“Toda la
vida es sueño, y los sueños, sueños son”, decía Calderón de la Barca. Muchos de
esos sueños, los más selectos y quizás los que te hacen sudar cuando la cifra
de años va en aumento, se crean en ese
periodo de tiempo en el que todo sana a besos con curita de rana, en el que todo
se barniza con ilusión, al que acudes sin remedio cuando te saluda algún
recuerdo: la infancia.
Hoy te
presento a un amigo, mucho más que un simple compañero de trabajo. Él se define
como maestro en nada y aprendiz de mago. Si me preguntas, te diría que su
maestría ante el micrófono es asombrosa. Le da a cada palabra esa magia que muchos
mueren sin adquirir y que él sabe
producir de manera natural como si de coger oxígeno se tratara. Todo a jornada
completa y sin fiestas de guardar.
Niño
afortunado de infancia feliz: amor, cariño y libros. Como nunca tuvo suficiente
con las lecturas obligatorias del colegio, cada vez que la última página le sorprendía
con un “fin”, él resumía y dibujaba en casa lo leído. (Hoy sus padres guardan
con recelo esa colección de primeras veces). “El árbol de los pájaros sin
vuelo”, de Concha López Narváez abrió esa veda y cuando usa el presente para
rebobinar, se reencuentra con sus cimientos.
Cuando
conocí a Víctor Alfaro, yo era una becaria que aún no sabía la cantidad de
primeras veces que me quedaban por experimentar. Becaria sin vuelo, como los
pájaros de ese libro. Pero abracé la suerte, me posé en sus ramas. Descubrí las
raíces de Víctor sustentadas casi al unísono por las de Radio SOL y hoy
disfruto el paisaje desde ese árbol de tronco grueso en el que cada anillo
muestra alguna etapa de la vida que ambos llevan compartida. Víctor y la radio.
La radio y Víctor.
Él no tuvo
claro el Periodismo. Hubiera sido profesor de Historia, como su tío. Pero con
diecisiete años se dejó absorber por la
radio. A veces, cuando hacemos un descubrimiento y nos brillan los ojos, ya no
hay vuelta a atrás. A Cristóbal Colón le pasó con América. A Víctor cuando se
tropezó con muchos corazones que latían con fuerza y ganas. Lo que él no sabe,
es que esos corazones se han nutrido por su buen hacer y ahora bombean sanamente con su voz en el
99.8 de la FM. Ya ves, cualquier casualidad puede cambiar el rumbo de una
historia.
Víctor,
curioso y optimista, se fijó detenidamente en la luz que regala el sol todos
los días, justamente a su caída. Desde entonces, todos los que disfrutamos de
su presencia, nos deslumbramos con el resplandor dulce que proyectan sus contenidos musicales
en su blog “Al caer el sol”, derivados de su primer programa en antena con el
mismo nombre.“El programa que más feliz me ha hecho”, dice con una sonrisa. Los
que recuerdan ese programa referente en la canción de autor también lo hacen
con una sonrisa. Rozalén, Marwan… A todos les tendió las dos manos altruistas.
La bondad de Víctor te vuelve grande, a los hechos me remito.
“Cuanto más
cosas hagas en tu vida, mejor” le aconsejaban sus padres. Y tantos años de
pasión dándole los “buenos días “a los más pequeños en Diverclub le hicieron
escribir. Ya no hacía resúmenes,
pero sí dibujos a sus hijos en una pizarra
durante todos los amaneceres. De las
horas que se esfumaron escuchando a “sus grandes narradores orales” (como a él
le gusta catalogar a sus abuelos) disfrazó el pasado no tan lejano en presente.
Su visión, la de un Peter Pan oyente, derivó en su primer libro publicado:
“Alejandro y la gorra del tiempo”. La historia de un niño tímido y solitario,
que de manera accidental viaja al pasado, concretamente al Madrid de la Guerra
Civil. A mí me toco el corazón durante dos horas, no digo más.
A su
profesionalidad le llovieron oportunidades, pero ahora cuando analiza su presente
en Radio SOL y abraza a su familia siente que ha conseguido su objetivo. Se
alegra de haber usado chubasquero.
Víctor dice
que las mejores ideas hacen acto de presencia cuando tiene tiempo para pensar. La inspiración lo sorprende en esos momentos
en los que ni se atreve a llamarla por su nombre, o quizás sí, y se llama Raquel.
Ella, la que mostró su destreza al
atrapar una rana en plenas vacaciones. Su astucia, para asombro de todos,
derivó en libro de cuentos. Ahora se llama “La cazadora de ranas”. En esa brazada de moralejas y consejos, Víctor evidencia
que olvidamos el valor inmenso de las pequeñas cosas: el amor a los abuelos, el
disfrute del aquí ahora sin móvil y sin
likes, la importancia del verbo empatizar, la unión de los primos, la sabiduría
que produce el cambiar de opinión, las razones que tiene un malvado para
parecerlo y no serlo, la belleza de un cielo lleno de estrellas, un “esto también pasará” a tiempo…
Maravilla
en prosa para niños y no tan niños. Cuando cierras el libro, sientes a Martina
como miembro de la familia, incluso se te clava en el corazón un fantasma. No
te cuento más porque puedes encontrarlo en cualquier librería. Hazme caso, el
alma te olerá a limpio. En todos los personajes hay un poco de Víctor y dentro
de Víctor ya vuelan muchos otros que pronto conoceremos todos. (Espero que así
sea).
Víctor olvida
los nombres, recuerda las caras, admira los silencios de Jesús Quintero y
cuando le preguntan por Joaquín Sabina se queda sin palabras y repasa himnos ya
memorizados.
Ojos verdes
los suyos. Verdes como las ranas. Verdes como la esperanza de sus palabras
sostenidas siempre por sus hechos. "Verde, yo te quiero verde", ya lo decía
Lorca.
“Toda la
vida es sueño, y los sueños, sueños son”. Y los míos cobran fuerza teniéndote
cerca, Víctor.
Tus pasos infinitos me inspiran.
El brillo de mi faro es
tuyo.
Gracias,
amigo.
Antes de despedirme y de mandarte besos en la frente, a ti que me lees, te comunico que puedes conocer al mago del micrófono y las ranas en la Feria del Libro de Leganés el domingo día 22 de abril y en la Feria del Libro de Vallecas el viernes 27 de abril. ¡Apúntalo bien!
Y ahora sí...
Besos en la frente.
Ana
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