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viernes, 29 de octubre de 2021

Fantasía

Los vivos trabajamos con fantasía para recordar a los muertos. Fantasía de amor engrandecido o de odio desmesurado. Pero, al fin y al cabo, fantasía. Fantasía para hacerles partícipe de un presente que ya no tienen. Para que sientan qué y cómo nos sentimos. Qué nos ha pasado. Que lo vean. Y hasta les pedimos opinión. Les preguntamos. “¿Lo hice bien?, ¿tú qué hubieras hecho si no estuvieras muerto?”. Y nos imaginamos la respuesta con fantasía de amor o de odio. Porque a los vivos nos encantan los extremos, los bandos, el sí o el no. Los grises y las medias tintas casi nunca nos sirven. Y si nos sirven, los tiramos a la basura como a un medio limón seco en el frigorífico.

A nadie se elogia más que a un muerto. Bien por compromiso, admiración o arrepentimiento. Se ve esto muy nítido en el terreno de los genios. Podría hablar de la incomodidad que producen los genios vivos en este país y lo que gustan los genios muertos, pero ese es un melón que no voy a abrir ahora.

Yo he venido a hablar de la fantasía que utilizan los vivos para recordar a los muertos. Y esta fantasía, a veces, deja unas anécdotas populares dignas de ser contadas. Aquí adjunto una tan verídica como un chiste de Paco Gandía. Lugar: Sevilla. Testigo: la madre que me parió. Protagonista: una mujer que llena con consumismos varios el vacío que le acaba de dejar su señora progenitora. (Acto extendidísimo en nuestra especie el llenar cualquier carencia con múltiples baratijas). Y como los jefes empresarios lo saben, a mi madre los suyos le llenaron la tienda con modelos nuevos de vestidos. La protagonista, que podría ser cualquiera, picó el anzuelo del empresario y le dio a mi madre motivos para ganarse el sueldo. Vamos, que entró en la tienda a mirar vestidos y se llevó dos. Cuando esta mujer, que podría ser cualquiera, pasaba la tarjeta por el datáfono, mi madre correcta y empática, con rasgos de psicóloga por la universidad de la calle, le preguntó a la protagonista por los achaques de la suya. “Mi madre murió”, dijo. Y la mía, sorprendida, puso gesto comprensivo al lamentar la pérdida. Pero la sorpresa vino segundos más tarde: “De hecho, aquí la llevo”, volvió a decir. Y abrió la bolsa de plástico. Los ojos de mi madre fueron como dos bocas de volcán. Por grandes, digo. Allí estaba la urna diminuta con el ya polvo de la difunta. Una urna que iba de compras con su hija y una hija que no contemplaba ninguna rareza en cargar con ella porque probablemente su madre le habría acompañado en multitud de ocasiones a elegir vestidos.

Como bien decía, yo he venido a hablar de la fantasía que utilizan los vivos para recordar a los muertos. Para juicios están jueces y fiscales. E incluso los curas de la Iglesia. Esa protagonista no es más que una ciudadana del mundo que le pide opinión al fantasma de su pérdida. Y le pregunta por vestidos en medio de un transcurrir callejero que supera con creces a cualquier ficción. Así somos los vivos. En mayor o menor grado. Fantásticos para recordar a nuestros muertos.




martes, 18 de mayo de 2021

Luis García Montero: el lector.

 


A la tercera va la vencida y a la tercera ha sido. El refranero español dicta leyes, que no los reyes. Luis ha llegado al blog, entre reunión y reunión, dibujándole al faro una silueta de calma, pero fluida. Como la que un pintor espontáneo garabatea en una servilleta mientras reposa la comida. Ese es su estado natural, la calma. Calma y temple del que aporta bondades y cultura al mundo sin ningún tipo de presunción. Y con el mérito del que selecciona sus espacios perfectamente acotados, a pesar de tener la agenda repleta de quehaceres. De Luis aprendió Dios el llegar a todas partes. Cero dudas de esto.

Desde el año 2018 dirige el Instituto Cervantes con una batuta de sabiduría, carisma y amor por las letras siendo fiel seguidor del famoso manco de Lepanto. Pero él no es manco. Posee una brillante y política mano izquierda. Piensa antes de hablar. Escucha para responder. Empatiza con los diversos argumentos del exterior y observa sus detalles antes de contarlos. A la vieja usanza, como los buenos maestros. Y por eso, todos los que gozamos la fortuna de tenerlo cerca, duplicamos los años de vida. Para él, estar al mando de la institución que cumple treinta años y protege al español por todo el mundo es motivo de alegría. Si Cervantes atravesara las puertas de la calle Barquillo, Luis no dudaría en compartir con él ciertas ironías quijotescas y le mostraría con entusiasmo el cuadro de Jáuregui que preside su despacho.

