Hoy no
hablo del amor. De ningún tipo de amor. Hoy me he puesto a contar el manojo de huellas
que he seguido durante los años que llevo en esto de respirar, mientras piso
mundo. Me ha salido un número muy alto.
He crecido sin cuestionarlas. Ellas son las impuestas, las que ya se me han
caído como los dientes de leche. Hace
tiempo que me retiré de esa persecución. Quizás abrí los ojos o simplemente fue
sólo cansancio de repetir las mismas acciones.
Desde niños
nos programan para que ese manojo de huellas tenga forma de otro manojo: de
llaves. “Te vas a caer”, “eres la más guapa”, “eso no puedes hacerlo así”, “no
sabes nada”, “tienes que adelgazar”, “por ahí no”, etc. Yo creo que sabes muy
bien a lo que me refiero. A las huellas que no abren puertas.
Esas
huellas nos crían, en muchos casos nos sacan los ojos como cuervos y son
capaces de llevarnos a cualquier orilla. Pero una vez que nuestros pies rozan
el frío del mar y nos quedamos solos, únicamente nos queda agarrar la esencia,
ese propio aprendizaje que cada uno
lleva adentro para no caer de boca, para bailar al son de la marea.
Indiscutiblemente, las primeras huellas que
nos dirigen como perros lazarillos desde el comienzo de los tiempos y “por
nuestro bien” son las de nuestros padres y abuelos.
Trabajando
en el teatro hace unos días, una mujer se me acercó con su hija de unos cinco
años en el carrito. Una chiquilla monísima que rápidamente se ganó mis
carantoñas. Su sonrisa inundó el lugar de inocencia en apenas unos minutos. (Y ahora viene el quid de la cuestión). La madre de la cría me apartó porque tenía una
preocupación interna: que su hija no diferenciara bien a los miembros del grupo
de niños que estaban a punto de actuar. (He de decir que la niña se sabía las
letras de las canciones como los días de la semana). Y me dice la señora: “Es que como la niña no es
normal…”. (Por cierto, era síndrome de Down).
Me acuerdo que en ese momento disimulé todo lo mejor que supe la mala
leche que se me leía en los ojos. La miré a ella y su hija como si yo estuviera
sentada presenciando un partido de tenis. Me contuve por educación un “La que no es
normal es usted”, pero le zampé rápidamente un “Pues yo la veo muy normal,
señora”. La sonrisa nerviosa que se pegó a la cara de esa madre le duró diez
minutos. “Bueno, ya… Tú sabes”, me añadió tocándose el pelo. “¿Cómo que yo sé,
señora?”, pensé. En ese momento me
acordé de las limitaciones.
He empezado
estas líneas diciendo que no voy a hablar de ningún tipo de amor. Seguramente
esa madre querrá a su pequeña más que a su propia vida, pero ya la está
limitando desde sus primeros cinco años de vida. Años de eterno aprendizaje en
los que sólo vemos la verdad en las huellas que seguimos. Esas huellas crean
limitaciones y esas limitaciones traen consecuencias monstruosas en algunos
casos. A mayor número de años, menos autoestima brilla en el cuerpo. A mayor
altura, menos oxígeno. A mayor voltaje, menos corriente.
En el 98%
de los casos me atrevería a decir que esos dardos los lanzan inconscientemente
las personas que más nos quieren. Son piedras de un río, que cuando desemboca
al mar se siguen pegando al fondo a pesar de la cantidad de agua. Creces y crees
que se dispersan, pero no en todos los casos.
Caer del
cielo y saborear la guerra es necesario para llegar a ser la persona que
quieres ser. Vivir caído o caída de un guindo es opcional y respetable (cosa
que no comparto). Los que viven y actúan sin nada que perder, esquivando
dardos, ganan. Y como soy optimista, los que viven perdiendo al final siempre ganan
algún camino, aunque sea el de “nunca seré tal”. He de añadir que yo ahora me
veo en fotos pasadas muchos “no puedo” que me robaron más noches de sueño de
las necesarias. Digo necesarias, porque cuando me dejo llevar por alguna huella
ya sudada que estuvo fuera de lugar y “por mi bien”, cojo fuerzas mirando la
pared de triunfos propios.
El mal de
muchos de los que se limitan es consuelo de algunos, sin duda. Y esos algunos, que cada vez son menos, saben
que un sueño no se amuralla. A un sueño nadie puede dibujarle el contorno .
La
importancia de seleccionar limitaciones. La importancia de clasificar huellas. Por tu bien.
Genial!!
ResponderEliminarMe alegro haber entrado en tu blog! Maravillosa ana! Enorabuena
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