La esperanza y las expectativas tienen un factor en común:
cada uno las coloca donde quiere. Es respetable y lícito. Pero que hoy se hayan
empezado a poner las primeras dosis de vacuna en España, no es señal de que el partido
esté ganado. La ciencia (y Dios sabe cuantos intereses más) han metido un
golazo antes del descanso, pero ahora nos tenemos que comer el bocadillo y ver
la otra mitad.
Claro que hay que alegrarse. Para los que no tienen fundamentos suficientes y unas ganas locas de disputa, voy a darles uno muy gordo: la
muerte de tantos abuelos en soledad. Para mi corazón y su entender, tiene esa causa más peso que el carro de la Cibeles. La generación más devastada y sacrificada
nos vuelve a dar otra lección. Ellos han sido los primeros y ni una queja han
mostrado, a pesar de tener motivos suficientes para derramar el bote. No están
curados de este virus, pero sí lo están de espanto y sus positivos son en
valores. Si hasta nos enseñaron a gritar por lo propio al defender las pensiones.
Y como me remonte a la historia… ¡siempre han sabido pelear lo suyo! Porque
vienen de sudar el pan y de encontrar mil alternativas. Lo único que podemos
hacer nosotros es callarnos, porque el que calla, aprende. Y darles amor y la
admiración más fiel.
Como cada uno pone la esperanza y las expectativas donde quiere, yo las he puesto en Araceli, en toda su generación de mesías que se matan por salvarnos sin un reproche y también las pongo en el milagro que nos devuelva a esa normalidad compuesta de los lugares que añoramos.
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