El que observa es porque sabe mucho y si sabe mucho es porque ha leído bastante. Todas sus facetas (escritor, poeta, ensayista, profesor…) nacen de una: el lector. En ella resalta su auténtico yo. La única etiqueta que se cuelga. La lectura es la semilla de Luis y de ahí nacieron sus diferentes ramas. Fuertes y fascinantes todas ellas. Entiende mejor el presente político con las bases de Antonio Machado, Federico García Lorca o Teresa de Jesús entre otros muchos autores.

Aunque reside en Madrid, su auténtico oasis es la bahía de Cádiz y desea que su paso por esta vida termine allí. Quizás, por aquello de que todos somos de esos lugares donde nos esperan. Allí lo espera la reunión de poetas amigos, hasta los que ya no están en este plano. Porque los muertos poseen una segunda vida, que late en las lenguas de todos los que los recuerdan. Ángel González y José Manuel Caballero Bonald, por ejemplo, siempre tendrán un amplio espacio en su corazón. ¿A quién no le gustaría haber vivido una de esas sobremesas eternas con olor a mar? Con Sabina, Felipe Benítez Reyes, Almudena Grandes (mujer de Luis). Literatura viva. Yo le he confesado que ese hubiera sido mi lugar favorito en el mundo. Y él sonríe y asiente.

“Aunque tú no lo sepas, con los años, este desorden fundará tu vida como los ríos fundan sus ciudades”.  De toda la antología poética de Luis, a mí me marcaron esos versos porque con el tiempo los entendí. Porque los desórdenes crean nuevas oportunidades. Él entro en la universidad cuando había que vencer una dictadura para crear una democracia y eso le dio el compromiso social que mantiene en su día a día. Sus artículos domingueros en Infolibre dan fe de esto y lanza un discurso progresista en el que nos muestra a la altura de los ojos que estamos a tiempo de cambiar cualquier desigualdad mundana y exaltar los derechos humanos para buscar una buena salida.

Y a la salida de esta charla llega Luis recitándome cuatro versos propios:

“Si alguna vez la vida te maltrata,

acuérdate de mí,

que no puede cansarse de esperar

aquel que no se cansa de mirarte”.

A la tercera fue la vencida, pero lo conseguimos. Este faro cada vez que se sienta maltratado acudirá a este rato agradable para brillar con tu presencia, querido Luis. Gracias por la compañía y tu tiempo. “Aunque tú no lo sepas”, con la cultura de la palabra has fundado un imperio en el que no existe el desorden. Gracias, Luis. 






domingo, 25 de abril de 2021

Mi gabardina.

Cuando he querido darme cuenta, ya había guardado los abrigos y tenía puesta la gabardina: ha pasado abril. Nadie me lo robó. Lo exprimí. Ahora las siluetas de sus días se desvanecen y el futuro huele a mayo. He gastado mucho tiempo en soñar y esto me ha llevado a sentirme libre y real.

La gran mayoría de nuestros actos son inconscientes. Vamos muy deprisa. Hablamos, hablamos sin parar. “Buenos, días”, “ya voy”, “yo también”, “igualmente”, “te aviso cuando llegue”, “y, ¿Qué te dijo?”, “tengo hambre”, “voy a lavarme los dientes”, “mañana a las ocho”, “estoy bien”, “adiós”. Hablar es un acto más involuntario, que racional. Sin embargo, algunas palabras nos dan miedo. No las pronunciamos por terror a sus consecuencias. Y puede que sean hasta las más importantes, pero se pierden en las cavidades más hondas. Y perdidas se acomodan en la espalda, en el estómago o en la cabeza. Y perdidas se convierten en dolores. Y los dolores en peligro. Y hay mucho miedo para tan poco peligro.

De pequeña, me entretenían esos juegos míticos de plástico en los que una bolita diminuta y metálica divagaba por un laberinto. Los compraba en las tiendas de veinte duros, antes de que evolucionaran a chinos. Los sostenía con una mano. Que la bola llegara a la casilla final era más cuestión de azar, que de maña. Estaban mal hechos de fábrica para que el objetivo quedara más lejano. Por eso, generaban cierta adicción boba en el cerebro. Eran aptos para tercos.

