Lo que nos ha cambiado el cuento. Un toque de queda lo rompió. Ya no volvemos a las doce de la noche con el zapato de cristal y nos cae multa por montar la fiesta en casa a lo Blancanieves con los enanos. Atrás quedaron los bailoteos. Ya los padres duermen tranquilos porque no tienen a ningún hijo perdido en mitad del océano. Hasta los gatos se quedan tocando el piano en los domicilios de sus amos. Todos quieren ser un gato Jazz.
Lo que nos ha cambiado el cuento. Ya no hay noches de amor
entre dos leones y el cielo no trae paz. Pocahontas no conoce a John Smith porque
necesita un motivo de peso para viajar. El paseo de la alfombra voladora va a
tener que esperar a que el mundo se vuelva más ideal. Somos como los buitres
preguntando a Mowgli: “¿Qué vamos a hacer?” y “¿Qué quieres hacer tú?”. Más
alto queríamos subir y esto nos hace sufrir.
Lo que nos ha cambiado el cuento. En los mil colores del
viento que no vemos, nos nace al unísono un “¿Falta mucho?”, como ese asno que
ansia llegar al reino de “Muy muy lejano” donde ahora queda nuestra añorada
normalidad. Ya hasta los monstruos están perdiendo el negocio. Ni nos asustamos
con ellos. Cruella de Vil ya no es un espanto y Maléfica nos parece más bella
que el manojo de princesas.
Lo que nos ha cambiado el cuento. Seguid el ejemplo de
Bella: refugiada en libros y lidiando con su propia Bestia. Pero tened cuidado
con el síndrome de Estocolmo, también mata. Hasta el espejo se cansa de vernos
en chándal y no nos dice que somos los más guapos del reino ni por cumplir. La
Sirenita ya no quiere las dos piernas, si total, para no salir del agua… Y no
pierde la voz, solo los nervios.
Lo que nos ha cambiado el cuento. Yo le he pedido a los
Reyes Magos la motivación de Mulán y que la imaginación siga llevándonos al País de
Nunca Jamás. Estamos enredados como la melena de Rapunzel. Tenemos las casitas
llenas de chocolate y las intenciones de la Bella durmiente: mejor dormir para
olvidar. El cambio de hora ha convertido los hogares en el inframundo de Hades.
Hércules está desganado y no va a sacar ni el traje para Nochevieja. Sabe que
las gambas las va a pelar con la Ohana, que significa familia, a través de
pantallas y en la última campanada va a soltar el año como Frozen.
Lo que nos ha cambiado el cuento. Un toque de queda nos lo
rompió de tanto usarlo. Una mañana gris al abrazarnos sentimos un crujido frío
y seco. Cerramos nuestros ojos y pensamos: se nos rompió el cuento de tanto
usarlo, como predijo La más grande.
¿O era el amor? ¡Qué
más dará!
Pero qué bonito, por favor, qué bonita y triste verdad.
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