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martes, 17 de noviembre de 2020

Por amor al arte.

Nos presentaron. En el primer comentario que soltó por la boca supe que íbamos a ser buenas amigas. Odiaba la lluvia tanto como yo porque se le encrespaba el pelo. Se sentó en la silla que quedaba libre, de un buche vació el culo de su cerveza y pidió otra para acompañarnos. Mi amigo la notó diferente. “Estás cambiada, Marisa”, le dijo. “Pero estás guapa”. Ella esbozó una media sonrisa. “Bueno después de la muerte de mi padre he conseguido salir todo lo guapa que he podido”. Yo hice una mueca que empezó como un medio intento de empatía y terminó en un lo siento. Tenía una ironía arrolladora y eso le dio todos los puntos para ganarme. “¿A qué te dedicas?”, le pregunté por desviar la conversación. Mi amigo, que también era suyo, sabía perfectamente que pintaba y vendía sus propias láminas, pero yo no. “Pinto, pero ahora no vendo. Estoy buscando curro de lo que sea”. Marisa comía del arte, pero el arte ahora se come sus ahorros. “Subo las láminas a Instagram y la gente las comparte. Las vendo gratis, ¿qué haríais vosotros? Nunca sabes quién te ve”. Para mi amigo esta fue una pregunta retórica, pero yo le contesté: “Yo haría lo mismo que tú, de hecho, lo hago. No cojo un pincel, pero escribo y publico”. Ella sacó el móvil para empezar a seguirme. “Me encanta el nombre de tu blog. Lo leeré cuando esté tranquila”. Justo cuando iba a pronunciar un gracias, me interrumpió el camarero: “Chicos, cerramos en veinte minutos. Lo siento”. “No, no lo sientas. No tienes la culpa. Mañana vendremos más temprano para empezar a beber antes”, le respondió Marisa. Reímos. Nos pusimos los abrigos y mi amigo se adelantó a la barra para pagar la cuenta. Salimos del garito de Malasaña dando las buenas noches y llegamos a una Gran Vía donde hasta el letrero de la Schweppes yacía apagado. Nos escuchábamos los pasos y la media noche ni todavía había aparecido.

“¿Qué vas a hacer mañana?, pregunté a Marisa. “Pues terminaré de sacar cajas y colocar mis cosas de la mudanza. Lo único bueno de no seguir pagando mi estudio es que ahora no estoy sola en casa y mis compañeras de piso parecen majas. Y luego iré a hacer la compra y cuando me harte de mandar currículums en vano para puestos de trabajo en los que no me veo, pues me sentaré tranquila a relajarme y pintaré para seguir generando contenido en redes, ¿y tú?”.

Caminábamos como un mochuelo que vuelve al olivo. Una Cibeles sentada en su carro de piedra se divisaba a lo lejos. “Pues yo saldré a correr por la mañana y luego no sé, no me gusta planear. Así que lo que vaya surgiendo”. Y me cerré el abrigo porque los malos aires se cuelan en los despistes.

Nos despedimos en el banco de España. No nos lo dijimos en alto. No nos atrevimos, pero esa noche cada uno de nosotros el banco en el que vio sentadas sus ilusiones no fue en el de España, sino en el más feo y abandonado de un parque sin árboles.

No te habrás dado cuenta, pero Marisa es un personaje inventado. Esta escena la viví muchas veces, pero no nos echaron del bar, la Gran Vía respiraba tumulto, del letrero de la Schweppes brotaban colores brillosos y la Cibeles salió a nuestro encuentro a pesar de la quietud de su piedra. Sirvan estas líneas para todas las Marisas y Marisos que vivían de un amor al arte que generaba ingresos. Para que todos los cambios les inciten a seguir creando. Para que todas sus pérdidas se transformen en proezas de futuro.




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