La vida de abril se me ha parecido mucho a ese juego de mi infancia y me ha pulido tanto como la piedra que se convirtió en “David”. Hoy quería destacar ese laberinto. Sus vueltas. Porque mi bola ha entrado en un lugar no preestablecido, pero soñado. Mi abril no me ha llevado a Roma, pero sí a mi paz. La paz. El único elemento humano que, cuando lo sentimos, se vuelve innegociable. La paz no tiene distancia, ni tiempo, ni palabras perdidas. Tiene un ¨te quiero¨ de frente y a los ojos, que reúne todas las propiedades para mantenerla a su temperatura ideal. La paz es el terreno fértil donde cualquier cosecha quiere crecer.

Ahora que ha pasado abril, siento que nadie me lo robó. Lo exprimí con valentía y no he desperdiciado nada. Las marcas deambulan debajo de mi gabardina.




lunes, 29 de marzo de 2021

La Macarena: la mayor influencer.



Una aclaración: estas palabras no son de una católica apostólica romana. Son de una chica que venera, por encima de sí misma, las tradiciones andaluzas con las que creció y que tiene un ideal de Jesús como un ser de luz tan carismático y adelantado a su tiempo, que le hubiera encantado ser su amiga. La gente que hace por el pueblo y es del pueblo no debe morirse nunca, porque nos salva siempre. Dicho queda.

El mundo, tal y como lo conocemos, tiene divisiones: izquierda o derecha, blanco o negro, zurdo o diestro, Cádiz o Jerez, playa o montaña, Real Madrid o Barcelona, Sevilla o Betis, la Esperanza de Triana o la Macarena. El que niegue esta realidad, que no siga leyendo.

Ahora resurge una nueva corriente que palpo a mi alrededor en todos los ámbitos y que me encanta: las nuevas generaciones rescatan lo vintage. Lo antiguo. Lo que vivieron nuestros ancestros. Y lo dibujan en el lienzo del presente. Ropa, pintura, teatro, música, literatura, gastronomía… Y este hecho demuestra una verdad absoluta: todo está inventado. Alguien lo puso antes que nosotros y reconocerlo nos genera riqueza y un crecimiento intelectual brutal.

Como estamos en Semana Santa y soy sevillana, voy a traerme con términos actuales y modernos a un icono de mi tierra: la virgen de la Macarena, la mayor influencer.

La Macarena no es de Sevilla, es del mundo. Hasta mi tía en un viaje a Puerto Rico se encontró su imagen en la guantera de un taxista. Y ser del mundo es existir por encima de kilómetros, razas, fe, política e idiomas. La cara de esa virgen es universal. Hay réplicas repartidas por el globo terráqueo. Su basílica, dicen los estudios, que es el tercer lugar más visitado del planeta. No es invención propia, ni ombliguismo andaluz. Yo no conozco la gloria, pero juraría que se asemeja al ambiente que respiro cuando atravieso el arco amarillo entre vestigios árabes. Su barrio homónimo lleva en los genes la diversidad desde el principio de los tiempos. Hay sitio y amor para los vecinos de siempre, para el negro, el moro, el chino y el ausente. La calle san Luis es una tráquea multicultural de adoquines que conduce en línea recta al corazón lleno de Esperanza. Por eso la esperanza se llama Macarena y esperanza encuentra el que se emboba con su perfil.  

Igual que existe la moda de caballero, de señora, de niños o de trajes de flamenca, en el gremio de la Semana Santa, también se dan ciertos patrones a la hora de vestir a las imágenes que procesionan. Un Nazareno puede portar la túnica lisa o bordada. El manto de una virgen puede ser pintado o de terciopelo liso o bordado en oro o en plata. El encaje que rodea la cara (llámese pecherín) puede ser de un color uniforme y básico como el beige, o con pizcas de color. La Macarena es simbólica hasta para eso. Continuamente vemos en redes cómo la actriz de moda agota el último vestido de Zara. Y lo agota porque lo copiamos. La Macarena es esa actriz de moda en el ámbito de las vírgenes. No hay ni un solo vestidor o camarera que tenga el trabajo de vestir advocaciones marianas y que no le haya echado una mirada rápida a la Esperanza Macarena. Y si no se la ha echado, debería. Ella es el buen gusto donde nada sobra, ni falta. Es el canon. La elegancia. Si lo lleva puesto la Macarena, yo también, aunque no quede igual. Cualquier trozo de tela en sus hechuras es verdad absoluta e indiscutible. Su vestidor actual pasa completamente desapercibido. No presume porque no carece. Actúa sigiloso como un líder mundial auténtico, cuyo manejo del mundo no conoce ni Dios. Ese es el poder real. ¿En qué piensa ese hombre, de mirada baja y tímida cuando le coloca a la virgen las cinco mariquillas verdes que le regaló Joselito el Gallo? Nadie lo sabe. Pero esas mariquillas tienen nombre propio. Aunque las veas de pasada en el confín de la tierra, sabes que huelen a Esperanza. Porque son solo de Ella: la mayor influencer de Sevilla. 

