“Solo le canto mi copla a quien por mi camino va”,
escribió Machado. Pedro Ruiz comparte la misma filosofía. Él sabe que intentar convencer a los demás es
agotador, por eso deja los púlpitos para los curas y considera que todo aquel
que alza la voz, no lleva razón. Él se desenvuelve con términos simples, pero
muy meditados. Expone con la fluidez del Tajo sus pensamientos intensos sin
trampa, ni cartón. Tampoco cree en las verdades incontestables y ni siquiera
piensa que la humanidad sea un elemento importantísimo en el curso del
universo. No le gustan las poses y mucho la poesía. Es fiel a la vieja escuela
del papel y el bolígrafo. Escribe tan rápido que apenas hace borrones y por eso
los montones de folios que recopila por todos los rincones de su casa van con
placenta. Sabe que puede estar equivocado. “Ana, si algo debemos aprender en
este camino es la sencillez”.
La mujer más cercana a su rutina, desde que lo vio por
primera vez encima de un escenario, lo define como inventor. A mí, si me
preguntan, lo adjetivo con un incomparable. Y él, en un golpe seco rompe todas las etiquetas que le cuelgan. El campo no tiene vallas.
Se siente privilegiado, pero también se cansa de estar consigo mismo. No recuerda la última vez que fue al médico. Todas las mañanas, haga calor o haga frío, se baña en la piscina de su casa y tiene un sistema inmunológico envidiable.
Sin raíces no hay alas y las suyas están en su Barcelona y en sus padres, de los que heredó la bondad y aprendió que la vida es un cohete, que cuando estalla, cae el palito.
Ahora no sale en televisión porque no forma parte de ninguna tribu, no obedece órdenes de partidos políticos y porque es un autor. “La televisión actual no quiere autores, solo productos y censurados”. Y no cree que nada de esto cambie. Piensa que la libertad es una estatua en cuyos pies se mean los perros. Pero como quien tuvo, retuvo, conserva buenas amistades en todos los ámbitos.
Su rol de entrevistador no es vocacional y le vino por casualidad, como llegan siempre las cosas importantes. Para él no existe la entrevista perfecta. “Todos llevamos un lío dentro, todos somos un lío. Si encima tu lío lo pones en contraposición con el que tienes enfrente, sale un tercer lío, pero no sale ninguna claridad”.
No es un entrevistador, es un artista que conversa. Publicar una exclusiva lo ve como una mera gilipollez. “El lícito sentido del mérito consiste en contar algo bien. En ser el primero se matan los tontos. La sociedad ha sustituido el mejor, por el más”.
Él posee diversas tesis, pero yo voy a destacar una por
simplificar. “En todas las vivencias que tenemos suele haber tres fases:
hambre, atracón y diarrea. Hambre es igual a dictadura, no hay dinero, no hay
libertad, hay miseria. Atracón es la democracia, los partidos, libertades,
leyes, novedades… Y diarrea es la
descomposición del asunto en el que ahora andamos”. Como podéis deducir,
las tres fases son aplicables a todos los ámbitos mundanos.
Si hablamos de tecnología, piensa que el progreso es
bastante peor que el regreso. Él prescinde de smartphone. Su cuenta de Twitter
la maneja su secretaria con escritos que él le envía. No usa WhatsApp,
pero sí la memoria para marcar de cabeza los números de teléfono. “Los jóvenes tienen una capacidad extraordinaria de
comunicación, pero también una dependencia y rédito de trabajo permanente”.
Pedro no quiere ir contra de las bondades de la tecnología, pero cree que “la
libertad consiste en que sepan poco de ti, no en que lo sepan todo. Cuando lo
saben todo eres totalmente frágil”.
Él no comulga con la idea de pasar por la vida dejando
huellas porque dentro de unos años nadie hablará de nadie, ni tan siquiera de
Shakespeare. Por eso debemos dejar luces para iluminar a
los que vienen detrás, aunque sean mínimas. “Somos muy pasajeros y haciendo daño a los demás,
solo nos lo hacemos a nosotros mismos”.
De su amigo Pepe Sacristán aprendió eso de “lo primero es
antes”. Por eso no tiene patria, tiene madre, a la que cuidó hasta el último suspiro.
Ahora tiene muchos proyectos para divertirse: películas, teatros, televisiones, libros, canciones… Procura sacarlos cuando le dejan y ahora piensa que es el momento. Tiene la energía desbordada de un chico de veinte primaveras. Cuando no está a la vista del público va mucho al cine y no quiere estar enganchado a nada, por eso no ve series. Cuando la voluntad se convierte en dependencia no le interesa.
El presente lo ve abriendo y bajando telones. Es feliz haciendo lo que ama. Dentro de un mes, vuelve a los escenarios madrileños con su espectáculo “Loc@s”. Y con diecisiete libros publicados, ya tiene preparado el número dieciocho.
Desde muy niño, diferencia muy bien lo admirado de lo admirable y sabe que las cosas fuertes ocurren siempre en soledad. Yo desde que lo conozco, también diferencio estos conceptos, pero él para mí encaja en los dos. Siempre admirado. Siempre admirable. Gracias, Pedro, por enseñarme todo lo que no he escrito y por el cariño que me regalas.
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