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domingo, 20 de diciembre de 2020

Mis años en Radio Sol.

Todo lo que viene a continuación, no es más que un desahogo de cariño y todas las vivencias que se recuerdan con cariño, tienden a la exageración. La exageración conlleva a poner signos de exclamación y ayer mi cabeza se los puso a una frase: ¡no puede cerrar Radio Sol para siempre!

Radio Sol es la cuna madrileña donde eché los dientes. Cuando nos nacen los dientes, gracias al filtro de la ingenuidad y la memoria humana selectiva, no recordamos pasados los años el dolor que produce el nacimiento de la nueva dentadura. Menos mal que no nos quedamos en ese dolor y avanzamos con la mejor parte: con la feliz. Si cierro los ojos, aún veo la americana negra que llevaba puesta cuando pisé la redacción por primera vez. Yo era una joven becaria recién salida de un máster de locución. Ahí aprendí que hay que tener mucho cuidado al pedir deseos. Porque puede que se cumplan y cuando esto ocurre, en el espacio del bolso, justo entre el móvil y la cartera, se te cuela el miedo. La incertidumbre de no saber si eres digna o si vas a dar el perfil. Porque te entra el pánico, te tiemblan las piernas, la voz y eres lo más similar a un cervatillo indefenso que sale del vientre de su madre.

Pero toqué todos los palos. Empecé en los boletines informativos de las mañanas. Está tan fresco en mi mente… La eterna espera hasta que me daban paso en antena, los pateos por Madrid sin mirar el reloj, las libretas que llenaba en ruedas de prensa, el típico boli que reventaba sin ton, pero liando mucho son. Al punto el micrófono perfectamente preparado para la acción, la grabadora y sus pilas, las novedades y eternidades musicales, los conciertos, las felicitaciones de cumpleaños. Las horas en mesa pasaban como suspiros de una novia enamorada. De las llamadas de los oyentes, aprendí que se pueden forjar amistades con desconocidos solo y a través de un hilo de voces envueltas en cariño. Entrevisté a una colección importante de admirados y nunca hubiera podido hacerlo sin la confianza de mi jefe. Un jefe con el que siempre, entre broma y broma, me he dicho las verdades a la cara y que al terminar mis prácticas quiso que siguiera formando parte de la plantilla. Y por añadir, aunque no haga falta: lloré mucho ese día.

A mí Radio Sol me cambió la visión del mundo. Todos mis compañeros hicieron por mí lo más valioso que una persona puede hacer por otra en esto de la vida: creer en ti. Nunca me sentí pequeña ante tanta profesionalidad veterana. Yo venía cegada por los brillos de la televisión, pero llegó la radio regalándome tablas, se convirtió en la niña de mis ojos y bajé del pedestal a la caja tonta.



Mi salida de Radio Sol fue totalmente voluntaria. La vida se trata de danzar y danzar entre diferentes etapas. Fue una decisión muy meditada que sopesé muchas noches con la almohada y que me llevó a un luto largo conmigo misma durante más tiempo del que puedo reconocer. Ahora ese luto, pero infinitamente más hondo, lo sufren en silencio mis compañeros y solo puedo mandarles mi abrazo con la misma sinceridad que escribo estas líneas. La puerta que se cierra es demasiado grande, pero os nacerán ventanas con micrófonos abiertos que aguardan vuestra llegada.

Esta pandemia no saca lo mejor de nosotros, ese cuento es mentira. Solo ensalza aquello que nunca dejamos de ser. A mí me ha ensalzado la ansiedad por reinventarme. Ser, al fin y al cabo, una superviviente más entre miles y miles de humanos. Pero sobre todo me ha ensalzado aquello que nunca dejé de echar de menos: mis años en Radio Sol, mis años siendo la andaluza de esa familia.






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