¿Qué tendrá esa talla anónima que maravilla hasta al más ateo? ¿Será el brillo en los ojos? Que ni las estrellas que se bañan en las noches de verano en el Guadalquivir igualan su brillo. ¿Será su cara de mujer morena? Símbolo racial de Andalucía, la inspiración de Romero de Torres. ¿Será que ríe su pena? ¿O la llora y nos engaña a todos? ¿Será ese poderío que gasta al regalar cobijo tras un escalofrío repentino? ¿Qué será? Nadie descifra el misterio de seguidores de la matriarca de Sevilla.

Como bien decía antes, el mundo tiene divisiones, y aunque yo tenga un ancla marinera en la mesita de noche y parte de mi corazón en la orilla trianera, la razón no quita el conocimiento. Y al que se lo quite, sepa que no lleva la razón.

“Como Tú, ninguna”, recitó el poeta Antonio Rodríguez Buzón. “Pasa la luz, pasa Sevilla, pasa la madre de Dios”, le cantó Carlos Cano. “Con la Macarena comulgo”, escribió Manuel Machado. Marujita Díaz, Juanita Reina y tantos y tantas… Generaciones enteras. Lluvia de corazones rojos para Ella. Lluvia que aún hoy cae desde cualquier cielo sin disminuir la intensidad. “Me gusta”, “me gusta”, “me gusta”.

Y, ¿Qué tiene el rostro de la Macarena para movilizar tantas cabezas? Si hasta los más estudiados en Historia del Arte no hallan el enigma. No es cuestión de examen. Tampoco de fe. Entonces, ¿Qué será?

Yo creo que son sus manos. En ellas guarda el secreto y lo alza tan a la vista, que nadie lo ve. Sus manos se encienden por las noches como un par de luciérnagas y adquieren el color del sentimiento que todos andamos buscando. El único que guarda Pandora con recelo: el verde, verde esperanza. Al caer la noche, cuando la última pisada se pierde en el silencio de su basílica y su barrio duerme, Ella recarga sus manos y al día siguiente, como un hada madrina que levanta su varita y cumple deseos, ella salpica el polvo mágico de la esperanza sin dejarle espacio al vacío. Yo creo que es eso. La esperanza. El verde esperanza. La influencia de la esperanza. Y por eso la esperanza se llama Macarena.

domingo, 7 de marzo de 2021

“Se llamaba María Teresa López, la Chiquita Piconera”.


“Julio Romero de Torres pintó a la mujer morena con los ojos de misterio y el alma llena de pena”, así nos lo recuerda la copla popular. El pintor de inconfundibles trazos oscuros, desde la plaza del Potro cordobesa, plasmó en su obra lo que se convertiría en simbología colectiva de belleza femenina. Una belleza de Andalucía para el mundo.

El cuadro “La Chiquita Piconera” con su copa de cisco, badila en mano y moño bajo de raya a un lado, aparecía en la España de 1965 hasta en sellos de correos.

 


Desde entonces, vinos, carteles, bares… La publicidad alzó la cara de esta mujer y de esa presencia latente, nació el icono que conservamos en la actualidad: la mujer morena. Pero, ¿quién era esa chiquita piconera misteriosa y dulce con el halo de nostalgia en su mirada? Hoy os hablo de la musa desconocida y silenciada con el paso de los años. Se llamaba María Teresa López y es el eje principal de estas palabras.


Nació en Buenos Aires en 1913. Sus padres cordobeses emigraron a Argentina buscando un sino con pan. El mismo sino que siete años más tarde, volvió a colocar a la familia en su Córdoba natal. Se hospedaron en casa de la abuela. Como todos los hogares de Andalucía por aquel entonces, los portones abiertos generaban una fluidez de amor y unión en el vecindario. A María Teresa la llevó por primera vez a casa del pintor su vecina de enfrente porque servía en la casa de los Romero de Torres. Y uso el término servir como sinónimo de acicalar los hogares, de fregar, cocinar, coser, planchar… Por todas las manos de mujeres que levantaron a la vieja Andalucía.

