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martes, 13 de octubre de 2020

Pobre, pero rico.

Todas las mañanas, al salir de la cama, me acerco a la ventana en un acto instintivo para levantar la persiana y ver el día que hace. Si me sorprende un sol alto, sigo a lo mío y si llueve, truena o hace frío pienso en los pobres desafortunados que viven en la calle. Este sentimiento de buena samaritana no lo he adquirido con los años. De niña nunca disfrutaba los días malos, incluso me agobiaban. Yo en mi cuarto de juegos resguardada con la estufa en invierno y, ¿Qué sería de aquellos que estarían en la calle mojándose? Pobrecillos.

A mí me encanta mi barrio. No es el más capitalista, es conocido, céntrico y de ahí le viene el disparate de precios en la vivienda, como ocurre en todas las grandes capitales del mundo. Mi barrio está lleno de comerciantes veteranos, parques, espacios dedicados al arte, bares, Mercadonas, talleres de costura, museos, árboles, calles peatonales, guarderías, colegios, bancos, clínicas dentales, cines, autoescuelas, tiendas de tatuadores, despachos de abogados, churrerías, estancos, farmacias y una estación donde se bajan todos los que llegan a Madrid. Mi barrio tiene mucha vida, pero también tiene miseria.
Desde que una pandemia se apoderó de nosotros, he notado con creces el aumento de vagabundos sin rumbos pidiendo en la calle. No quiero decir con esto que antes no existieran. Solo que ahora se hacen mucho más visibles sus presencias porque hasta en los rincones que antes estaban vacíos, ahora están ellos con sus cartones. Y a mí esto me encoge el corazón, será porque no soy política.

En el banco que colinda justo con el portal de mi casa, desde el primer día en el que me mudé, veo a un señor muy pintoresco. Al principio no creí que viviera en la calle. No iba mal vestido. Una camisa clara, americana oscura, pantalones grises y zapatos negros de cordones. Lo que me llevó a tal conclusión fue que nunca se cambiaba de ropa y que los vecinos le dejaban plásticos con comida en el banco. Pero la primera vez que yo me fijé en este señor no fue por nada de esto: fue porque, pasara a la hora que pasara, él estaba leyendo un libro. Y me dio una ternura desmedida verlo metido de lleno en la historia, con la cara pegada al papel a sus setenta y tantos (imagino) largos años. Prácticamente era un abuelito leyendo. Y a mí me tocó el talón de Aquiles.

A veces, en las secuencias más bobas de mi vida me entra una especie de timidez que no casa con mi forma de ser. Me daba cierto pudor entablar conversación con el señor, por eso a día de hoy no conozco su nombre, ni sé en qué lugar duerme. Eso sí, se alimenta en el comedor social de mi barrio. (Me llegó la información por un vecino).

Un día vi el banco vacío y como no quise ponerme en lo peor, subí a casa, cogí un libro, bajé a la calle y lo dejé en la madera del banco. En esta sociedad que tenemos, la gente no roba libros. Otra historia son los móviles, las carteras… pero si se robaran libros, la vida sería otra cosa. Estaba convencida de que ese hombre a su vuelta al banco, lo vería y lo leería. Deseé que no tardara en encontrarlo. Pasé por el lugar cinco veces en el mismo día. Y allí estaba impoluta mi “Crónica de una muerte anunciada” de Gabriel García Márquez, tal y como la había dejado.
Llegó la noche y me dormí un poco triste al ver que ese hombre no había visto mi regalo. La libertad que se encuentra en los libros, solo se encuentra en los libros y yo estaba convencida de que ese hombre burlaba su situación, consecuencia de un sistema desigualitario, con la libertad del papel. Los libros hacen a las personas libres.

A la mañana siguiente, salí temprano de casa para coger el metro. Deseosa de que se obrara el milagro, miré al banco y allí estaba el señor con mi libro en sus manos. No me acerqué, fui muy cobarde y seguí mi camino, pero guardé en la retina durante muchos días la imagen de ese hombre siendo pobre, pero rico. Porque era eso: pobre, pero rico





2 comentarios:

  1. Soy Joshuel... y me ha encantado.

    Tienes una sensibilidad especial para transmitir y llover.

    Gracias por seguir en mi camino y ojalá, más pronto que tarde, se crucen.

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