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sábado, 7 de noviembre de 2020

Siete de noviembre.

Es importante llevarnos a nuestro terreno todo. Absolutamente todo. Porque solo así le damos nuestro ADN. Esto lo aprendí en mi casa desde muy niña, por eso voy a contarte algo.

Hay catorce Florencios distintos en el santoral y mi abuelo decidió que el suyo era el del día siete de noviembre. O sea, el de hoy. Hoy se celebra san Florencio de Escocia, obispo de Estrasburgo. A mi abuelo le hubiera dado igual que fuera de Bollullos de la Mitación o de Hospitalet de Llobregat. A él lo que realmente le sonaba bien era el siete porque siempre fue su número favorito y decidió celebrarse en él.

Tras esta decisión firme, como comprenderás, para mí este siete siempre fue fiesta, aunque tuviera colegio. Yo no soy mucho de hacer regalos, por eso cada vez que los hago son de corazón. Con los de mi abuelo me comía los sesos cada año por ser original y siempre le sorprendía mi ingenio. Una alfombrilla para el ratón de su ordenador con nuestra foto, una taza personalizada, una caja del chino pintada y forrada con nuestras caras, entradas de conciertos, cartas escritas a mano, libros… hasta un año que le regale una maquinita que trituraba papel porque le dolían las manos cuando hacía limpieza de facturas. A mí me gustaba ver el brillo que le salía por los ojos y el leve movimiento que hacía su barriguita cuando reía.

Si el siete de noviembre coincidía entre semana, él esperaba al sábado o al domingo para reunir a la familia e invitarnos a comer. Siempre fue buen anfitrión. Siempre nos dio lo mejor. Por eso nos dejó a todos el siete como suerte. Y desde que ya no está, como señal de que vamos a tenerla. Por su culpa, si veo un siete en un cupón tengo que comprarlo, aunque yo tenga otro número favorito y aunque no tenga pensamientos de invertir dinero en el juego.

Lola Flores les decía a sus hijos: “cuando os incordie una mosca y yo ya no esté, no la matéis, que seré yo”. Y sus hijas, a día de hoy, se limitan a espantarlas pensando en la sentencia de su madre. En mi casa es igual con el siete. Porque mi abuelo se lo llevó a su terreno, lo hizo suyo, su terreno es bendito y, ¿quién es el valiente que no compra el siete? Tú sabrás y en tu conciencia va.

Hoy es san Florencio y miro al cielo. La fiesta está montada, pero es interna. Porque si me pongo a llorar sé que es por el egoísmo que nos nace a todos al echar de menos. De nada sirve decir que le regalaría los dos brazos al mismo diablo por volver a abrazarlo y que me bañaría en lava ardiente por escuchar su voz. Pero sí me sirve llevarme la pena a mi terreno para transformarla en alegría y darle mi ADN. Y así mantenerle el sello propio al amor inconmesurable que siento por mi abuelo, por mi siete.


Feliz día, mi amor. Desde que te crecieron alas, intento buscar similitudes entre tu cielo y mi suelo. Y cuando las encajo, me crecen a mí. Dondequiera que estés. Voy a celebrarte y tengo tu regalo. Hoy te he traído a mi terreno, al blog. Bien me lo enseñaste.



 

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