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domingo, 20 de mayo de 2018

Con una mano.


Con una mano pasabas las hojas de los libros.
Con una mano también levantabas un dedo cuando decías algo de broma o recitabas el último verso de un poema.
Con una mano también te comías ese trozo de chocolate con leche, aun siendo fiel a tus principios con el negro.
Con una mano también agarrabas la mía y paseábamos, mientras creábamos ese universo infinito al que los mortales llaman libro de cuentos.
Con una mano me apartabas el pelo y con una mano firmabas con esa caligrafía única, parecida a ninguna, con la que piso todos los días el mundo.
Con una mano sujetabas el periódico y con una mano desfilabas por el pasillo de casa con tu taza de agua.
Con una mano te tapabas los ojos ante algún pensamiento espontáneo que te planteaba sin filtrar y tus carcajadas se encargaban solas de hacerme los coros.
Con una mano te colocabas la gorra a las seis de la mañana y ya me alumbrabas el día entero mucho antes que el sol. 

Nunca me lo quise imaginar, pero ahora con sólo una mano cuento tus años de ausencia. Son cinco, pero si le preguntas a este corazón que tanto te echa de menos, te diría que el número de dedos crece. A este loco contador le faltan manos. Le faltan besos.
Y, ¿qué hacemos? Abuelo, es que siempre fui de letras. Quiero contarte rutina, noticias, secretos... El número de astros que nos separan no me interesa. No me eches cuenta, ya sabes que nunca hago nada de lo que me obligan. 
No voy a contar. Y menos con una mano. O lo que es lo mismo:
Cinco lobos. Cinco huracanes. Cinco dedos. Cinco años.

Ahora te dedico estas palabras improvisadas con una mano, con la misma que nunca supo decirte adiós.
Con una mano beso tu foto antes de irme a dormir. Te pienso. Gracias por volverme poderosa. 
Ojalá no te estés perdiendo nada de todo lo que me pasa. 
Gracias por iluminarme en este baile de nostalgia.
Te lanzo un beso, mi estrella. Esta vez con las dos manos.


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