Aunque
amaneciera más temprano, seguiríamos teniendo las mismas horas para soñar.
Late,
corazón. Vuélveme loca.
Me ha
costado, pero vuelvo a publicar. De escribir nunca dejé. Odio tener horarios
aburridamente establecidos para generar contenido. No me gustan las nuevas
entradas por obligación, sólo por vocación. Yo que me llevo, me entiendo. Disfruto
mis paradas, aunque sienta que el retraso impuesto por mi cabezonería me
atrasa.
He vuelto
porque he notado tu respiración en la nuca, pero lo que escribo en paralelo aún
no va a nacer.
Como el
sábado cumplo un año en este pequeño rincón de desahogo, he querido darle una
capa de pintura nueva a mi faro, pero la lata aún me mira sin abrir. Mi nueva
cabecera pronto se materializará. (Le estoy dando erudición al tráiler antes de
empezar la película. Hay que venderse y quererse con fe ciega, sino ¿de qué?)
El mes
pasado me regalaron muchos libros. Ahora mismo tengo dos lecturas a la vez. En “Donde
tus sueños te lleven” del autor Javier
Iriondo aparece una vieja historia cuya moraleja se me grabó en el pensamiento.
Como quiero darte las gracias por este año tan grandioso que me has hecho pasar
gracias a tus visitas, hoy la comparto contigo. Aquí me siento y te la cuento:
En una
antigua tribu india, un viejo chamán envió a las altas montañas a un joven
introvertido llamado Keya con el encargo de buscar un nido de águilas. No debía
regresar hasta que pudiese volver con un huevo de águila. El chamán sabía que
Keya era un joven inteligente y que tenía un gran corazón, pero por algún
motivo era algo distinto, y los demás se burlaban de él. Keya había ido
perdiendo su confianza y en muchas ocasiones no se atrevía a hacer las cosas
que los demás hacían. Se preocupaba demasiado por lo que los otros pudiesen
pensar y esos miedos lo paralizaban.
Tras varios
días de búsqueda, por fin Keya encontró un nido de águilas y pudo hacerse con
el huevo que le había ordenado buscar el chamán.
Tras su
regreso, el sabio chamán puso el huevo en el corral para que una gallina lo
incubase con los demás huevos. En pocos días, los huevos se abrieron, pero el
águila estaba rodeada de pequeños pollitos y obviamente creyó que era un
pequeño pollito más. Pronto, por su aspecto diferente, los demás pollitos
comenzaron a burlarse de ella; los pollitos eran preciosos y se movían con
gracia y rapidez, y el águila, convencida de ser un pollito, se sentía fea y
torpe. Las burlas eran constantes, lo que hizo mella en su confianza y que
creciera llena de inseguridades, pensando que no era lo suficientemente buena o
inteligente, que no era como los demás. No se sentía integrada ni aceptada.
El águila
comenzó a crecer y cada vez fue más fuerte y esbelta, pero las ya crecidas
gallinas seguían despreciándola por ser diferente, por no ser como las demás. El
águila seguía picoteando el suelo, comiendo y comportándose como siempre habían
hecho ellas. Era lo que había aprendido y ésa era una realidad.
La
insatisfacción y el vacío seguían creciendo en su interior. Sentía que le
faltaba algo, que su destino no podía ser pasarse la vida picoteando el suelo
en aquel pequeño corral. Sentía que tenía que haber algo más.
El chamán
mostró el comportamiento del águila al joven Keya, el cual sufría al ver a la majestuosa águila picoteando el suelo
como una gallina. Fue él quien trajo aquel huevo, sus almas estaban unidas, por
ello se sentía identificado con el águila.
Pero un
día, una extraordinaria águila sobrevoló una y otra vez el poblado. Las
gallinas corrieron despavoridas a esconderse. Sin embargo, la joven águila
quedó inmóvil, magnetizada al ver aquel maravilloso ser volando y surcando los
cielos con majestuosidad. Las demás gallinas le gritaron sin cesar que se
escondiera, pero ella permaneció inmóvil ante el momento más conmovedor de su
vida.
