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miércoles, 13 de junio de 2018

Pestañas subidas.




El sol de junio pide permiso para trabajar. Las pantallas dirigen pasos y ya pocos platos se cocinan al baño María. Algunas noches se hacen más largas que otras y el nervio lleva la batuta de las emociones. La paz mental es la única guerra necesaria que hay que ganar, digerir una injusticia da sabiduría y ante la jauría que salva a Barrabás yo al menos no me lavo las manos como Pilatos.

Ante la evidencia, paciencia. Quizás por eso nunca te llené de preguntas: por no recibir respuestas vacías. Me recorto y pego a un destino en el que nunca me faltan las ganas de subirme las pestañas.
Ahí afuera, se pasean muchas personas con historias inacabadas en las que cosen sueños y los van arrastrando. Como una cadena de latas vacías en el coche de los novios. Atrezo hortera. Ruido escandaloso. Certezas que ponen kilos a base de dudas. Nombres propios que llenan sus horas y, casualmente, nunca sus vacíos.
Me recorto y pego a un destino con ganas de coleccionar siestas que rimen con fiestas, en el que tú ya conoces lo que hay al otro lado del miedo. En ese destino las luces tienen muchos interruptores y ahí tú seleccionas el color exacto de las zapatillas que te esperan en casa con complementos directos en corazón.

Un pájaro bien agarrado no le hace sombra a los cientos volando. Mi ave fénix es un abuelo adorable aliado al verbo resucitar que cuenta heridas de guerra. Él tuyo nunca ardió, tampoco regeneró piel y ni llevó la cuenta de sus plumas.

París se quedó sin torre Eiffel, el país sin un digno representante de la cultura  y a mí de tu cara se me clavó la cruz.
Ando descalza con las pestañas subidas. Eres lo que crees que nunca serás. Eres todos los lugares que sueñas y hasta los que arrastras con ruido enlatado.
Voy a pedirle permiso al sol. Cuando trabaje, que me atraviese y me temple. 

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