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martes, 3 de noviembre de 2020

Es mejor que nos pase.

Llegó noviembre, ese mes que pasa desapercibido ante la prisa que llevamos todos para despedir el año. Noviembre sabe vivir perpetuo a la sombra de unas navidades que cada año le roban el protagonismo. Y ese noviembre llegó ofreciendo un puente inhóspito que la gran mayoría de nosotros no ha podido cruzar. El descanso y el estiramiento de piernas ha sido casero. Ahora sabemos qué sienten los animales en el zoo. Como el tigre albino hemos mirado cada tarde la caída del sol tras los cristales. 

Llegó noviembre y no trae la fórmula de nada. Sus días vienen con precinto puesto. Podemos seguir regodeándonos en malas noticias o seguir haciendo malabares para llegar en línea recta a besar al santo que algún día besaremos, digo yo. Porque el tiempo pasa y lo hace para todos.

El otro día me llevé un disgusto terrible: quince años cumplió la princesa Leonor. QUINCE. Yo no soy monárquica, pero tampoco hacía falta que la Corona me hiciera sentir tan vieja. Si la vimos nacer ayer... Con lo mona que es la chiquilla y a mí me taladró su quince. No busquéis el porqué. A veces digerimos con facilidad los datos más complejos y los más simples son frenazos en seco que nos dejan unas secuelas dantescas. Por ejemplo: si hablo del Grand Prix con su Ramón García yo no me siento portando más años que un bosque. Recuerdo con cariño la tele de anchura mesa de camilla cuatro por cuatro que mi abuela sacaba al patio. La empujaba en una mesita de ruedas. Eran noches frescas de verano que ya no volverán como las golondrinas de Bécquer, donde en cada caída o resbalón de los participantes una risa inocente y contagiosa de niña vagaba a sus anchas. El patio estaba repleto de macetas y de sus paredes colgaban platos de cerámica y una jaula con un canario que se llamaba Arturo. Corría una brisa tenue que refrescaba el mármol del suelo y alrededor de una mesa blanca de hierro, mi familia se sentaba en sillas o mecedoras para cenar. En esas noches al fresco se quedó lo mejor de mi vida: los besos y achuchones que me daba mi abuelo. Pero memorar al Grand Prix no me hace sentir el paso de los años, que conste. Lo hace algo tan insignificante como la edad de la futura reina de nuestro país.

Llegó noviembre y cuando se vaya del todo, no quiero sentir que no lo he vivido. Yo quiero vivirlo todo, aunque sea desde mi hogar. El contador sigue su curso y los días en conjunto siempre tienen algo nuevo, aunque solo varíe el sabor del yogur que comas. Este presente algún día lo contaremos cuando nos pregunten y depende de nosotros el cómo contestemos. Debemos vivir para generarnos recuerdos, porque si no lo hacemos, ¿para qué pasa el tiempo? Es mejor que nos pase. 





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