Hoy día 23
de abril se celebra en todo el mundo el día del libro, fecha simbólica para la
literatura universal. En un día como hoy, día de san Jorge, murió Cervantes y
Shakespeare.
En Cataluña,
el cariño se demuestra regalando un libro junto a una rosa. Siempre me pareció tan bonita y tan necesaria esa costumbre…
¡La implantaría en toda España como comer uvas en Nochevieja!
Hoy yo tenía
un propósito. Quería enseñarte las lecturas que más me han marcado a lo largo
de mi vida. Como me ha sido imposible acotar el amor en diez títulos, he decidido
enseñarte sólo uno. Mi libro de cabecera. Mi favorito. La mayor fortuna que
poseo. Un regalo que me hizo la persona que más espacio ocupa en mi corazón: mi abuelo. Hablo en presente de él porque el pasado se me queda obsoleto, como a ti. A veces huye
de mí… Se va tan lejos…Y por eso soy chica precavida. Preparo adaptaciones de
ayer al presente y así lo que voy a necesitar lo llevo siempre encima. Como el
corazón, que bombea en ahora. Como mi abuelo, motor que podría llamarse corazón
(pero a él nunca le gustó ser protagonista).
Florencio
Montes me escribió un libro de cuentos. (Pulso las letras del teclado y no
puedo disimular el brillo de ojos, lo siento). Fue publicado en 2005 y ese
tesoro es una antología de los mejores momentos de mi vida. Él y yo creamos un
lenguaje propio. Inventamos palabras, canciones e historias. Abuelo y nieta.
Nieta y abuelo. Dos locos felices y sueltos. En esos benditos folios, él
resume mi infancia, los cuentos que nacían a diario de su prodigiosa improvisación,
el amor a las raíces, a las tradiciones, mi pueblo, sus poemas, mis primeros
pasos, mis primeros rizos, moralejas y consejos que he comprendido con el paso
de los años… Todo eso lo encuentras en “Cuentos para Ana”, en el rincón más
sagrado de mi casa.
Dicen por
ahí que “no es más afortunado el que más tiene, sino el que menos necesita”. Yo
sólo necesito este libro. Cuando la rutina agobia, la distancia escuece, los
consejos ajenos me aburren y algunas
miradas se vuelven asesinas, despliego mis cuentos. Sus páginas adhieren la
forma de un escudo protector y siento todos los besos que mi abuelo no tuvo
tiempo de darme. Me siento invencible. Cuando abro la tapa del libro y paso la
dedicatoria, me sorprende una aclaración que hoy te adjunto. La he releído
tanto, que te la canto en voz alta, como el comienzo del Quijote o de Cien años
de soledad:
“Estos
cuentos para ti, Ana de mi corazón, no fueron cuentos al principio sino
desahogos de cariño que tu abuelo iba trasladando al papel sin imaginar que,
pasado el tiempo, se iban a convertir en letra impresa que desembocarían al
final en un libro que no es mío, sino más bien tuyo, porque tú eres la
protagonista absoluta, el eje sobre el que giran mis palabras, la meta de mi
ternura… Tú eres casi todo para tu abuelo, Ana, y eso se nota en estas páginas
que espero que releas en el futuro.
Porque pasarán
los años –los años que nunca se detienen, que corren uno tras otro
desaforadamente, cada uno con más prisa que el anterior- y alguna vez, cuando
seas mayor, tu vista se detendrá en el rincón de la estantería donde guardas
este librito y comprobarás, al leerlo de nuevo, cuanto y cuanto te quiso tu
abuelo. Este abuelo que posiblemente ya no esté a tu vera, porque la vida es
así de inexorable, pero no importa, tú no te entristezcas, la vida es bella y
merece la pena vivirla. Seguro que al abrir sus páginas sentirás como si te
abrazaran, como si una brisa pequeñita se agitara a tu alrededor. Ese soplo,
ese revuelo casi inadvertido será causado por mis besos, los que no tuve tiempo
de darte, los que se me quedaron dentro, dormidos entre las cuartillas que te
escribía, y que ahora se despiertan para rozar tu hermoso rostro en una caricia
invisible.
Nunca pensé
que se publicara esta brazada de anécdotas, recuerdos y cuentecillos, porque
sólo los consideré importante para nosotros. Pero algunos familiares y amigos
se empeñaron en llevarme la contraria y me animaron lo suficiente para sacarlos
a la luz. Lograron convencerme de la existencia de otros abuelos y otros nietos
a los que, quizá, les agrade conocer estos “Cuentos para Ana”, porque acaso si
se sientan razonablemente identificados con los mismos.
¿Sabes cómo
se crearon sus ilustraciones? Cuando sospeché que el tema de la edición iba en
serio, busqué al artista adecuado para que se encargara de las láminas que
hermosearan sus páginas. Tengo amigos pintores que seguramente me hubieran
prestado con gusto su colaboración. Hasta yo mismo estuve tentado de probar
renovando mi antigua afición por los pinceles. Pero un dibujo tuyo me hizo ver
la luz y comprender que nunca encontraría mejor ilustradora que la protagonista
real de estas historias. Me reí tanto con tus retratos y representaciones
coloreadas… ¡Qué gracia tienen los trazos inocentes de los cinco, seis años!...He
de reconocer que te portaste como una auténtica profesional y solventaste el
lance con un dechado de imaginación y donaire. Nunca me defraudaste.
Así que
aquí está el resultado de nuestra obstinada colaboración. Ojalá guste a los
demás tanto como a nosotros nos agradó rematar la faena. Besos, Ana. Y siempre,
siempre, perpetuo e inmutable, el cariño de tu abuelo”.
Sí, las
ilustraciones son de una Ana Perea con cinco años receptora, receptiva y afortunada de tener a un abuelo al que nunca le importó
idealizar. Siempre nos perdonamos mutuamente todas nuestras taras. (Ahora no me
pidas que dibuje, soy incapaz). El prólogo es de María Dolores Camacho, escritora impecable, amiga de mi abuelo. Por ella siento ese tipo distintivo de admiración que me hace pensar mucho para poder encontrar un adjetivo acorde con su grandeza. Ella es mayúscula.
Me voy a
despedir, esta improvisación por el día del libro me emociona.
Hoy 23 de abril, sólo quiero dar las gracias
a todos mis escritores y escritoras, a mis poetas y poetisas. Me hacéis soñar, me hacéis crecer, me hacéis vivir diferentes vidas en tantos cuerpos...
Gracias abuelo. Gracias por ser mi siete, por inculcarme tu pasión, por ser mi faro.
Eres un beso en la frente. Eres mi fortuna.
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