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viernes, 23 de octubre de 2020

La red micelar.

Todos tenemos en la familia a alguien con quien nos replanteamos el mundo en cada conversación. No importa que sea cara a cara o por teléfono. En la mía tenemos un gen en común con una característica: charlatán hasta por los codos. Hablamos mucho, tanto que no sabemos despedirnos. Desesperamos al resto de la especie humana en muchas ocasiones. Pero eso a nosotros nos da igual. Por eso sigue siendo el gen ganador.

Ayer me llamó mi prima. Quince minutos nos faltó para rozar las dos horas de conferencia sin exageraciones. Forma parte de nuestra normalidad. No de la nueva, sino de la de toda la vida. Después de preguntarnos por los básicos de la salud, el trabajo y el día a día, llegamos al dinero y como mi prima también fue dibujada por Quino, en menos de dos segundos nos montamos una reflexión potente de carácter social. “Prima nos vamos a ir vivir al campo y plantaremos un huerto. Como sigamos así, volveremos a nuestros principios y comida no nos faltará”, me decía. Y reíamos.

Porque lo importante es el dinero. Da igual cuando leas esto. Estamos perdiendo el norte. Nos estamos deshumanizando. El éxito social está distorsionado porque va unido a nuestros caracteres y nos hemos construido en base de una mentira: la felicidad. La felicidad es una falacia como concepto y su búsqueda continua nos destruye.

Porque lo importante es el éxito. También da igual cuando leas esto. ¿Qué es el éxito? ¿Cubrir expectativas? Pero ten cuidado: que sean las tuyas, no las que te proyectan los demás. No podemos sentirnos frustrados por una expectativa que no se cumple, porque, ¿Y si nunca fue nuestra? Estamos programados para complicarnos. Desde tiempos remotos se ha tergiversado la felicidad. Sin ir más lejos, mi abuela siempre me ha dicho que buscara un buen trabajo de altos ingresos, porque si lo tengo, ya podré gozar de una calidad de vida espectacular. Mi abuela viene de una generación emigrante, en la que primero estaba el dinero. Daba igual levantarse día a día en una Alemania para ganarse el pan en labores contrarias al disfrute. Daba igual que no se viera a la familia. Daban igual los llantos en silencio. Lo importante era el dinero. Y con ese pensamiento hemos llegado a nuestro redondo 2020.

Este sistema capitalista, donde el dinero tiene tanta importancia y en el que pocos ven la mera moneda de cambios que es, menos son los que se plantean el hecho de que no sólo venimos al planeta a trabajar. Porque el trabajo, si te apasiona, puede ser un placer. Pero ojo, estamos buscando la felicidad en un papel. Pero claro, ¿quién puede vivir sin ese papel? Si no tenemos otro modelo de mundo. El dinero es la felicidad y gastamos la vida en pelear para conseguirlo. Nos colgamos el cartelito de “No a la guerra” y de la guerra no nos desprendemos nunca. La llevamos encima.

Ser humanos es tener muchas emociones y la felicidad es un opio. Es algo tan básico que nos asusta y como nos han vendido el concepto de inmutable, nos hemos complicado y salen de las piedras profesiones de autoayuda para buscar el qué. ¿Qué te hace feliz a ti? Pues pagas para saberlo. Yo también.

Se ha desvirtuado la felicidad y el resto de las emociones gracias a las redes. Vemos al vecino feliz, o al que fue un íntimo y “¡Ay que ver lo que le ha cambiado la vida, con lo tonto que era cuando estudiaba conmigo!” y nos lo creemos. Pensamos que la gente es feliz porque tiene dinero y vive sin problemas. Pero la felicidad es una emoción y no tiene ni más, ni menos peso que el que queramos darle. La felicidad se convierte siempre en recuerdos, porque son momentos. Solo momentos.

Hemos perdido el éxito humano porque trabajamos muy lejos de las auténticas raíces humanas. Soñamos con dejar un patrimonio, pero ningún aprendizaje.

¿Quién no busca seguridad en tiempo de crisis? La seguridad es paz y desgraciadamente nos hemos creído que esa paz lo único que nos la da es el dinero. No estamos pegados a la tierra. Nos estamos perdiendo nosotros y, a su vez, los valores. La violencia se expande de forma desmesurada. Hasta en la cola del supermercado la gente discute. Este nivel no es aceptable, no es nuestro. Quiero pensar que no es humano.

Pero, ¿acaso nos enseñan a mantener nuestra esencia? No hay educación emocional en los colegios. No interesa. Hay buenos profesores, pero el temario está obsoleto. Las raíces cuadradas se imponen ante cualquier estado emocional. Si hasta se iban a cargar la Filosofía… Enseñar a pensar no es válido. No interesa que la gente se conozca. Distraer al rebaño con minucias, eso sí.

Somos sobresalientes en cainismo. Lo individual está por encima de la unión. Competir es una de las premisas, pero olvidamos que solo se compite con uno mismo y no machacando al de enfrente. Pero es que también nos han vendido que las separaciones funcionan. Da igual que pierdas el origen, la cuestión es destacar. Y el trasfondo es muy negro. La gente quiere verte bien, pero nunca mejor que ellos. Menos mal que en mi familia aún compartimos el gen de charlar con el que intercambiamos recursos, como la red micelar oculta de los árboles y plantas que imita a Internet, que nos une a través de un debate y nos lleva a querernos.




 

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