Entonces,
aquella extraordinaria águila desapareció de los cielos y la joven águila
comenzó a gritar: “¡Yo quiero hacer eso, yo quiero volar, tengo que intentarlo,
yo quiero volar!”. En ese momento, pasado el peligro, todas las gallinas
salieron de su escondite y comenzaron a reírse y a burlarse diciéndole: “Pero
si tú eres una gallina, no te hagas ilusiones, tú no puedes volar, ¿es que
crees que tú eres especial, te crees mejor que nosotras? Deja de soñar y pon
los pies en el suelo”.
El águila
se resignó, agachó la cabeza y dejó que los demás le robaran sus sueños. No
obstante, algo ocurrió en su interior. El chamán observó todo lo sucedido junto
con el joven indio, que sufría al ver al águila así.
Entonces,
el chamán le dijo a Keya: “Ha llegado la hora”. Entró en el corral, puso una
capucha al águila, la tomó en sus brazos y comenzó a caminar junto al joven.
Tras varias
horas de largo camino, ambos llegaron a un conocido y respetado lugar de la
tribu. Era el lugar en donde se descubría el verdadero valor de los guerreros,
un impresionante acantilado con las profundas aguas de un río al fondo. Eran
muy pocos los que se atrevían a realizar el peligroso salto y no todos lo
habían logrado.
Se sentaron
al borde del impresionante acantilado, las vistas eran espectaculares, era como
estar sentado a la entrada del cielo. En ese momento, el chamán puso el águila
, aún encapuchada, en manos de Keya.
-Tú y esta
águila estáis unidos en el alma, los dos sois muy especiales, ambos habéis
sufrido el mismo mal, los dos habéis escuchado las mismas cosas durante
demasiado tiempo, os han atado las alas, han encadenado vuestras esperanzas e
ilusiones, os han querido robar vuestros sueños. Hasta ahora, tú has vivido
preocupado e influenciado por las opiniones de los demás. A ambos os han
inculcado miedos y limitaciones irreales, si bien ambos teníais la grandeza en
vuestro interior, el potencial y la capacidad para liberaros de las cadenas de
las dudas y volar libres de miedos hacia un nuevo y glorioso horizonte. Para
ambos ha llegado la hora de dar el salto de la liberación, el momento de romper
las cadenas de todos los miedos y volar libres.
Nunca antes
Keya se había acercado al acantilado. Había escuchado muchas historias al
respecto y sabía que eran muy pocos los que aventuraban a dar el gran salto.
Aquellos que lo lograban eran considerados héroes y grandes guerreros por su
valentía, y eran admirados y respetados por todos.
-Ahora
quiero que te pongas en pie, yo quitaré la capucha al águila y en ese momento
darás un salto y soltarás al águila al mismo tiempo. Vuestras almas se unirán
en ese instante y los dos volaréis libres para siempre.
Keya sintió
algo muy especial. Sintió que era su momento. Las palabras del chamán
encendieron algo en su interior. Confió plenamente en él, se puso en pie, con
el alma en un puño y el corazón latiendo como jamás antes lo había hecho,
respiró profundamente, elevó el águila
en sus manos y dio el paso más importante de su vida. Saltó gritando en una
especie de liberación, empujando al águila hacia el cielo, y mientras Keya volaba
hacia su libertad pudo ver cómo el águila, al mismo tiempo, batía sus
majestuosas alas volando por primera vez.
Keya cayó a
las profundas aguas limpiamente y, al emerger a la superficie, lanzó un grito
que atravesó todos los valles: el grito de la libertad y la liberación de todos
sus miedos. Sus límites y sus falsas creencias quedaron en el fondo del río. En
ese momento dejó de ser el joven inseguro para convertirse en un gran hombre
que atravesó la barrera de las dudas, los límites y los miedos. Se conquistó a
sí mismo. Alzo la vista. Su pecho y el del águila se llenaron de orgullo y
alegría, admirando a su alma gemela surcar el cielo, convirtiendo ambos su
sueño en realidad.
Dice el
refranero español: “Siéntate en la puerta de tu casa y verás el cadáver de tu
enemigo pasar”. Yo hoy me he sentado porque me dolían los pies y se han cruzado
ante mis ojos más gallinas que águilas. Ya me he levantado. Esta historia quiero que desde hoy
también sea tuya, para que te acompañe en todas las horas que tenemos para
soñar.
Besos en la
frente.
Ana
No hay comentarios:
Publicar un comentario