María Teresa acariciaba los ocho años cuando Julio quedó prendado de su belleza y a partir de los trece años la convirtió en su musa. La excelente amistad que compartía con sus padres agilizó los posados. Ella, quieta y responsable, obedecía órdenes del pintor. Jamás le propuso desnudarse. Nunca cruzó la línea profesional. A pesar del mal carácter que coloquialmente le atribuían a Romero de Torres, con ella no tuvo ni un mal gesto. Le pagaba tres pesetas, independientemente de las horas trabajadas. Pintó el rostro de María Teresa hasta la saciedad. Se volvió tan popular, que hasta “La Fuensanta” acabó grabada en billetes. Un mediodía en el que ella acudió a posar, se encontró de frente con la muerte del artista. Dejó sin terminar el cuadro en el que aparece vestida de monja y que hoy, como tantos otros, conserva con esmero el museo Julio Romero de Torres.

María Teresa fue modista, pero una modista que creció con el alma llena de pena y que tuvo que huir de Córdoba por las lapidaciones de sus vecinos con habladurías. Las coplas la apuñalaron por la espalda. De antemano sabemos, que la ignorancia ha destruido muchos caminos a lo largo de la historia. “Posar en esa pintura me amargó la vida, la convirtió en un infierno”, recogió Silvia Pisani en una de las pocas entrevistas que se conservan de ella en La Nación. Pobre mujer. Tanto dolor…

A María Teresa nadie le ha escrito sus memorias, porque los infiernos individuales se esconden. Destacar la figura del artista, poniendo en mute a su musa es una acción tremendamente normalizada. Una dictadura de catolicismo, hipocresía y falsa moral partió en pedazos los sueños de esta mujer, como el de tantas otras anónimas. “Malcasadas”, solteronas, prostitutas y mil adjetivos más que han cavado sus tumbas.

De su figura se ha nutrido el mundo entero, menos la protagonista. Ni un ingreso monetario recibió. Ella siempre se sintió abandonada. Y, ¿los derechos de imagen? ¿Dónde quedaron? 

En esta entrevista se le empañan los ojos y a mí también:


 

María Teresa López murió el 26 de mayo de 2003 y ninguna institución mostró sus condolencias. Estuvo casada dos años con un marido que dudó de su virginidad, hasta que la sangre quedó impregnada en las sábanas blancas. La dejó embarazada, enterró a su hija al poco tiempo de nacer y un desahucio la dejó sin hogar al final de su vida. No volvió a tener pareja. El último periodo lo pasó en la residencia San Sebastián de Palma del Río y sus restos descansan en el cementerio de El Carpio, aunque ella ya estaba enterrada mucho antes.

Poemas, coplas, cuentos y hasta recibos de lotería conservan a la chiquita piconera. Sirvan estas líneas para ponerles nombres a todas esas mujeres que permanecieron en la sombra y murieron con el alma llena de sufrimiento.

María Teresa, la traigo al presente para que conozcan su nombre, aunque no aparezca en los libros de Historia. Con su permiso, la tuteo. Ponerme tus zapatos me ha generado un sinfín de sentimientos con los que alzó mi voz por tus derechos, que son los míos y los de todas. Gracias por ser el reflejo en el que me identifico. Gracias por mostrarte como mujer andaluza por el mundo entero. En muchas ocasiones cuando me he peinado con moño bajo, me han dicho: “eres la andaluza de Julio Romero de Torres”. Y desde que te conozco, contesto: “Se llamaba María Teresa López, la Chiquita Piconera”.

Ojalá veas, desde algún paraíso de luz, que te venero con ilusión.


Feliz 8 de marzo, eterna mujer. Andalucía y el mundo te recuerdan. 




 

domingo, 28 de febrero de 2021

La Andalucía en la que creo.

 


La Andalucía en la que creo sabe que las estrellas no tienen novio y me mece los recuerdos de la infancia en un patio de Sevilla.

La Andalucía en la que creo se sienta en una silla de enea con abanico en mano y, en una mirada fija, me abre los brazos con la bondad infinita de las madres.

La Andalucía en la que creo me cuenta mi vida en un claroscuro de sol y luna. Le pone la otra mejilla a los que la apuñala con prejuicios, derrocha agallas en un taconeo a la sombra y hasta presta los clavos, por herencia de sus abuelos, a Jesús el Nazareno para subir al madero. Aunque no haya salvación.

