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jueves, 15 de octubre de 2020

A palabras necias.

 

Este artículo se podría haber publicado en cualquier 28 de febrero de la historia de la humanidad. Y es que a Andalucía siempre hay que defenderla de lo mismo: de los prejuicios y del insulto fácil. Nunca entenderé esa quina hacia el pueblo andaluz.

Desde la explosión del Big Bang, los andaluces lidiamos con esos compañeros tóxicos que critican el trabajo, la ropa y el pelo de otros, sin mirarse ellos antes el ombligo propio. Claro está. Una de esas compañeras es Díaz Ayuso, que escupe antes de ponerse a fregar un Madrid por el que encima le pagamos. Ayer la buena señora dijo que en Andalucía solo vivimos de subvenciones. Y es lógico, porque siempre estamos durmiendo la siesta y habrá que comer, señora.

Blas Infante decía que la cultura primitiva andaluza fue directora del mundo y tenemos un sol que es demarcación natural de la tierra. De Andalucía salieron emigrantes y mano de obra. Nuestras generaciones pasadas desgraciadamente no supieron tanto por los criterios estudiados, sino por lo que vivieron en sus carnes. Ellos creyeron durante años que no podrían aspirar a otra cosa que no fuera ser peón de albañil. Los mejores poetas, los mejores músicos, los mejores pintores siento decirle que son andaluces. Nos construimos a nosotros mismos. Y todos los que llevamos la blanca y verde con amor y libertad de estado, los que ya somos nuevas generaciones preparadas, tenemos en común las herramientas necesarias para saber defendernos de los estigmas, que gente como usted, sigue poniéndonos. Porque Andalucía se siente y se lleva dentro y se alza en cualquier parte del mundo. No conozco a un andaluz que no presuma de tierra, ni de raíces. Aunque resida en Japón.

La principal crisis que tenemos los andaluces es la humana, porque la forman personas como usted que en vacaciones se bañan en nuestras playas y el resto del año se mofan hasta de nuestros acentos. Porque la gente como usted no sabe construir una sociedad mejor, aunque le paguen por ello. En Andalucía no somos nacionalistas, somos humanos, tan humanos que hasta nuestro himno pide paz y esperanza, fíjese usted.

Pero que la riqueza de Andalucía se ha creado sola. Los 50 grados a la sombra en agosto son nuestra excusa perfecta, señora. Los campos, los olivos, las campiñas, los pueblos blancos, las fábricas que nos quitaron los capitalistas a los que usted defiende… Todo lo sacamos de una chistera mientras nuestros abuelos deambulaban en la fase REM del limbo de los sueños.

Mire, aunque le moleste, en Andalucía sabemos con arte que toda cruz tiene dos caras, como una moneda, y en una de esas caras dibujamos la alegría. Por eso sabemos mirar el lado bueno de las cosas que nos pasan. Pero a su gestión, señora, no hay quién le saque la alegría. Así que no venga a tocarnos las palmas, que en compás somos eruditos. Porque por sus prejuicios, mis ancestros fueron desprestigiados antes de ser vistos. Y mantener esos prejuicios vivos a través de su micrófono solo nos llena de veneno, el mismo veneno que llevamos toda la vida limpiando.

La riqueza lingüística, patrimonial y cultural de Andalucía ya se la explico otro día, que me he propuesto hacer artículos cortos y la explicación es tan densa como el poder de entendimiento que tiene su cabeza, señora Ayuso. 

No quiera tanto a los madrileños, solo mejor.

Los andaluces que salen de su tierra no son mejores que los que se quedan. Yo no soy mejor.

De una andaluza que ama a su tierra y que se redime de sus necias palabras.  




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