado, concretamente al Madrid de la Guerra Civil. A mí me toco el corazón durante dos horas, no digo más.



A su profesionalidad le llovieron oportunidades, pero ahora cuando analiza su presente en Radio SOL y abraza a su familia siente que ha conseguido su objetivo. Se alegra de haber usado chubasquero.

Víctor dice que las mejores ideas hacen acto de presencia cuando tiene tiempo para pensar. La inspiración lo sorprende en esos momentos en los que ni se atreve a llamarla por su nombre, o quizás sí, y se llama Raquel. Ella, la que  mostró su destreza al atrapar una rana en plenas vacaciones. Su astucia, para asombro de todos, derivó en libro de cuentos. Ahora se llama “La cazadora de ranas”. En esa brazada de moralejas y consejos, Víctor evidencia que olvidamos el valor inmenso de las pequeñas cosas: el amor a los abuelos, el disfrute del aquí ahora sin móvil y sin likes, la importancia del verbo empatizar, la unión de los primos, la sabiduría que produce el cambiar de opinión, las razones que tiene un malvado para parecerlo y no serlo, la belleza de un cielo lleno de estrellas, un “esto también pasará” a tiempo… 








Maravilla en prosa para niños y no tan niños. Cuando cierras el libro, sientes a Martina como miembro de la familia, incluso se te clava en el corazón un fantasma. No te cuento más porque puedes encontrarlo en cualquier librería. Hazme caso, el alma te olerá a limpio. En todos los personajes hay un poco de Víctor y dentro de Víctor ya vuelan muchos otros que pronto conoceremos todos. (Espero que así sea).




Víctor olvida los nombres, recuerda las caras, admira los silencios de Jesús Quintero y cuando le preguntan por Joaquín Sabina se queda sin palabras y repasa himnos ya memorizados.

Ojos verdes los suyos. Verdes como las ranas. Verdes como la esperanza de sus palabras sostenidas siempre por sus hechos. "Verde, yo te quiero verde", ya lo decía Lorca.

“Toda la vida es sueño, y los sueños, sueños son”. Y los míos cobran fuerza teniéndote cerca, Víctor.
Tus pasos  infinitos me inspiran. 
El brillo de mi faro es tuyo.

Gracias, amigo.




Antes de despedirme y de mandarte besos en la frente, a ti que me lees, te comunico que puedes conocer al mago del micrófono y las ranas en la Feria del Libro de Leganés el domingo día 22 de abril y en la Feria del Libro de Vallecas el viernes 27 de abril. ¡Apúntalo bien! 

Y ahora sí... 

Besos en la frente.

Ana 





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