Cuando he querido darme cuenta, ya había guardado los abrigos y tenía puesta la gabardina: ha pasado abril. Nadie me lo robó. Lo exprimí. Ahora las siluetas de sus días se desvanecen y el futuro huele a mayo. He gastado mucho tiempo en soñar y esto me ha llevado a sentirme libre y real.
La gran mayoría de nuestros actos son inconscientes. Vamos
muy deprisa. Hablamos, hablamos sin parar. “Buenos, días”, “ya voy”, “yo
también”, “igualmente”, “te aviso cuando llegue”, “y, ¿Qué te dijo?”, “tengo
hambre”, “voy a lavarme los dientes”, “mañana a las ocho”, “estoy bien”,
“adiós”. Hablar es un acto más involuntario, que racional. Sin embargo, algunas
palabras nos dan miedo. No las pronunciamos por terror a sus consecuencias. Y
puede que sean hasta las más importantes, pero se pierden en las cavidades más
hondas. Y perdidas se acomodan en la espalda, en el estómago o en la cabeza. Y
perdidas se convierten en dolores. Y los dolores en peligro. Y hay mucho miedo
para tan poco peligro.
De pequeña, me entretenían esos juegos míticos de plástico
en los que una bolita diminuta y metálica divagaba por un laberinto. Los
compraba en las tiendas de veinte duros, antes de que evolucionaran a chinos. Los
sostenía con una mano. Que la bola llegara a la casilla final era más cuestión
de azar, que de maña. Estaban mal hechos de fábrica para que el objetivo quedara
más lejano. Por eso, generaban cierta adicción boba en el cerebro. Eran aptos
para tercos.
La vida de abril se me ha parecido mucho a ese juego de mi
infancia y me ha pulido tanto como la piedra que se convirtió en “David”. Hoy quería
destacar ese laberinto. Sus vueltas. Porque mi bola ha entrado en un lugar no
preestablecido, pero soñado. Mi abril no me ha llevado a Roma, pero sí a mi
paz. La paz. El único elemento humano que, cuando lo sentimos, se vuelve
innegociable. La paz no tiene distancia, ni tiempo, ni palabras perdidas. Tiene
un ¨te quiero¨ de frente y a los ojos, que reúne todas las propiedades para
mantenerla a su temperatura ideal. La paz es el terreno fértil donde cualquier
cosecha quiere crecer.
Ahora que ha pasado abril, siento que nadie me lo robó. Lo
exprimí con valentía y no he desperdiciado nada. Las marcas deambulan debajo de
mi gabardina.
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