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domingo, 7 de marzo de 2021

“Se llamaba María Teresa López, la Chiquita Piconera”.


“Julio Romero de Torres pintó a la mujer morena con los ojos de misterio y el alma llena de pena”, así nos lo recuerda la copla popular. El pintor de inconfundibles trazos oscuros, desde la plaza del Potro cordobesa, plasmó en su obra lo que se convertiría en simbología colectiva de belleza femenina. Una belleza de Andalucía para el mundo.

El cuadro “La Chiquita Piconera” con su copa de cisco, badila en mano y moño bajo de raya a un lado, aparecía en la España de 1965 hasta en sellos de correos.

 


Desde entonces, vinos, carteles, bares… La publicidad alzó la cara de esta mujer y de esa presencia latente, nació el icono que conservamos en la actualidad: la mujer morena. Pero, ¿quién era esa chiquita piconera misteriosa y dulce con el halo de nostalgia en su mirada? Hoy os hablo de la musa desconocida y silenciada con el paso de los años. Se llamaba María Teresa López y es el eje principal de estas palabras.


Nació en Buenos Aires en 1913. Sus padres cordobeses emigraron a Argentina buscando un sino con pan. El mismo sino que siete años más tarde, volvió a colocar a la familia en su Córdoba natal. Se hospedaron en casa de la abuela. Como todos los hogares de Andalucía por aquel entonces, los portones abiertos generaban una fluidez de amor y unión en el vecindario. A María Teresa la llevó por primera vez a casa del pintor su vecina de enfrente porque servía en la casa de los Romero de Torres. Y uso el término servir como sinónimo de acicalar los hogares, de fregar, cocinar, coser, planchar… Por todas las manos de mujeres que levantaron a la vieja Andalucía.

María Teresa acariciaba los ocho años cuando Julio quedó prendado de su belleza y a partir de los trece años la convirtió en su musa. La excelente amistad que compartía con sus padres agilizó los posados. Ella, quieta y responsable, obedecía órdenes del pintor. Jamás le propuso desnudarse. Nunca cruzó la línea profesional. A pesar del mal carácter que coloquialmente le atribuían a Romero de Torres, con ella no tuvo ni un mal gesto. Le pagaba tres pesetas, independientemente de las horas trabajadas. Pintó el rostro de María Teresa hasta la saciedad. Se volvió tan popular, que hasta “La Fuensanta” acabó grabada en billetes. Un mediodía en el que ella acudió a posar, se encontró de frente con la muerte del artista. Dejó sin terminar el cuadro en el que aparece vestida de monja y que hoy, como tantos otros, conserva con esmero el museo Julio Romero de Torres.

María Teresa fue modista, pero una modista que creció con el alma llena de pena y que tuvo que huir de Córdoba por las lapidaciones de sus vecinos con habladurías. Las coplas la apuñalaron por la espalda. De antemano sabemos, que la ignorancia ha destruido muchos caminos a lo largo de la historia. “Posar en esa pintura me amargó la vida, la convirtió en un infierno”, recogió Silvia Pisani en una de las pocas entrevistas que se conservan de ella en La Nación. Pobre mujer. Tanto dolor…

A María Teresa nadie le ha escrito sus memorias, porque los infiernos individuales se esconden. Destacar la figura del artista, poniendo en mute a su musa es una acción tremendamente normalizada. Una dictadura de catolicismo, hipocresía y falsa moral partió en pedazos los sueños de esta mujer, como el de tantas otras anónimas. “Malcasadas”, solteronas, prostitutas y mil adjetivos más que han cavado sus tumbas.

De su figura se ha nutrido el mundo entero, menos la protagonista. Ni un ingreso monetario recibió. Ella siempre se sintió abandonada. Y, ¿los derechos de imagen? ¿Dónde quedaron? 

En esta entrevista se le empañan los ojos y a mí también:


 

María Teresa López murió el 26 de mayo de 2003 y ninguna institución mostró sus condolencias. Estuvo casada dos años con un marido que dudó de su virginidad, hasta que la sangre quedó impregnada en las sábanas blancas. La dejó embarazada, enterró a su hija al poco tiempo de nacer y un desahucio la dejó sin hogar al final de su vida. No volvió a tener pareja. El último periodo lo pasó en la residencia San Sebastián de Palma del Río y sus restos descansan en el cementerio de El Carpio, aunque ella ya estaba enterrada mucho antes.

Poemas, coplas, cuentos y hasta recibos de lotería conservan a la chiquita piconera. Sirvan estas líneas para ponerles nombres a todas esas mujeres que permanecieron en la sombra y murieron con el alma llena de sufrimiento.

María Teresa, la traigo al presente para que conozcan su nombre, aunque no aparezca en los libros de Historia. Con su permiso, la tuteo. Ponerme tus zapatos me ha generado un sinfín de sentimientos con los que alzó mi voz por tus derechos, que son los míos y los de todas. Gracias por ser el reflejo en el que me identifico. Gracias por mostrarte como mujer andaluza por el mundo entero. En muchas ocasiones cuando me he peinado con moño bajo, me han dicho: “eres la andaluza de Julio Romero de Torres”. Y desde que te conozco, contesto: “Se llamaba María Teresa López, la Chiquita Piconera”.

Ojalá veas, desde algún paraíso de luz, que te venero con ilusión.


Feliz 8 de marzo, eterna mujer. Andalucía y el mundo te recuerdan. 




 

8 comentarios:

  1. Parece el cuadro pintado con el picón oscuro que la Chiquita aviva en el brasero. Y parecen componer tus letras una elegía a todas las mujeres que vivieron siendo mujeres y nos dejaron su hermosura como herencia.
    Me alegro de haberte leído. Un beso

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  2. Hermoso. Que sigas rescatando las memorias de millones de mujeres que fueron sentenciadas por la ignorancia del mundo. Por muchas más chiquitas pioneras que llevan con orgullo su linaje sin temor a ser juzgadas por nada. Gracias guapísima

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  3. Hermoso texto para dar luz a una de tantas invisibles.

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