La Andalucía en la que creo me lleva en su sangre como romana, mora, hasta vikinga… y yo a ella la llevo en mis ojos y en el acento de mis labios.

La Andalucía en la que creo desenreda nudos y me relee a sus emigrantes, exiliados y olvidados en cunetas que la amaron hasta el último suspiro.

La Andalucía en la que creo tiene pan para sus bocas y cárcel para sus rateros. Cada golondrina levanta su propio nido. Deja en símbolos rancios y lejanos a los señoritos de pistola en mano y sabe que ni la copla, ni el pasodoble pertenecen a ninguna dictadura.

Que esa Andalucía que me nace sea alegría y no agonía. Que distinga los murmullos desde un sardiné, siendo reaccionaria y libre por encima de la niebla del qué dirán. Que deje atrás los lutos de diez candados, las medias negras y la ignorancia que ha roto tantas historias de amor.

Sueño no verla beber el vino amargo del desempleo y compadreo. Sueño cultura, derechos humanos, limpieza en instituciones, educación y sanidad pública.

El único tono de verde que beso es el de la bandera porque simboliza la fuerza motriz de la esperanza. La misma que tuvo Federico García Lorca, Blas Infante, María Zambrano o Carlos Cano, hoy la tengo yo. Es mi ojo de la lupa. Me sostengo sobre sus cimientos y construyo mi vida sobre ellos.

Yo creo en esa Andalucía. En sus esquinas, en su belleza, en su gente trabajadora... Y desespero con los que creen en otra.


Feliz día de Andalucía a los que la llevan en la sangre, ya sea por nacimiento o enamoramiento.

 

            “Ser andaluz es la forma cultural que yo tengo de ser persona”- Carlos Cano.

sábado, 9 de enero de 2021

Primeras veces.

Son la una y dieciocho de la madrugada y como tengo la excitación de las primeras veces, no puedo dormir. Y como no puedo dormir, escribo.

Algunos piensan que solo son los niños los que tienen el poder de descubrir lo que ocurre en el mundo por primera vez y yo creo que en general los humanos nunca dejamos de ser “Colones” con América. Siempre se posa ante nuestros ojos algo que no hemos visto o hecho nunca. Creo que de no ser así, la vida sería aburridísima.

Hoy ha nevado en Madrid como no se recuerda en cincuenta años y como soy joven, evidentemente no lo había vivido antes. A mí la nieve nunca me gustó. Siempre la sentí incómoda, como esa arena de la playa que se te cuela dentro del bañador. Me sirve para estampas dignas de enmarcar y poco más. Hablando así parece que cuento con la experiencia de ser islandesa de nacimiento, pero no es el caso. Soy de la tierra del sol que calienta, por eso quizás me creo incompatible al frío de esos copos blancos que caen en una danza sin rumbo cubriéndolo todo.

De pequeña me imaginaba la nieve como esa harina que cubre los boquerones justo antes de flotar en el aceite hirviendo de la sartén. Y cuando fui adulta, la conocí en la sierra de Córdoba. Este hecho no lo destacaría en mi currículum. Me pasó sin pena ni gloria, sin méritos, como tantas cosas a las que no les presto atención.

Hoy he tenido que convivir con ella sin esperarlo, como la gran mayoría de madrileños. He visto a la gente motivadísima improvisando hasta trineos. Y yo he guardado las distancias como la Puerta de Alcalá con los coches. La he tocado para no parecer un bicho raro, la he subido a Instagram con un filtrito para que me resultara tan atractiva como a mis seguidores. Me he sorprendido al ver mi calle blanca y hasta he agradecido, después de despotricar en cada resbalón, vivir esta Filomena tan histórica en primera persona. Al fin y al cabo, he sentido una primera vez.

A este enero tan anómalo de un nuevo año que acaba de empezar invadido por tantas esperanzas, como el Capitolio por talibanes de Trump, yo quería ponerle la guinda y me acabo de comer un coco helado de los que compré para los días de Navidad y nunca llegué a abrir porque en mi casa somos más de pirriaque, que de postres. Hacía tanto tiempo que no saboreaba un coco de esos eternos en todas las memorias culinarias de las familias españolas, que lo he sentido como el primero de mi existencia. Como un manjar. Como si no fuera un viejo olvidado en el congelador.

Ahora que se me ha pasado la excitación de las primeras veces, me duermo con tres conclusiones: no sueño una casa en Baqueira, el coco no pasa de moda y las primeras veces están hasta el final, por eso la vida es lo que tú quieras, menos aburrida.