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martes, 19 de junio de 2018

Gracias por estar aquí, Miguel.



Él llegó a mi vida casi sin anunciarse, como su “Santa Lucía”. Nos presentaron en la sala Galileo Galilei y por un destino acertado coincidimos días después en la presentación de un libro. Volver es una forma de llegar y volver a encontrarme con Miguel fue llegar a uno de esos regalos que brillan, mientras yo caminaba despistada mirando al infinito. Él formó parte de ese pequeño grupo reducido de personas a las que les confesé la remota existencia de este blog y quiso participar. Entre muchas ideas postergadas, por fin encontramos ese momento exacto. Dicen por ahí que todo lo que tiene que encajar, aunque se haga de rogar, al final siempre llega a todo pulmón. Ayer me invitó al ensayo general de su gira, la que pronto vamos a tener  la fortuna de disfrutar.





En el presente, Miguel se encuentra inmerso en su último trabajo musical “Symphonic Ríos”. CD más DVD. Una simbiosis perfecta que hace soñar hasta al más testarudo musicalmente hablando.









El blues es un estado mental y admirar a Miguel es uno de los secretos de la felicidad eterna para cumplir con dignidad los cien años. Él no tiene trampa ni cartón. Tras ocho años de silencio, ahora vuelve a vivir en la carretera sonando mejor que nunca. Vistiendo de domingo a la clave de sol. Atraviesa directo al corazón con su voz, inevitablemente. Tanto como a Boabdil el Chico le atraviesa la garganta el viento del sur.








A sus 74 años, no grita los secretos de su pacto con el diablo, pero sí los sueños vivos que colecciona. Los grita tan fuerte como cuando trabajaba en su Granada vendiendo discos, como cuando ese Mike Ríos aún no sabía los pasos grandes que iban a dar sus pies. ¡Qué maravilla el volverlo a ver empezando a vivir de continuo!

Aún recuerda Granada en la bruma de su niñez, sus raíces lo esperan siempre ahí con los brazos abiertos, pero se bajó en Atocha como su amigo Joaquín y Madrid le quiso. “Cuando las cartas salen malas y van los dioses a lo suyo” (que le escribió su amigo) Miguel con su himno nos resucita a todos, le pone calcetines limpios a la alegría y los hombres vuelven a ser hermanos.


La nostalgia que no tiene, tampoco le impide avanzar. Él afirma que estamos empecinados en vivir una vida esquizofrénica, pero obtiene su remanso de paz gracias al deporte que practica durante sus pocos ratos libres. Deporte físico, ya que el ejercicio de memoria lo hizo y lo disfrazó de literatura. En “Cosas que siempre quise contarte” nos relató en voz alta la faceta privada de su vida, aunque este hecho nunca fue una de sus prioridades esenciales.

Su timbre de voz está intacto y continúa caminando con pasos firmes gracias a esa sabiduría engendrada a base de tomos de historias ya sumadas en sus retinas.




Bienvenido a La luz de mi faro, hijo del rock and roll. Los viejos rockeros nunca mueren. Haznos felices con lo más simple: con tu existencia, Miguel. Haznos soñar no sólo las noches de verano, sino todas las que quieran venir. Yo recordaré este día de ensayo como un río de luz que me agrandó los pulmones.  
Gracias por todo el amor que no sólo le das a “Popotitos”. Gracias por tu humanidad, gentileza, tablas, risas y generosidad. Por desalojar a los fantasmas cotidianos, por tener un solo corazón. 

Gracias por estar aquí, Miguel.



En este enlace puedes escuchar el audio de la entrevista a Miguel:


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