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sábado, 9 de enero de 2021

Primeras veces.

Son la una y dieciocho de la madrugada y como tengo la excitación de las primeras veces, no puedo dormir. Y como no puedo dormir, escribo.

Algunos piensan que solo son los niños los que tienen el poder de descubrir lo que ocurre en el mundo por primera vez y yo creo que en general los humanos nunca dejamos de ser “Colones” con América. Siempre se posa ante nuestros ojos algo que no hemos visto o hecho nunca. Creo que de no ser así, la vida sería aburridísima.

Hoy ha nevado en Madrid como no se recuerda en cincuenta años y como soy joven, evidentemente no lo había vivido antes. A mí la nieve nunca me gustó. Siempre la sentí incómoda, como esa arena de la playa que se te cuela dentro del bañador. Me sirve para estampas dignas de enmarcar y poco más. Hablando así parece que cuento con la experiencia de ser islandesa de nacimiento, pero no es el caso. Soy de la tierra del sol que calienta, por eso quizás me creo incompatible al frío de esos copos blancos que caen en una danza sin rumbo cubriéndolo todo.

De pequeña me imaginaba la nieve como esa harina que cubre los boquerones justo antes de flotar en el aceite hirviendo de la sartén. Y cuando fui adulta, la conocí en la sierra de Córdoba. Este hecho no lo destacaría en mi currículum. Me pasó sin pena ni gloria, sin méritos, como tantas cosas a las que no les presto atención.

Hoy he tenido que convivir con ella sin esperarlo, como la gran mayoría de madrileños. He visto a la gente motivadísima improvisando hasta trineos. Y yo he guardado las distancias como la Puerta de Alcalá con los coches. La he tocado para no parecer un bicho raro, la he subido a Instagram con un filtrito para que me resultara tan atractiva como a mis seguidores. Me he sorprendido al ver mi calle blanca y hasta he agradecido, después de despotricar en cada resbalón, vivir esta Filomena tan histórica en primera persona. Al fin y al cabo, he sentido una primera vez.

A este enero tan anómalo de un nuevo año que acaba de empezar invadido por tantas esperanzas, como el Capitolio por talibanes de Trump, yo quería ponerle la guinda y me acabo de comer un coco helado de los que compré para los días de Navidad y nunca llegué a abrir porque en mi casa somos más de pirriaque, que de postres. Hacía tanto tiempo que no saboreaba un coco de esos eternos en todas las memorias culinarias de las familias españolas, que lo he sentido como el primero de mi existencia. Como un manjar. Como si no fuera un viejo olvidado en el congelador.

Ahora que se me ha pasado la excitación de las primeras veces, me duermo con tres conclusiones: no sueño una casa en Baqueira, el coco no pasa de moda y las primeras veces están hasta el final, por eso la vida es lo que tú quieras, menos aburrida.




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